Sumo extranjero es un libro difícil, pero en el mejor sentido de la palabra. No es rebuscado, ni caprichoso, es, simplemente, un libro diferente e inesperado, que exige una mirada diferente. El libro cuenta con una magnífica introducción de la escritora y estudiosa Janette Becerra, así como con un extenso glosario de terminología japonesa que Pol integra en sus relatos con naturalidad pasmosa. Pero que no se intimide el lector en potencia de estas páginas: los microrrelatos fluyen deliciosamente, escritos como lo están en un lenguaje que parece nuevo, recién parido: un origami que los lectores vamos desdoblando para descubrir nuevos registros del sentido y el sentimiento. Confieso que no necesité ver el glosario ni una sola vez, aunque lo hice con mucho gusto al terminar el libro, para corroborar algunas cosas, y por simpe curiosidad.
Es siempre emocionante y es siempre un riesgo salirse del género. En el caso de Pol, este deslizamiento aparece muy natural puesto que, si bien el microrrelato exige un lirismo otro, un narrar distinto, el autor se mantiene firme en su proyecto de continuar explorando lo que él ha denominado “poesía etnográfica”, esto es, “una poesía que le permita al lector vestirse de otra piel, en esa otra realidad” dado que, continúa Pol, “el cronotopo percibido, en contraposición al físico […] es vital para la literatura” (Entrevista con Román Samot, citada en Sumo extranjero, 8). No todo escritor tiene una visión tan clara y consistente de su obra, de lo que se propone como artista. Pol no sólo entiende su proyecto, también ha sabido ejecutarlo en estos 82 microrrelatos en donde nos acerca a un universo que, al menos yo, desconozco por completo. Me interesa cómo para Pol lo extranjero no tiene sólo que ver con otros grupos y otras culturas, sino que está atado a la idea misma de la literatura como algo necesariamente lejano, extraño. Ese es, para mí, el verdadero sumo extranjero. La creación de ficciones necesita de esas distancias, alejamientos, incomprensiones incluso, fronteras que se mantendrán como fronteras. Lo que se percibe, lo que imaginamos saber, lo que inventamos en nuestra búsqueda de saber, es vital, acierta Pol, para la creación literaria.
Sumo extranjero es un libro valiente por muchas razones. Es refrescante toparnos con un libro como éste dado nuestro momento histórico, dado el riesgo que implica “vestirse de otra piel” cuando las acusaciones de apropiación cultural están a la orden del día. Claro que Pol no se apropia de nada, no explota ni tergiversa esas vidas inventadas por él, sino que les construye un puente, los acerca a nosotros sin juicio ni prédica. Es valiente, además, sugerirle al lector de ciertas latitudes que se interese en otros modos de vida y de convivencia, otros sistemas de valores, tradiciones, obsesiones. Los lectores solemos ser perezosos y etnocéntricos, pero Pol nos tiene fe. En estos microrrelatos el autor logra poner de relieve cómo en las diferencias emerge lo humano, cómo se forja, desde tantos lugares, lo universal que no tiene que borrar fronteras para servirse de lo común. Y acaso lo más común, lo que nos hermana a todos sin importar la esquina del mundo que habitemos sea tener que vivir dentro de un cuerpo y en proximidad a otros cuerpos. No hay duda de que en Sumo extranjero la carne que sufre o que goza, que se endurece o se derrumba, es central. Como buen antropólogo, Pol no sólo incluye un glosario, también detalla recetas, dietas, insumo de calorías, hábitos sexuales, combates, castigos, disciplina, enfermedades… en fin, todo lo que atraviesa un cuerpo.
Los personajes, sabemos, son extranjeros, sumos extranjeros que llegan no se sabe exactamente de dónde, pero llegan con sus distintas nacionalidades, historias, situaciones, personalidades y retos, con el objetivo de convertirse en sumos. Más que personajes bien delineados, los luchadores de estas páginas figuran como esbozos, fantasmas siempre a punto de borrarse, expresando muy bien la condición del inmigrante que se pierde entre tareas triviales, entrenamientos, combates y dramas personales. El relato “Itadaki Masu”, es un ejemplo de cómo Pol logra sintetizar al menos un aspecto de la situación del inmigrante: “Tanikaze llevaba su religión en el fondo de su alma. Nadie tenía que saber. Con que él supiera era suficiente” (68). En unas pocas líneas Pol captura la esencia de ser extranjero: callar, ocultarse sin dejar de ser lo que se es, ofrecer dos rostros, guardar lealtad a lo que reconocemos como verdadero, mientras vivimos en otra parte, rodeados de elementos que pueden llegar a mutilarte el alma: “Antes de sucumbir al sueño, fingía estar dormido para orar […] Oraba, pero no pasaba desapercibido. Su estado de contemplación emitía una energía diferente […] Iba los mercados budistas frente al templo y recordaba a su madre leyendo el pasaje en que Jesús echó a los infieles del templo” (68). No todos los sumos extranjeros son iguales y eso es algo que a Pol le interesa destacar: la diversidad dentro de un grupo tan específico y los distintos modos en los que el inmigrante se mantiene fiel a sí mismo.
Uno de los motivos recurrentes en Sumo extranjero es la tensión/ armonía que existe entre los cuerpos de los sumos y las mujeres que se atreven a gozar de ellos, ya sea por propia determinación o por error. Nos topamos con escenas en las que un sumo se niega a pagar por romper una silla en un bar, o por dislocarle la cadera a una prostituta, accidentes que le pueden pasar a cualquiera que pese más de 400 libras. Por otra parte, en el relato “Kazan”, la esposa de un hombre importante que asiste a uno de los combates es impactada por el cuerpo de un luchador: “Por dos segundos ella sintió en sus frágiles huesos el peso de un volcán, la roca vívida de sus músculos, el aliento que exhalaba fuego, la fusión de la receta vivificante del chanko nabe de su establo, la firmeza en el amarre de su pelo. No hubo noche del resto de su vida en que pudiera dejar de pensar en su cuerpo” (23). La erótica del combate y de los luchadores salpica a la audiencia, y a nosotros los lectores que sentimos también el placer con el que Pol narra las vicisitudes y las recompensas que llega a padecer un cuerpo.
Siento, al leer estas páginas, que mientras los hombres parecen seguir un rigor, una disciplina necesaria para su subsistencia como luchadores, a las mujeres las rige la astucia y el deseo. Es interesante que el cuerpo femenino, si bien descrito casi siempre como pequeño, frágil, delicado, parece tener mucha más agencia, voluntad y efectividad que el de los hombres. Son ellas, en muchos casos, las responsables de que el cuerpo del hombre falle. A veces a propósito, a veces accidentalmente, la presencia de las mujeres en Sumo extranjero es vital para entender los límites, riesgos, fortalezas y debilidades del cuerpo. Por ejemplo, en el relato “Beya”, una mujer va al supermercado y se contagia con el alimento que ha sido tocado antes por una persona enferma. Al llegar a casa, ya enferma, su esposo no puede contenerse y le hace el amor “brevemente”, y así, “mientras ella recibía su semen, él recibía el virus de lo profundo del aliento de su mujer […] Cuando terminaron de comer, el que fregaba olvidó lavar la cuchara del dueño del establo impregnada de semen y virus […] A los varios días, aquel pequeño virus había tumbado al suelo a todos los febriles gigantes” (87). No es que la mujer sea el virus, se trata más bien de rescatar el rol del azar y el hecho de que todos, por el simple hecho de tener un cuerpo, sin importar el tamaño, somos portadores de placer o de desastre. En otro relato, “Fugu”, una mujer despechada planifica envenenar a su esposo tras éste haberse enamorado de otra. Una vez pasado el coraje, la mujer desiste de su plan, pero ya es demasiado tarde. El cocinero encuentra el plato sazonado y procede a cocinarlo y servirlo antes de que ella pueda deshacerse de él: “Cuando bajó de la azotea recogió su maleta y bajó a la primera planta. Todos los sumos, junto a su marido, yacían en el piso con la boca abierta y las manos enraizadas, como si a sus ojos caminara la diosa de la muerte” (78).
Pero no todo es despecho, azar o error. En los cuentos Matcha I y Matcha II, leemos cómo se enamoran Mío, una chica que mide cuatro pies y cinco pulgadas y Chiyonofuji, un hombre que mide seis pies y cinco pulgadas. Él es fuerte y pacífico, ella es agresiva, el espíritu no parece caberle en el cuerpo. A veces, ante las frustraciones de su mujer, Chiyonofuji presta el cuerpo para el desquite: “Lo mordía como una niña muerde una galleta. Le caía a cachetadas, pero, aunque quería agraviarlo o lograr de él alguna reacción, lejos de eso, lo excitaba. […] Cuando ella perdía el control y lo arañaba, él comenzaba a abrazarla” (96). Pol logra un gran balance entre la pasión, la ternura y la violencia que domina los encuentros amorosos de los relatos. En el cuento “Shinjuku no yoru” dos atletas, un hombre y una mujer que se conocen en unos Juegos Olímpicos (ambos sendos ejemplares de su raza) llegan a destrozar la sala de un karaoke en un momento de pasión: “No recuerdan cómo demolieron la habitación, si fueron las técnicas de sumo o el amarse violentamente. Pero recuerdan vívidamente la música de heavy metal de fondo y que estaban desnudos en el piso mientras los empleados entraban con la policía” (85).
Sumo extranjero es un libro raro, necesariamente extranjero, bellamente concebido desde la poesía y la experiencia poética, que responde al deseo y a la ética de reconocer (más que representar) al otro como otro, sin necesidad de mitigar su otredad sino tratando de entenderla ya no desde una extranjería generalizada, sino desde su particularidad. Julio César Pol nos entrega una experiencia de extranjería que es vital para la imaginación y la creación de nuevas ficciones. El extranjero, nos recuerda este libro, es alguien que aspira no sólo a tener techo, alimento y cópula, sino que es alguien que aspira al reconocimiento, la dignidad, el respeto, el amor.
Me gusta pensar que Pol escogió el tema de su libro y el título pensando en sí mismo. El escritor como extranjero en busca de un lugar, como fundador de lugares otros, él mismo incursionando en un género nuevo, acaso sintiéndose desubicado en esta nueva empresa. Siguiendo la tradición de los sumos que tiran puñados de sal para purificar el dohyo o cuadrilátero antes del combate, apuesto a que Pol ha lanzado también al aire su porción de sal antes de ponerse a escribir, sabiendo que el libro es el dohyo, la escritura el combate de los cuerpos y él, nuestro nuevo Sumo del microrrelato puertorriqueño.
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