Escribe la protagonista de Donde las calles no tienen nombre, María (antes María del Pilar) González de Ayala: «Todos tenemos nuestros miedos y nuestras dudas, nuestros temores y nuestras manías. Nadie se salva. Empezaba a ser capaz de convivir con ellos de una manera natural y estaba creciendo; iba descubriendo dónde estaban las diferentes puertas de salida».
En el hecho de aislarse de su familia y hacer vida aparte, María reconoce su derrota como persona adscrita a una sociedad, en este caso la de esa clase alta madrileña del barrio de Salamanca, en cuya calle Velázquez han residido toda la vida los González-De Ayala. La decisión de huir de ese entorno no es producto de un arrebato, más bien se trata de una opción madurada.
Para esa conquista de la soledad que la lleve a ser ella misma, María decide instalarse en el ático de una urbanización de lujo situada en un cercano pueblo a la Sierra, pongamos que hablo de Majadahonda, donde, harta de todos, pretende autoexcluirse. Pareciera que su misantropía se haya visto reforzada por una boda que, a punto de celebrarse, se suspendió por abandono del novio, que no mucho después morirá de un disparo…
El padre de María, el médico Pablo González (que invirtió un dinero ganado en la lotería en terrenos urbanizables sobre los que luego se edificaron urbanizaciones) y su nueva pareja, Gloria, también fueron asesinados: esta vez, y al mismo tiempo, debido un atropello de alguien que, tras arrastrarlos, huyó del lugar de los hechos.
Así, Donde las calles no tienen nombre puede ser englobada dentro del género de investigación criminal. Esta vez en su versión domestic noir. Las muertes de tres personas escoran la novela hacia los terrenos del policíaco y, también, hay que señalar cómo se llega a una resolución final que, aparte de realmente lograda, define la lógica secreta del mundo en el que, resignados, vivimos.
Pero creemos que Mónica Rouanet organiza su narración –y afortunadamente para el lector– más como incisivo retrato de ese grupo familiar en el que el padre médico (un harto Pablo González inicia un romance que traerá consecuencias), el primogénito Javier (militar de carrera como su abuelo materno), el mediano Fernando (médico especializado en cirugía plástica) y la benjamina, María, pretenden evitar ser manipulados y dirigidos…
Asumido el impacto desvelado en las últimas páginas, donde casi nadie es quien parecía ser, si tras ocho años de publicarse Donde las calles no tienen nombre mantiene su fuerza como artefacto narrativo, para nosotros, se debe al personaje de la madre. Esa gran controladora del clan familiar que resulta ser Pilar de Ayala, en efecto, es alguien muy potente que deja huella. Su completa y perfecta maldad merece que nuevos lectores se interesen por su figura.
En El Gran Gatsby Daisy tenía un consejo para su hija: ser linda y tonta eran las cualidades más importantes que toda mujer debía cultivar. Y el apego a las condiciones sociales de su clase, es, para Pilar de Ayala, el eje principal sobre el que rota la educación de su única hija. Para Emma Bovary, Berthe no pasaba de ser un molesto animalillo: apenas notaba que tenía una hija y malgastaba así ejercer la maternidad. El escaso cariño maternal de Lady Macbeth se aprecia en muchos versos y tampoco la reina Gertrude era capaz de atender a su hijo Hamlet, algo que agudizaba la locura del príncipe danés.
Tras nombrar algunas madres literarias abyectas que depara la literatura universal llegamos al que, suponemos, ha sido el mayor modelo de ficción que ha tenido la autora de Despiértame cuando acabe septiembre para construir a su Pilar de Ayala. Nos referimos, claro está, a Bernarda Alba. En aquella obra teatral se percibía hasta qué punto destruye una familia el poder tiránico de una madre y su miedo al qué dirán. Viuda como Pilar, la severísima Bernarda encarna la ley y la justicia, impartidas según su criterio. Símbolo perfecto de la tiranía y la opresión, la Bernarda lorquiana –como Pilar– moldeaba a unos hijos débiles e incapaces de enfrentarse a la autoridad de la terrible matriarca.
Casado el primogénito Javier con una mujer del gusto de Pilar, él inicia el destino de una vida que se desvelará funesta. El segundo, y favorito del padre, Fernando, médico como él, gerencia la clínica familiar al precio de dejar pasar a la mujer que le hubiera querido por no resultar del agrado de su madre…
María, la pequeña, aunque trabaje en una galería de arte donde da rienda a sus gustos, y a pesar de ganarse bien la vida, comprende que nunca será libre mientras su madre siga al frente de la casa de la calle Velázquez, controlándola y oprimiéndola. Nada sucede allí de lo que la madre no tenga rápido conocimiento, y, al igual que a Bernarda, le preocupa el chismorreo de amigos y conocidos. También Pilar usa a su criada (Érika), como hacía Bernarda con Poncia, para averiguar qué hacen sus hijos y lo que se dice de ellos.
En la obra de Lorca, cuando Bernarda descubre que la menor de sus hijas tiene amores con un galán, la tragedia se desencadenaba. En Donde las calles no tienen nombre la relación de María con Gonzalo inicia una trama criminal no menos trágica y brutal que sigue poniendo los pelos de punta.
ENTREVISTA CON MÓNICA ROUANET:
Bajo la apariencia de una investigación criminal tipo «domestic noir» Donde las calles no tienen nombre logra sus mejores –y más recordables– puntos de originalidad cuando se ocupa de diseccionar a la familia González-De Ayala con sostenido pulso narrativo y con un dominio de la psicología ciertamente superior a lo que suele ofrecer este género, más bien ya rutinario y plano.
¿No resultará reduccionista y poco favorable a su alcance incluir Donde las calles no tienen nombre dentro de la abundantísima nómina de la investigación policial? En cualquier caso, investigación y retrato familiar van de la mano, complementándose de manera modélica.
Ese es el problema de ponerle etiquetas a todo, que reducimos las cosas a una sola faceta y damos la espalda a todas las demás. En esta novela, como en todas las mías, el trasfondo social es más importante que la parte criminal porque es su base psicológica, su justificación. Me baso en la teoría del apego como eje central del desarrolló de la personalidad para dar verosimilitud a la trama y a los personajes. ¿Es una novela de intriga? Sí. ¿De investigación policial? No.
Pablo González, el marido médico que acaba por tener una amante (Gloria, la madre de Alberto Buendía); Javier González, el primogénito militar que no se porta precisamente como un padre de familia ejemplar; Fernando, el segundón, acomplejado e indeciso que acaba por mostrar un impensable temperamento; María del Pilar, María, que decide romper el yugo familiar yéndose a vivir sola a un ático de Majadahonda; y luego el psicólogo Gustavo Prieto, las mujeres de Javier y Fernando, Cristina y Paula, o Gonzalo Ribagorda, ese novio de María que al final no se casa con ella… Ciertamente ha conseguido usted una galería de tipos humanos que no se olvidan.
Supongo que, por mi profesión, estoy acostumbrada a descubrir toda una galería de personajes detrás de cada una de las personas con las que trabajo. Estos personajes son los que componen la base sistémica de la protagonista, así que no me resultó complicado. Más bien todo lo contrario. Gracias a cada uno de ellos, y a las escenas que protagonizan, consigo dar credibilidad a la manera de actuar de María y a toda la trama.
Pero nosotros nos hemos prendado de esa madre omnipotente y completamente malvada que resulta ser Pilar de Ayala. Díganos, ¿cómo se construye un personaje que, corriendo el grave riesgo de resultar inverosímil por su perversidad sin fisuras, es tan vivo y reconocible por sus lectores?
Para que los personajes sean creíbles debes crear un engranaje completo que los justifique en todas sus facetas, tanto las de personalidad como las de comportamiento y aspecto físico. Debes modelarlos en tres dimensiones y crearles un pasado haciendo hincapié en su parte social y en sus apegos. No hace falta que le cuentes todo esto a los lectores, basta con que se lo muestres a través de sus acciones y entenderán el porqué de todo lo que hacen, incluso de los giros más rocambolescos.
Respecto a Al faro, para nosotros su mejor novela, Virginia Woolf confesó que al terminar de escribirla dejó de estar obsesionada con su madre: dejó de oír su voz, de verla. La autora inglesa sentía que había hecho por sí misma lo que los psicoanalistas hacen por sus pacientes.
Jaja, ¡qué grande era Virginia Wolf! En mi caso, debo reconocer que me divertí creando el personaje de Doña Pilar, pero no es mi personaje favorito de la novela. Sé que es un personaje muy potente, de los que cuesta olvidar. Incluso de los que cuesta creer, por eso tuve que crearlo completo, es decir, con su pasado, su presente y el futuro que imagina para sí. Con sus miedos, sus dudas y sus traumas. Con sus vínculos afectivos. Hay muchas Doña Pilar por el mundo.
Nos gustaría saber si con una madre tan peculiar como es esta Pilar usted ha exorcizado algunos fantasmas. En caso contrario, si estuviéramos ante una total invención suya, ¿puede concretar qué modelos tomó para crear a alguien tan rematadamente malvada?
Espero exorcizarlos con todas mis novelas, la verdad. Creo a mis personajes como Frankenstein creo a su famoso monstruo, con pedazos de otras personas. Tomo de aquí y de allá rasgos específicos y formo con ellos las diferentes personalidades que necesito para la trama. Ninguno de mis personajes está basado en una sola persona y, aunque son todos muy reales, ninguno existe como tal. Como te he dicho antes, mujeres con el temperamento y los valores de Doña Pilar hay demasiadas, pero tengo la suerte de que ninguna de las que me rodean en mi vida privada se le parezca.
En La educación física, novela de Rosario Villajos con la que este año ha ganado el Premio Biblioteca Breve, su protagonista adolescente se ve muy limitada, por no decir castrada, por una madre impositiva y desconfiada (aunque, todo hay que decirlo, sin llegar a los extremos de su Pilar). La familia de Catalina es de clase trabajadora y viven en una no muy populosa ciudad. La familia González-De Ayala reside en Madrid, concretamente en el exclusivo y lujoso barrio de Salamanca. La pertenencia a una clase social, ¿dejó de ser determinante a la hora de definir el tipo de relación que se produce entre padres e hijos?
En esta novela decidí que la clase social de los personajes fuera alta porque me parecía importante remarcar que madres con un apego inseguro hacia sus hijos las hay en todas partes. Piensa por un momento en que si esta historia estuviera ambientada en un barrio pobre, no nos llamaría tanto la atención. Desde luego, los personajes se comportarían de manera diferente (no tendrían dinero para hacer lo mismo), pero las causas y motivaciones de sus actos serían idénticas. Y no nos parecería tan raro, ¿verdad? El tipo de apego que establecemos no viene predispuesto por nuestra clase social, sino por nuestros vínculos previos.
Por su biografía sabemos que lleva años dedicándose a trabajar con colectivos e individuos en riesgo de exclusión social y que presta especial atención a promover la cultura como elemento vertebrador de su labor. Suponemos que se trata de un trabajo duro pero que, a la vez, debe darle no pocas satisfacciones personales. Centrándonos en la labor literaria, ¿resulta ser esta una ocupación rica a la hora de proporcionar temas y personajes para sus obras de ficción?
Sí y no. Mi trabajo me da la oportunidad de conocer en profundidad la conducta y la mente humana, y eso es muy bueno, pero creo que los temas y los personajes que elegimos las escritoras y los escritores vienen determinados por la manera que tenemos de mirar el mundo. Da igual a lo que nos dediquemos profesionalmente, si no tuviéramos capacidad de crear historias y ficcionar a partir de un minúsculo detalle que aparece de pronto en nuestro camino (y aparecen constantemente, créeme), no nos dedicaríamos a esto.
Madrid juega un importante papel en su novela. Pero en Donde las calles no tienen nombre durante varios capítulos salimos de allí para conocer un pueblo de la Comunidad madrileña que, por sus características y distancia con la capital, bien pudiera ser Majadahonda. ¿Qué aporta Madrid a la escritura y a la vida de una alicantina de origen como es usted?
Madrid es la ciudad en la que he crecido y, en mi caso, aporta muchas vivencias y muchos rincones conocidos, por eso sitúo aquí algunas de mis novelas. Otras se desarrollan en lugares diferentes, incluso lugares en los que no he estado nunca.
Respecto al pueblo elegido por María González para vivir su vida y que no pocos madrileños habitan para evitar el barullo de la gran urbe, ¿se plantearía instalarse en una de esas poblaciones para continuar desarrollando allí las diferentes facetas de su vida?
Vivo en Majadahonda. Por eso me resultó fácil la ambientación de esta novela, porque conozco bien las dos zonas geográficas.
Pese a su juventud Mónica Rouanet es autora de varias novelas. Con Roca Editorial ha publicado asimismo Despiértame cuando acabe septiembre, obra que le proporcionó un gran número de lectores (usted fue una de las lectoras más leídas en 2020) y No oigo a los niños jugar. Su última obra, también de Roca Editorial, es Nada importante. NOTA: nos informa Mónica Rouanet que el año pasado ha salido la que realmente es su última obra: El camino de las luciérnagas.
¿Qué papel ocuparía Donde las calles no tienen nombre dentro del conjunto de su obra? ¿Es esta una novela por la que usted sienta especial apego? ¿Qué puede contar a TODO LITERATURA de Nada importante, su último libro?
Cada una de mis novelas es diferente a las demás. En una ocasión me llamaron «la autora camaleónica» y reconozco que me encantó. Me gusta experimentar con el tipo de narrador, con el tiempo verbal, con la estructura… Todas mis novelas son importantes para mí y con todas he establecido un vínculo fuerte. Pero te diré que michas personas me han comentado que, entre todas mis novelas, Donde las calles no tienen nombre es su favorita. Nada importante es una novela en la que la investigación policial de la que hablábamos al principio tiene mayor relevancia. También aborda temas sociales. En este caso se centra en la postura de la sociedad ante la violencia contra las mujeres.
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