Comienza con los cuentos anteriores a que Valle-Inclán se diese a conocer con Femeninas (1895), dispersos por los periódicos de la época; continúa con los cuentos sustraídos de las sucesivas ediciones de Jardín novelesco (1905-08) y que muy raramente volvieron a editarse, y cierra con cinco novelas breves.
Por tanto, Jardín peregrino es un título para completar la bibliografía de Valle-Inclán, mientras permite seguir nítidamente la evolución de su peculiarísimo estilo, pues sus páginas arrancan con su primer cuento publicado, «Babel» (1888), y concluyen con su novela póstuma, «El trueno dorado» (1936), a través de casi una veintena de narraciones que abarcan toda su vida de escritor.
Ramón del Valle-Inclán, pseudónimo de Ramón José Simón del Valle y Peña, nació en Villanueva de Arosa en 1866 y murió en Santiago de Compostela en enero de 1936. Pasa por ser no solo el renovador de la escena dramática española durante el s. xx con un estilo de su propia creación: el esperpento, sino por el más singular miembro de la Generación del 98. Su peculiaridad se funda tanto en su apariencia física (manco del brazo izquierdo y embozado en su larga barba) como en su carácter arriscado, acrecentado por multitud de anécdotas y algunos sonoros enfrentamientos. Al compás de su flamígero temperamento anduvieron también sus querencias políticas: desde un inicial tradicionalismo carlista hasta acabar en un republicanismo con fuertes simpatías anarcocomunistas al final de su vida. En fin; todo un personaje que acrecentó la popularidad del enorme escritor que fue.
Como literato abarcó todos los campos: la poesía, la narrativa y el teatro, y por supuesto, el periodismo, donde anticipó la mayoría de sus obras narrativas y hasta su dramaturgia utilizando el folletín. Su estilo —tanto en la prosa como en los otros géneros— evolucionó desde una primera adscripción al modernismo, entre 1902 hasta más o menos 1919, fortalecida por su amistad con Rubén Darío, para luego iniciar un modo genuino de distorsión sarcástica de la realidad, que si en la escena alcanzó su cumbre con Luces de bohemia (1924) tendría también su reflejo en la narración con Tirano Banderas (1926) o con el ciclo inconcluso El ruedo ibérico (desde 1926 hasta 1932). A estos célebres títulos deberían añadirse sus poemarios: Epitalamio (1897) o La pipa de kif (1919); o sus otros ciclos novelescos: Memorias del Marqués de Bradomín (las cuatro Sonatas) (1902-5) y La guerra carlista (1908-9); o, en el teatro, sus cuatro Comedias bárbaras (1907-23) o Divinas palabras (1919), sin olvidar sus curiosos ensayos estéticos recogidos en Claves líricas (1916-19).
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