En la editorial La Huerta Grande ha publicado sus novelas “Jaguar negro”, “Acre” y ahora “Deshielo”, una obra basada en un hecho real ocurrido en Brasilia. Varios años después de los hechos violentos protagonizados por las dos amigas, se vuelven a reencontrar y emprenden un viaje por los Estados Unidos que es, al mismo tiempo, un reconocerse y una justificación de los que hicieron una noche de manera totalmente inconsciente y casual. El lenguaje que emplea la autora brasileño es afilado como una hoja de afeitar, lo que ayuda a profundizar en aquellos hechos que hubiesen preferido que no ocurriesen. En la entrevista, nos cuenta algunos de los muchos secretos que guardan las páginas de su libro. ¿Cómo surge la idea de escribir "Deshielo"? Tengo un interés tanto histórico como contemporáneo por la violencia cementada no solo en la sociedad brasileña, sino en toda Latinoamérica, con sus fallos de memoria y ganas de conquistar territorios. Creo que nació de un crimen siniestro que pasó en Brasilia y fue creciendo por la implosión de las calles dominadas por facciones criminales. Además, quería contar una historia de adolescentes que salen para divertirse, pero acaban cruzando un límite en su transgresión, en donde todo sale mal: en un escenario brasileño, una historia universal. Ha tardado alrededor de cinco años en publicar su nueva novela, ¿se considera una escritora lenta o más bien perfeccionista? Soy más bien crítica y muy detallista. Dudo de todo lo que hago. Creo que escribí la novela en dos años y algo, pero luego con la pandemia la dejé marinando. ¿Cuál ha sido el proceso de documentación para que durara tanto tiempo? Hablé con mucha gente, visité cárceles, pero todo en cuestión de días, hasta porque no vivo en Brasil y aproveché un viaje a São Paulo para concentrar algunas entrevistas en el intento de buscar elementos para la novela. Después seguí leyendo y madureciendo los cruces, como por ejemplo, escribir sobre música clásica y al mismo tiempo reflexionar sobre la cuestión de la justicia social y sus estereotipos. Antes de leer el libro impactan dos cosas: el retrato de Leonor Álvarez de Toledo de la portada y un título corto, pero con tanto significado. ¿Por qué ambas cosas? Siempre me ha fascinado el manierismo por su artificialidad tensa, las figuras alargadas y posturas imposibles de mantener. En la portada me gustó revisitar el arquetipo de una dama virtuosa (y la idea de una mujer perfecta, lo que no deja de ser un detalle muy fuerte y estigmatizado de una mirada tradicional). Y aquí tienes a esta señora española excepcional, a la que muchos dicen fue la primera reina consorte. Me gusta el empujón poético y a la vez contradictorio de la palabra “deshielo”, un poco porque trato de temas en la novela de esta forma. Es un relato seco, detenido, en donde propongo un juego sutil en donde lo que aparenta ser es a la vez y no lo es. Trae una similitud estética al cuadro, además de la palabra “deshielo” llevar la fuerza del recuerdo. ¿Cómo se novela un suceso real que conmocionó a toda una sociedad? El combustible fue penetrar la piel del infractor en la primera persona. Este fue mi primer paso. Y a partir de ahí habitar un alma que busca sistemáticamente su existencia en el mundo, pasando por temas que conmocionan la sociedad, además de la culpa. La culpa también involucra una mirada colectiva, la cuestión de cómo educar a hijos adolescentes, la violencia en las calles y además el exterminio indirecto de otras sociedades, que son parte de nosotros, las nativas. Ante una falta muy grave ¿Es más fácil que la sociedad perdone a jóvenes que proceden de familias desestructuradas que a otros que lo tienen todo? La justicia nunca ha funcionado genuinamente a favor de todas las personas. Esto es obvio. Creo que por un lado el perdón social no existe, siempre habrá una desconfianza generalizada de alguien que haya cometido un delito. También me parece que, dependiendo de la circunstancia, el castigo se aplica en quien se encuentra más en evidencia, el castigo ejemplar, el de la plaza pública, el cual en general no depende de una clase social. Por otro lado, claro que, si un joven roba o mata sin motivo alguno, y además proviene de una familia acomodada, el adquiere inmediatamente un contorno más insidioso y pérfido que alguien que creció en la pobreza, en un ambiente viciado, sin ninguna perspectiva de educación, quizás por la vieja moralina de que el rico comprende mejor que el pobre su responsabilidad social. ¿El pasado siempre vuelve? Piensa en algún revés que hayas sufrido e imagina como serían tú y tu vida si no lo hubieras experimentado. ¿Ese reencuentro entre ambas protagonistas, pasado diez años, da respuesta a las motivaciones que las llevaron a cruzar al otro lado? Creo que hay distintas respuestas para esta pregunta. Para empezar, no fue un crimen planeado. Pero el homicidio del personaje indefenso despierta entre las dos jóvenes cuestiones que quizás nunca se preguntarían, por ejemplo, sobre la alteridad, sobre la existencia de un indígena frente a ellas. Creo que el cambio de perspectiva años después es el cruce al otro lado. Me inquieta la existencia espectral no solo de mis protagonistas, de los muertos también. Y el territorio en que transitan. Si la autora no se posiciona a la hora de determinar si las protagonistas son buenas o malas, ¿esa tarea le corresponde al lector? Creo que hay una relación de confianza con el lector al iniciar un relato a partir de un crimen resuelto, en que las dos protagonistas están enclaustradas en un miedo constante y cuestionan sus propias acciones, sin necesariamente tratar de justificarlas. Eso no deja de ser un reflejo de la incertidumbre en que vivimos. Mi gustaría creer que hablar de la muerte o de la incapacidad de comunicarse, además de sentimientos de soledad y de alienación, no invita el lector al juzgamiento, pero a pensar qué sería la libertad o la responsabilidad moral a partir de algo que pasó, accidental o no. La existencia es inestable y contradictoria, así que tampoco es posible simplificar al ser humano, calificarlo de bueno o malo. Sabemos que el índice de violencia en Brasil es alto, ¿ha mejorado en los últimos años? Durante la pandemia millones de personas han perdido su trabajo informal. Hay más gente viviendo en las calles, más hambre, facciones criminosas que supuestamente controlan el índice de homicidios, un antagonismo “trivializado” político, más gente armada, falta de comunicación y por eso una gran incapacidad para alcanzar consenso. “Todo ser humano busca afecto e intimidad”Para quién es más fácil reinsertarse, ¿para los que cumplen penas en cárceles de adultos o los que están recluidos en fundaciones para menores? Es difícil afirmar, todo depende de la circunstancia del individuo, que es lo que le espera al salir de la cárcel. Arriesgaría decir que para los menores la situación quizás sea más prometedora en el sentido de que el estado no menciona que el infractor ha salido de una institución reformatoria. Sale con el nombre de la preparatoria del estado que ha cursado y es todo. ¿La soledad que viven los reclusos en estas instituciones determina las relaciones entre personas del mismo sexo? Creo que todo ser humano busca afecto e intimidad. Y en un espacio de reclusión, me parece natural que haya una aproximación física entre los detenidos. Cuando estuve en la institución para menores entrevistando a las chicas, ellas me decían que el 90% era homosexual. “Vaya porcentaje específico”, reí, pero la chica me aseguró que si, añadiendo esta frase que me marcó: “Busco afecto, pero amistad jamás porque aquí no se puede confiar en nadie”. Tenía dieciséis años. ¿Qué importancia tiene la música en su novela? La música crece como un monólogo interno en la novela, con su sintaxis única, y revela no solo una reacción de Ana contra su pasado, pero ganas de volver a la superficie de la vida. Me gusta la imagen de dos manos que se espejan y a la vez que pueden tocar melodías diversas, lo que sugiere una libertad alegre, llena de entusiasmo, además de una relación imprecisa pero profunda entre Ana y Eleonora.
En su obra hay diversas analepsis, ¿le gusta jugar con los saltos temporales? Me divierte mirar al cielo e intentar unir los puntos que forman las constelaciones. Las estrellas son como nuestros pensamientos, no se presentan de una manera lineal, y esa relación de interconexiones me tranquiliza, así como los saltos temporales, que son un recuerdo de lo humano que somos, con nuestras dudas, olvidos, fantasías y proyecciones. ¿El viaje interior es bueno hacerlo en tren? ¿Por eso utiliza el estilo de las road-movies? "Deshielo" no es un “road-movie”, aunque me gusten los relatos de viaje porque los diversos paisajes, o el pasaje inagotable de mundos, se mezclan a los laberintos de una subjetividad que aflora cada vez más en su esencia. ¿Cree que su novela tiene más preguntas que respuestas? ¿Cuáles serían las más adecuadas? ¿Vivimos una época de caza de brujas? ¿El ser humano es esencialmente violento? ¿Existe el perdón? ¿Qué significa el regreso? Las protagonistas buscan el perdón, cuando se traspasan todas las barreras, ¿todos buscamos lo mismo? Escribí “Deshielo” pensando en un cruce de “Crimen y Castigo” con una prensa tabloide e implacable, en donde el público no deja de ser protagonista de un juego morboso y populista. ¿En ese escenario, si alguien busca el perdón, que tipo de perdón sería? ¿Un perdón íntimo, ante Dios, o dentro de una esfera pública, declarada, que le permita reingresar a la vida social, que le garantice un futuro? Creo que mis personajes viven el duelo, y a través de la pérdida hay la búsqueda constante de una respuesta. Quizás juntas alcancen su propio perdón. Puedes comprar el libro en:
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