No menciono los distintos premios y reconocimientos porque nos alejaría del propósito primordial, pero a la vez nos indica que estamos ante un autor de primera magnitud. Animal azul es a todas luces un poemario sobre la poesía. Entendiendo que la poesía está en estrecha unión con la vida y la experiencia interior de los seres humanos, aunque escape a nuestra propia comprensión. El poema inicial nos pone las cartas sobre la mesa, en primer lugar, porque es un poeta auténtico sin artificios, luego porque recalca la aplicación práctica del Humanismo Solidario y finalmente porque se sirve contemporaneizar el silencio y el paisaje de la tradición poética. De igual modo, se advierte que los poemas no se titulan, en una clara voluntad cómplice de libertad con lectores y lectoras además de enfatizar esa fuerza expresiva presente en la desnudez formal: “Oye la sílaba que late,/la que contiene la luz/del poema./Sobre ella se alza/esa intimidad,/esa transparencia,/ese animal azul al que/roza a veces la palabra./No esperes más./El poema,/como cualquier otro ser,/es finalmente incomprensible.” Ahondando en la lectura, constatamos que la poesía no sólo constituye el objeto de reflexión sino que es una vía de conocimiento, es decir, una forma sensible para interpretar, calibrar, evaluar la realidad. Por tanto, el aprendizaje y también el desaprendizaje jugarán un papel relevante. Nos da cuento de ello, el segundo poema del volumen: “Si mi voz desaprendiera las palabras,/o aprendiera a decirlas de otra forma/y ya no me dolieran/como si tuviera carne en ellas.” Una propuesta poética que manifiesta el deseo y la necesidad de seguir aprendiendo, conociendo y pensando la vida desde una perspectiva plena de cordura y ternura que se intensifica con un ritmo versal que escapa de moldes establecidos y nos sugiere una búsqueda intensa, consciente y vitalista del texto y su contexto: “Escribe despacio,/hundiendo las palabras/hasta que tiemble la vida”. Quisiera establecer un paralelismo con lo que María Zambrano, tan clarividente como rigurosa escribió sobre la poesía de Antonio Colinas. De hecho, “esa poesía de lenta y pausada gestación, se destaca en el panorama de la poesía actual justamente por haber ido paso a paso, porque el poeta la ha dejado crecer sin forzarla. Ha sabido permitir a su poesía su propio tempo”. Sin duda, la poesía de Gaitán muestra respeto y gratitud hacia la poesía pura, prolongando el verso de Juan Ramón Jiménez: “¡Inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas!”, para en el camino de creer y descreer, aprender y desaprender, señalarnos “que del poema solo se oye/esa luz que no sabe nombrar”. No obstante, también nos hace hincapié en una consideración tan original como singular, tal es la condición del “oficio”. El poema, sus silencios elocuentes, sus palabras rebeldes, todo ello como oficio. Un poeta que se compromete de manera honesta con la palabra.
En el diálogo que el poeta mantiene con el poema, su génesis y su proyección, poderosamente simbólico y expresivo puede resultar lo breve, el vacío, la soledad. El poema que aparece humanizado en muchas fases (se acerca al poema, lo oye tiritar, protesta, miente...) y que remite a la instantánea casi pictórica cuando no cinematográfica del mito de Prometeo, robando el fuego a los dioses para dárselo a la condición humana. Una riqueza simbólica y una polivalencia casi inextinguible que apreciamos con toda su belleza en el duodécimo poema: “Escribe el poema como se prende una hoguera./Procura la luz, no la flama./El poema ha de ser una lumbre, no un incendio,/una llama frágil que respire”.
Por consiguiente, esta suerte de “mise en abyme”, un fenómeno que puede verificarse ya en el siglo XVII, especialmente en la dramaturgia, encuentra bajo el prisma de la poesía un modo de reforzar la propia percepción de realismo al interrogarse sobre el discurrir de los poemas, la ilusión, el amor, la muerte, la propia realidad y su mismo antónimo. Juan Gaitán articula una poesía despojada de artificios, sustantiva y a la vez simbólica, casi metafísica que, en su musicalidad más rotunda, entiende la poesía no solo como vía de conocimiento, sino también como técnica (recuérdase el concepto de “oficio”) y desde luego como motivación emotiva y comunicación pasional. El paréntesis didascálico tan manifiesto en el teatro adquiere aquí una categoría que traspasa su propia referencia. El poema 15 es una buena muestra de ello: “el cerco de silencio de la tarde,/(su interior de agua)/las pisadas azules de la gata,/(su voz de espejo)/la constancia luna de la penumbra,/(su ancho olor a tiempo)/ van tendiendo las hebras del poema”.
Un poemario que merece una lectura detenida porque restituye con elegante y natural exactitud la complejidad de la condición humana y de los mecanismos poemáticos en el seno de lo universal, en las variables existencialistas y en lo inalcanzable.
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