- ¿No decías que nos podíamos bajar del tren cuando tuviéramos el culo pelado del asiento?
- Ni de coña, tía. Tenemos billete hasta el final. Desde Atocha hasta el infinito y más allá. Disfruta del viaje, porque éste es un tren sólo de ida; sin retorno. Como en tantas cosas de la vida, tú no decides en qué parada te apeas. Está escrito en las estrellas, Vani.
- ¡Joder!, me molaba al subir, Puri; ahora no estoy tan segura. ¡Y va a timbote bonete! Hay pocos asientos vacíos y las caras me suenan… ¿Será porque estamos en la edad dorada?
- Lo vas pillando, colega. Están todos los que nos han acompañado en este peregrinar, como el tío rubio que se bajó en Zaragoza. Era divertido contando chistes y sabía de música de los setenta; entonces éramos muy jóvenes y llevábamos coletas; queríamos hacernos mayores, nos reíamos de todo y las ilusiones estaban intactas porque la vida estaba por estrenar. Ahora pienso en lo maravilloso que tiene la juventud por la ingenuidad de creer que, a la vuelta de la esquina, nos esperan grandes cosas, que estamos iniciando una aventura repleta de sorpresas. Pensándolo bien, eso ya pasó hace mucho tiempo y no lo añoro. Sé que volvería a cometer los mismos errores una y otra vez y no me seduce la idea de retroceder.
- ¿Ni siquiera un poquito? A mí me van gustando más las tías de pendientes largos y zapatos de plataforma que subieron en Tarragona. ¡Menuda panda de mujeres guayyyys llenan el vagón tercero! Espero que lleguen hasta París, porque se enrollan cantidad y parecen legales.
- Creo que alguna se baja en Barcelona, otras en Girona y las menos llegarán hasta Perpiñán. También a ellas las iremos perdiendo por el camino; mientras tanto, aprovecha la clarita, y agradece la suerte que hemos tenido de conocer la amistad verdadera que no necesita del roce diario. Mucha gente ni la huele, aunque se rodee de alabanciosos y pelotas a cascoporro. Nunca nos vivieron como amenazas, por eso sé que el cariño es, y ha sido, verdadero.
- Mola no haber sido tías triunfadoras ni vanidosas, sino del montón; pero auténticas y, en el fondo, buenas y legales. Decían las monjas que en el término medio está la virtud. Me descojono, a la vejez vamos a ser virtuosas.
- Mayormente, tía. ¡Jo, Vani! ¡También se larga el moreno de los ojos grandes! ¡Ese besaba que te cagas! Pero era más infiel que los de las bombas. Me da que esa tropa abunda más de lo que creía; se cambió pronto a la marca blanca. ¡Mira que dejar el Fairy! Con lo bien que quita la grasa…
- Más se perdió en Cuba y volvían cantando. No se puede atar a nadie. Cada uno tiene que encontrar su camino. Eso también está escrito.
- Pues mira que tiene curvas este recorrido y aún no hemos llegado a Montpellier. Seguro que aquí perdemos a la mitad de los colegas.
- ¡Si! ¿pero ves que cantidad de maletas hay en el andén? ¡Otros están subiendo!
- Eso quiere decir, que a la vez que vas dejando gente atrás, dejan hueco para que otros entren en tu vida.
- Exacto, colega. El corazón es muy grande y cabe mucho amor, pero cuidado con llenarlo demasiado porque se puede romper. Hay que airear los afectos, destapar el interior para dejar que salgan los miasmas. Siguiendo a Thomas Sydenham y Giovanni María Lancisi, hay que abrir bien las ventanas para que se piren las emanaciones fétidas de suelos y aguas impuras que son la causa de todas las enfermedades.
- ¡Eso me gusta, tía! Nos está mirando aquel de la esquina que tararea por lo bajini, seguro que es de los que te regalan el oído y te dice cosas bonitas.
- Me gusta, y mucho, pero ese se queda en Lyon. Tampoco llegará a París.
- A este paso, vamos a llegar solas. ¿No podemos quedarnos con nadie? Tal vez con aquel que tiene ojos soñadores y lleva un libro en la mano…
- Nadie posee a nadie, se largará cuando quiera, porque es libre y puede decidir, aunque se equivoque. Todos estamos solos; vivimos solos y solos moriremos, aunque compartamos el viaje con personas a las que queremos y nos quieren. Ni siquiera poseemos a los hijos. Si tienes dos dedos de frente, los educarás para que vuelen por sí mismos sin atarlos a tu mandil. Como hicieron contigo.
- ¿Y qué nos queda, Puri?
- Hazte amiga de Soledad, nunca te abandonará y siempre estará a tu lado. Cuando seas capaz de valorarla, te darás cuenta de que siempre fue tu mejor amiga, que caminó a tu lado sin pedirte nada a cambio, como una sombra de la que no puedes desprenderte. Deja que se vayan bajando, deja que se alejen en paz. No alberges ira, ni odio, ni rabia. Y vuelve una y otra vez a donde fuiste feliz. Tal vez así encuentres ese equilibrio que tanto añoras.
- Ya veo la Torre Eiffel, Puri, y nos han dejado casi solas en este tren. Creo que yo también tengo ganas de bajarme ya, la mochila pesa y hace daño, aunque cada vez sea más liviana. Me duelen los ojos, me duele el corazón, me duele la vida, pero lo peor es la tristeza que va campando a sus anchas y lo inunda todo; no sé cómo arrancarla. Estoy cansada. No sé si puedo seguir.
- ¡Es París, tía! ¡Arriba! ¡Entramos en la estación París Gare du Nord! Ha sido un buen viaje. Lo hemos pasado bien y los compañeros han sido cojonudos.
- ¿Y podemos celebrarlo con una buena botella de Dom Pérignon?
- ¡Por supuesto, colega! ¡Jamás olvides que… lo más importante eres tú! ¡Y brindaremos también por todos los que nos han hecho compañía a lo largo del camino!
- ¡Joder! ¡que el tren no para y no vamos solas! Está el soñador, unas cuantas tías enrolladas… y un vagón entero de incondicionales… la familia, que siempre estuvo, está y estará.
- El champagne tendrá que esperar, de momento, nos conformaremos con cava. Por ahora, continuamos el viaje.
- ¡Ahí lo dejo!