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Ray Loriga, "Cualquier verano es un final": la banalidad de la muerte

sábado 16 de septiembre de 2023, 10:26h
Cualquier verano es un final
Cualquier verano es un final
Algo cambia cuando en la frontera de la muerte una luz, inesperada, nos muestra el camino de vuelta hacia el mundo de los vivos. Un no final que nos obliga a concebir la vida de una forma distinta, por esa innata fuerza que tiene la determinación de la supervivencia. Nada es igual tras esa experiencia que nos recuerda la debilidad de nuestras determinaciones y, sobre todo, de nuestra existencia.

Arribar de nuevo a puerto conlleva la necesidad de volver a empezar y verlo todo desde la incredulidad del que se siente un héroe interior si serlo. Ante esta disyuntiva caben varias opciones o caminos. Uno de ellos es el de proclamar la importancia de la vida, y a su vez, la banalidad de la muerte. En este término es donde Ray Loriga sitúa la acción y la esencia de su última novela, Cualquier verano es un final, donde el autor madrileño vuelca su experiencia vital a la que se tuvo que enfrentar justo antes de que fuésemos encerrados por la pandemia. Un viaje de vida o muerte que él venció con la certeza de que no hay que tomarse en serio a uno mismo, y menos, cuando la guadaña se acerca a nuestro cuello. En este sentido, la historia de amor y amistad entre Yorick y Luiz es el resultado de ese desapego. Un desapego plagado de desconexiones y situaciones que evitan la gravedad o la trascendencia en loor de la sencillez de esa amistad platónica que Yorick expresa sobre Luiz. Una vaguedad que despoja de todo interés literario a la novela y convierte a su título en lo mejor y más acertado de la misma. Es cierto que la capacidad metaliteraria que Loriga vierte sobre la historia que narra, trata de evitar esa falta de intensidad narrativa: «Les contaré lo peor que me ha pasado: confundir, en un sueño, una oca con un alce después de haberme obsesionado durante muchos días y sus correspondientes noches con un poema de Elizabeth Bishop. Según parece, hay que fijarse en los detalles. La realidad tiene engranajes y piezas muy pequeñas». Y es en ese engranaje de las piezas pequeñas donde Loriga se pierde a través de una secuencia de situaciones que se nos antojan caprichosas e inverosímiles, cuando no banales, acerca de lo que es la vida y la muerte, lo que no dejar de sorprender por la cantidad de comentarios elogiosos que el autor ha recibido por esta fallida, sin duda, novela. Y cuya única salvedad, tal vez se centre en el efecto doble que el escritor establece entre los dos protagonistas —caprichosos y hedonistas en grado sumo—. Un planteamiento que nos lleva a pensar que ambos personajes son una única persona, en la que Yorick se desdobla en Luiz en aquello que quizá siempre quiso ser sin lograrlo. En esa multiplicidad es donde Loriga explora de nuevo la frontera entre realidad y ficción que tanto atrae a muchos lectores, lo que sin embargo delimita su capacidad literaria de abstracción en beneficio de la historia que se nos quiere contar, y además, lastra su experiencia lectora, La literatura es literatura en sí misma sin más, y sin esa necesidad —ajena— de explorar aquello que hay de autobiográfico en cada novela, pues todo es vida: real o ficticia.

Cualquier verano es un final es el reflejo de una sociedad en constante huida hacia el abismo. Una sociedad que trata de evitar el dolor, la muerte o la realidad en pos de un buenismo cada vez más lastrante y agresivo. Un buenismo que poco a poco está construyendo una posverdad que sólo existe en un mundo digital plagado de insulsas fotos y falsas sonrisas. Un hedonismo hueco y sin sentido al que Loriga ha intentado tratar con cierta ironía. Un matiz inteligente que, sin embargo, se difumina en una trama caprichosa y sin sustancia, de la que sin duda su mejor arma es su punto de partida: su título.

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