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Las siete partidas
Las siete partidas

¿Qué hacemos con las palabras?

sábado 21 de octubre de 2023, 07:06h

Palabras y más palabras: la palabra proferida, la silenciada, la palabra traducida y la interpretada. Esa palabra que nos ahoga…

Escuchamos palabras, muchas. La palabra fija realidades, tiende puentes y quiebra barreras. Hablamos y lo hacemos desde nuestras entretelas; creamos redes verbales llenas de sentimientos, afectos y desencuentros. La palabra pronunciada a voz herida, la que se escapa a puro grito y la que clama reflexión.

Contamos sentires y expresamos quereres; la palabra que entendemos y la que nunca llegaremos a comprender.

El abismo entre la comunicación o la ignorancia. Somos seres sociales y necesitamos establecer canales: el lingüístico, imprescindible, y el cultural, sin lugar a dudas. Ahí tenemos el binomio abierto por el que se escapan ideas, prejuicios, deseos, pensamientos, ilusiones y vida.

El ser humano posee la capacidad de desarrollar estas coordenadas con el fin de aproximar al otro, y así facilitar la sonrisa facial, reflejo del entendimiento mutuo.

En alguna ocasión he hablado del papel mediador que cumplen traductores e intérpretes. De su relevancia en la actualidad; resulta necesario traducir e interpretar textos, informes, discursos, acuerdos y resoluciones, mensajes privados y consensos colectivos.

Mucho se nombra el cliché de la “torre de Babel” y la imaginación febril de quien suscribe estas líneas se desboca provocando fotogramas caotizados en un batiburrillo de márgenes sin definir, un totum revolutum cuya confusión solo conduce al marasmo.

Si ya Alfonso X en sus famosas Partidas animaba al estudio y al trabajo conjunto entre discípulos y maestros, o Cervantes instaba a la impresión de libros en su obra canónica, si el Padre Benito Feijóo se esforzaba denodadamente por desterrar supercherías o José Cadalso describía viajes y costumbres, sería porque ellos entre otros muchos algo sabían de tradiciones, cultura e idiomas…cada uno en su género, desde su esquina literaria: leyes, teatro, novelas o cartas.

Fueron algunos de los pioneros que anhelaban la luz en ese galimatías que provoca el fruncimiento de quien ignora los entresijos de mensajes imposibles de descifrar.

Por eso, hemos de pensar en una lengua con palabras; dicha afirmación no debe considerarse perogrullada. Traducir e interpretar consiste es emplear la palabra como portadora de la idea: única llave para abrir y explicar conceptos, para visualizar obras y acciones, para testificar a los demás lo material y lo espiritual. Quevedo, Montaigne, Unamuno…versaron y fabularon con palabras plenas de verdad, crearon mundos propios de la naturaleza humana convencidos de que el hombre lo es por la palabra, auténtico y genuino instrumento para mostrar nuestra propia forma de percibir el mundo, por lo tanto, el reflejo cultural de una sociedad en un momento determinado.

París acoge una institución, en la que he impartido varias conferencias hace unos días: el antiguamente llamado Institut Supérieure d’Interprétation et de Traduction (ISIT), que hoy recibe el nombre de Institut de Management et de Communication Interculturels.

Muy interesante si analizamos la nomenclatura actual según lo que venimos contando.

Creo que no es muy arriesgado afirmar que la palabra es mitad de quien habla y mitad de quien la escucha: “et voilà”: traducir e interpretar consiste en transmitir, avanzar en el conocimiento del otro y de su contexto, es decir, descubrir sus particularidades e ir más allá de la “aldea”, para evitar el etnocentrsimo y provocar sinergias, movimientos continuos entre emisor y receptor, llegar a los demás en su más amplio sentido.

Para la comunicación se precisa un nutrido bagaje cultural, una buena dosis de intuición, de creatividad, incluso ciertas dotes de improvisación en tiempos de globalidad, una época de ausencia de fronteras idiomáticas en que traducir e interpretar favorece el vínculo entre diferentes modelos de sociedades, que se manifiestan por medio de su lengua; la misma expresión “cultura velada” (hidden culture) refleja la imposibilidad de transmitir una lengua sin hacer continua referencia a la cultura de sus hablantes.

La palabra que une, siempre, la palabra serena que conduce a la paz.

Ojalá que estas palabras no se las lleve el viento y permanezcan en nuestra memoria y sobre todo… en el corazón.

(Este artículo está dedicado a mi amiga Cris Echegoyen, intérprete en instituciones internacionales)

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