«Soy judía, coja, lesbiana», así se definía cuando antes de conocer a Paul descubrió que sería escritora tras el encuentro casual que tuvo con Céline en un barco con destino a Nueva York, tras ver éste cómo ella leía su novela Viaje al final de la noche. Un encuentro fortuito que le cambió la vida. Algo parecido a lo que le ocurrió en el viaje a Centroamérica que hizo junto a Paul Bowles y otros amigos. Amigos que con el paso de los años se nutrieron de almas gemelas que exploraron en la literatura una forma de entender el mundo y de reencontrarse a sí mismos. De entre esos amigos destacan Truman Capote que, cariñosamente, la llamaba «cabeza de gardenia»; o Emilio Sanz de Soto que, cada vez que la veía perdida por las calles de Tánger, la ayudaba a llegar al lugar a donde se dirigía, aunque fuese a su propia casa.
Jane, nacida como Auer en Nueva York un 22 de febrero del año 2017, y fallecida un 4 de mayo de 1973 en Málaga como Bowles, tras su matrimonio con el escritor y músico Paul Bowles —su marido desde el año 1938— es una leyenda que sigue viva en la ciudad de Málaga y forma parte de ella y su vida cultural. Sí, es cierto, Jane Bowles sigue viva en la ciudad de Málaga, porque aún resucita su leyenda más allá de la tumba que la cobija cada vez que alguien va a visitarla a esa atalaya del pasado que representa el Cementerio de San Miguel. Un promontorio silencioso que se eleva sobre una de las colinas que circundan la ciudad de andaluza, y se erige como punto de encuentro entre su recuerdo y su figura tanto humana como literaria. Un punto de encuentro que el matrimonio Bowles convirtió en el más puro y legendario de los reflejos, pues gracias a ellos el lazo de unión entre las ciudades de Tánger y Málaga es sempiterno e infinito, como la llamada a la oración del almuecín, o el sonido de las campanas de las iglesias malagueñas antes de comenzar la misa. Ecos que trascienden la barrera de los mitos y se solapan con las identidades culturales de ambos lados del Estrecho.
Jane, cuya biografía está marcada por una obsesión: la de huir en busca de su salvación. Una salvación que indagó a través del signo de su originalidad: sencilla y extravagante, rompedora y tranquila, desdichada y feliz. Un universo en el que surgía todo a la vez. Un mundo que ahora, en parte, se vuelve sobre su legado, su figura y su obra. Cincuenta años después de su muerte, el 4 de mayo de 1973 en Málaga, el ayuntamiento de la ciudad le ha vuelto a rendir homenaje a esta original escritora. Dura en su vitalidad transgresora y frágil en su naturaleza física. De ese binomio tan intratable como inabarcable nace y se erige su gran figura que, con el paso del tiempo, se ha levantado sobre su propia desdicha para conformar su leyenda literaria. Una leyenda que huye de su debilidad y la reconvierte en un mito firme con pies de acero. Un mito que recoge el resultado de aquello que sembró en vida: una genialidad a prueba de desatinos y equivocaciones. Una leyenda que en su época precedió a los beatniks y a los hippies que acudían a visitarlos al inmueble Itesa de la ciudad tangerina.
Jane, como musa impulsora de la obra literaria de Paul, pues el músico y escritor norteamericano apenas escribió tras su muerte, lo que nos lleva a intuir que él escribía para ella. Un impulso que, por otra parte, fue mutuo, dado que la producción literaria de Jane se circunscribe a los primeros años de relación con Paul. Ambos, en ese sentido, se necesitaban el uno al otro y se comportaban como almas gemelas que, por muy distantes que estuviesen físicamente el uno del otro, permanecían unidos por una lealtad inquebrantable, y un amor —fraternal si se quiere— que perduró a lo largo de sus vidas, como queda reflejado en el poema Casi nada que Paul la escribió en el año 1975:
«Al principio había barro, y el sonido de la respiración,
Y nadie sabía dónde estábamos.
Cuando lo averiguamos, era demasiado tarde.
Nada puede ocurrir ya salvo como ha de ocurrir.
Y además, estaba solo y no importaba.
Sólo porque entonces nada podía importar.
***
Creíamos que había otros caminos.
La oscuridad quedaba fuera.
Nosotros no somos eso, decíamos. No está en nosotros (…)
***
Hubo un tiempo en que la vida era más alegre.
Bebíamos aún el agua del lago,
El cubo salía fresco
y fragante con el olor a agua profunda.
La canción se oía en todas partes aquel año, un absurdo estribillo:
Parece tanto tiempo, y no lo es.
Parecen tantos años,
y tal vez sea uno.
Cuando los árboles estaban allí me preocupaba que estuvieran allí,
y ahora han desaparecido.
Para salir tomamos la senda que rodea el pantano.
Cuando emprendimos el viaje de regreso la marea había subido.
Había otro camino pero quedaba muy arriba y era difícil llegar.
Así que esperamos aquí, y todo sigue igual.
***
Había muchas cosas que quería decirte
antes de que te fueras, y ya nunca te las diré.
Aunque el sol inunda la terraza
formando las mismas sombras en los mismos sitios,
sólo lo veo yo, sólo yo oigo el viento
y es demasiado fuerte.
El mundo hierve de palabras. Perdóname…»
Jane, cuya obra literaria le sirvió de válvula de escape a sus miedos y obsesiones. Una obra perversa e inocente a la vez, en la que tienen un papel principal la opinión que Paul Bowles esgrimía sobre todo lo que ella escribía, tal y como se refleja en sus cartas. Al igual que su madre, que la quiso esculpir a su imagen y semejanza, y que sin embargo más tarde, abandonó cuando se casó con su segundo marido. Una obra literaria que, como dijo el escritor Vicente Molina Foix en las jornadas El mundo de los Bowles celebradas en la ciudad de Málaga del 5 al 8 de abril del año 2010: «Tiene dos poderes. Hablar de ella misma a través de personajes y situaciones que son muy diferentes a ella, porque tú siempre ves el espíritu de ella en los libros. Y el segundo es que es una literatura inquietante». Tan inquietante como su figura y su legado, que siguen intactos 50 años después de su fallecimiento en la ciudad de Málaga.