El nuevo poemario de Francisco Acuyo sorprende y fascina al tiempo que nos sumerge en un mundo lleno de fantasía, magia y profundas reflexiones sobre la condición humana. El título nos orienta en ese proceder, acaso nos identifica el eje constructivo del poemario. Suites que nos remiten al mundo musical, al barroco en especial, en tanto en cuanto la suite barroca se identifica por danzas que se inician con un preludio y que en la búsqueda del orden irá creando un contraste entre tempo y métrica. Al esquema razonado y trabajado de esas breves piezas musicales le conferimos una categoría más espectacular, revestida de habilidad, ingenio, subjetividad, narratividad; una categoría que nos hace creer lo imposible como real. Un ilusionismo que impregna la serie de suites y que, a través de cuidados versos y metáforas precisas nos invita al universo donde los límites entre la realidad y la ilusión se desvanecen. El lenguaje poético de Francisco Acuyo se distingue por lo infinitamente preciso y lo marcadamente sensual. En esta experiencia poética donde las palabras traducen la esencia de la emoción, comprobamos cómo el autor explora universales preocupaciones, el amor, la soledad, la pérdida, la búsqueda de lo trascendental. Añadimos, que a la polifonía erudita, caracterizadora de su escritura, se le asocia un humanismo solidario que se evidencia en dedicar cada composición. El preludio precisamente, invoca a una excepcional poetisa, Rosaura Álvarez, que nuestra poeta imagina en su carmen, frente a la Alhambra, cuartetas que nos muestra una paleta de colores y un indiscutible juego de luces y sombras. El poemario cierra con un apartado “La réjouissance”, una danza francesa, alegre, festiva que se intensifica en el título del poema “Desde lo alto (Rondó)”. Un poema que simultanea esa forma de baile que se basa sobre todo en la repetición. El concepto de posicionamiento o de mirada al mundo del yo poético va alternando el vacío y el vuelo de pájaros azules, lo lejano y lo cercano, la ingravidez y el movimiento, la ausencia y el camino. Bellísimo poema dedicado a uno de nuestros investigadores y escritores más brillantes, cuyos estudios sobre la lírica áurea, el siglo o literatura contemporánea, son sencillamente tan indiscutibles como imprescindibles, tal es Antonio Carreira. En cierto modo, coprotagonista del poemario, pues como nos indica Francisco Acuyo en su blog “Ancile”: “La idea partió de una dedicatoria que hace tiempo me escribió el maestro filólogo Antonio Carreira, cuando me decía que era un poeta crepuscular, literalmente, habida cuenta de lo que hoy, con la supuesta modernidad y posmodernidad se mal entiende como poesía.Así como la illusio-ionislatina, ilusión, engaño, acaba derivando en el verbo illudere, formado con el prefijo in- y el verbo ludere, jugar, de esta suerte el conjunto de poemas es en verdad un juego que sigue la etimología a pie de la letra y quiere significar jugar contra, o hacer mofa de la propia ilusión que puede parecer la vida, y como toma cuerpo de realidad vívida a través del amor y de la amistad. El último ilusionista, quizá porque me siento como el raro que todavía cree en la sustancialidad de la poesía para hacer de ella un camino, una vía de sentido y significado, y donde la búsqueda y la percepción de la belleza es una senda de verdad que nos comunica con la realidad de lo bello (junto al sufrimiento) como lo más genuino del mundo”. En definitiva, con mayor precisión nos lo detalla el poeta. Ciertamente, cada suite es un acto de magia y a la vez un perfecto ejemplo de técnica escritural, no sólo por el elegante conjuro de las palabras sino por la singular invocación de sensaciones que se adentran en lo enigmático, lo onírico, lo natural para abordar la naturaleza efímera no ya de la existencia sino de sus representaciones. También se nos recuerda que ilusión y realidad se entremezclan inseparablemente, tal vez, porque se trata de encontrar significado en el mundo que nos rodea. Un canto a la otredad y una certificación sin parangón de la paradoja como ley definitoria de nuestras vidas. En cualquier caso, introducimos la duda razonable, que puede oscilar de lo escéptico a lo metódico (el poeta nos lo recuerda en “la soledad de lo efímero/nos musita: recordar/el pienso luego existo,/niebla se vuelve falaz)”.
El poema “Escenario vacío (corrente)”: “El azar seguro,/razón sin sentido./Las calles vacías/hasta el infinito.../No.No hay dos mundos./El ser no es distinto/de la nada porque/es fin y es principio”.
Al mencionado eje constructivo de Las suites del ilusionista, a zaga de huellas renacentistas y también gongorinas que nos muestran el camino para antítesis poderosas y un recurrente oxímoron que nos deslumbra. Silencio y soledad, silencio atronador y soledad sonora y hasta la soledad de lo silencioso a la que paralelamente se le une un “contemplo la vida en vuelo”, todo un conjunto omo el combinado de observación y contemplación que es marca imborrable del proceso creativo y de la conciencia.
Por tanto, el lector interesado debe hacer lo posible y lo imposible por tener este poemario en un destacado lugar de su biblioteca, por su belleza y su profundidad. Quizá la crítica debería fijarse en la solidez de la trayectoria de Francisco Acuyo.
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