En su nueva novela, da un calculado salto experimental que no busca la quiebra cognitiva, sino un impulso desde el extrañamiento, como escribe Alberto García-Teresa en el prólogo del libro. Analiza los retos de la actualidad al detenerse en las consecuencias del productivismo, el calentamiento global, el agudizamiento del paradigma represivo, la exclusión social y la falaz fe en la ciencia como panacea. En la entrevista, nos da algunas de las claves de la novela. ¿Somos más dados a mirar atrás para darnos cuenta de que cometemos los mismos errores…? En este capitalismo depredador en que vivimos, no existe el futuro… No future!... ¿Recuerda cómo nos lo gritaban los Sex Pistols en nuestra juventud…? Esto es lo que se nos repite machaconamente, por activa o por pasiva, desde entonces, a través de la publicidad, del mercado y de la política profesional: “¡No hay futuro!...” Y la mayoría vive en consecuencia, “sin mirar arriba”, ni a su alrededor, ni menos, hacia adelante. Y esto es, justamente, una de las cuestiones que se plantea Un sollozo del fin del mundo, cuáles serán las consecuencias previsibles de esa obstinada ceguera. Por eso, una de las estrategias narrativas utilizadas conscientemente en la novela es la recuperación de la memoria del pasado –por parte, fundamentalmente, de Rebeca Heinz, para su nieto Saúl Bochum–, pero teniendo en cuenta que ese pasado es, en realidad, nuestro futuro inmediato. Y lo he planteado de este modo, de una forma estricta y radicalmente realista, por la razón que usted esgrime y porque, contemplado, así, ese pasado de los personajes, como una realidad histórica y personal ya realizadas, se multiplican exponencialmente los efectos de verosimilización, pues he tratado de deshacer una de las trampas más peligrosas de la ficción fantástica y fantasiosa, a la que nos han acostumbrado: el planteamiento de futuros cataclísmicos, apocalípticos o imposibles, tan ajenos a nuestra realidad real, que no cuestionan nuestra responsabilidad política, como sujetos; ni se pueden conectar, de un modo efectivo, con nuestro presente. ¿Las claves, pues, del presente pueden llegar a estar en el futuro? Es lo que te digo, el futuro es resultado inevitablemente del presente y, por eso, he utilizado la ficción especulativa realista para anticipar nuestro futuro inmediato como resultado de nuestro presente. Matías Escalera ha utilizado varios géneros literarios a lo largo de su trayectoria como escritor. ¿Un sollozo del fin del mundo es una mezcla de todos ellos o, cómo califica su obra? El uso que he hecho de los géneros, desde el principio, a lo largo de mi trayectoria como escritor, ha sido siempre conscientemente práctico y funcional; esto es, he elegido el género adecuado: el ensayo, el teatro, el relato corto, la poesía, la memoria personal o la novela, a partir de lo que quería expresar en cada momento o del tipo de respuesta que quería dar a la exacta coyuntura personal e histórica que vivía y a la que deseaba o tenía necesidad de responder en ese preciso momento. Un sollozo del fin del mundo es una novela de ciencia ficción realista, fruto de casi dos años de investigación y otros tres de escritura, porque ese era el género que se adecuaba a lo quería decir acerca de la actual coyuntura histórica en la que nos encontramos; de alguna manera, creo, la ficción especulativa y anticipatoria es un signo de nuestro tiempo, como lo fue en los años veinte y treinta, y también en los cincuenta, del siglo pasado; porque acaso sea el mejor modo de abordar la encrucijada mortal en la que nos encontramos; así como el bestseller melodramático, la novela negra de fórmula y la novela histórica acrítica y fantasiosa se han convertido, salvo en unas pocas excepciones, en géneros de escape y ocultación de la realidad. ¿Podemos llegar a entender la sociedad sin una mano política llevando la batuta, impregnándolo todo? Quien crea que se puede escribir al margen de lo político es que no ha entendido ni la escritura, ni el mundo en el que vive, ni siquiera su propia vida personal. Es lo que le he dicho con el tratamiento elusivo de lo real que se hace en los géneros más exitosos del mercado. Luego están los recalcitrantes y los estupendos que abogan por un supuesto arte autónomo de lo real, por una literatura exquisita y existencial; a estos, solo habría que recordarles que la mejor novela y literatura existencial, desde el inicio mismo de la literatura moderna, y, por supuesto, desde el Romanticismo histórico, es, ante todo, una literatura y una novela políticas. Me parece tan patético leer las declaraciones que la inmensa mayoría de los autores hacen sobre su propia obra, cuando pretenden mantenerse en una posición como angélica y sobrehumana, al margen de la materia histórica y política que los ha construido como sujetos y como autores, y que ha construido, sobre todo, sus propias obras; me parece de una ignorancia tal, no solo acerca del mundo, sino de la literatura y de la escritura, que me escandaliza, sinceramente. Si hubieran leído, al menos, al Arcipreste, a Fernando de Rojas o a Cervantes, en los inicios de nuestra tradición; o a Hölderlin, o a Mary Shelley, o a Dickinson, o a Kafka, o a Mann, o a Céline, o a Bukowski, etcétera, en las otras tradiciones: solo por desgranar algunos ejemplos “existencialistas” indiscutibles; si los hubieran leído, al menos, verían que no hay existencialismo apolítico, como no hay vida apolítica; otra cosa es que simulemos que la hay, que existe esa posibilidad exquisita y angélica, desde la que aparentemente hablan, porque les resulta más cómodo o menos peligroso y menos complicado, o porque desean remar a favor de corriente, esto es, a favor del sistema/mundo levantado por el capitalismo, en este cenagal en que nos debatimos y boqueamos como sujetos y agonizamos como especie. “Dentro de nosotros llevamos, sin remedio, nuestro propio enemigo destructor”¿Cada uno llevamos dentro nuestro propio enemigo? ¿Y somos capaces de identificar los que tenemos enfrente? La cuestión no deja de tener su miga. Al ser sujetos construidos por el capital, dentro de nosotros llevamos, sin remedio, nuestro propio enemigo destructor, en forma de ciego egoísmo y de cobarde individualismo, por lo general; el que las conductas psicopáticas y sociopáticas sean cada vez más frecuente en las sociedades de este capitalismo neoliberal extremo, o que el populismo fascista sea, de nuevo, un discurso asumido e interiorizado por una buena parte de las sociedades actuales, no son más que síntomas de ese enemigo interior actuando en nuestros espíritus y nuestras mentes; y eso mismo es lo que nos impide identificar correctamente a los que tenemos enfrente. De ahí que tantos trabajadores sean lo aliados más fervorosos de sus propios amos, viendo, por el contrario, en sus iguales, a sus enemigos potenciales. Los únicos que no se confunden son precisamente los amos. Ellos nunca se confunden de enemigo: los trabajadores conscientes de su condición y los artistas que saben que el arte es una actividad esencialmente política. ¿Es más difícil derribar nuestros muros interiores que nos circundan? Todo, a nuestro alrededor, nos lleva a levantar muros cada vez más altos; eso es el capitalismo neoliberal, la industria del miedo. ¿Se da usted cuenta de que, en uno de los países más seguros del mundo, en términos reales y objetivos, como es el nuestro, la mayoría se ha creído que vivimos poco menos que en una selva, en la que, si te descuidas un rato, te ocupan la casa? Su rollo y su industria es el miedo, crear seres egoístas y miedosos, metidos en sus casas, dentro de sus muros, cada vez más altos y protegidos hasta la paranoia, consumiendo como locos a través de las pantallas y de las redes; simulando que viven una vida estúpida que no viven en realidad. ¿Aún se pueden encontrar, en esta sociedad tan complicada, personas con convicciones profundas que luchen por cambiar la desigualdad, que tengan ideales… aspirantes a Don Quijote? Por supuesto, y menos mal que los hay. Son esos seres necesarios, que nos reconcilian con la condición de lo humano soñado, que nos hablan de lo que puede ser, o de lo que podría haber sido, nuestra vida, si no tuviéramos miedo, si nos hubiéramos desecho de la muerte que nos gobierna, como quería Raoul Vaneigem. Rezo cada noche para no traicionarlos, para que resistan y mantengan la llama del sentido encendida, por si acaso reaccionamos. Rezo para que los dioses los acojan y los protejan.
¿Ha cambiado mucho el papel de nuestros ancestros en la actualidad? ¿Tienen la credibilidad que tenían los antiguos, el respeto y el papel que les corresponde? La cadena de la tradición y del conocimiento se ha roto. Como te decía antes, una buena parte de los que se atreven a escribir y nos lanzan sus bodrios a la cabeza, cada poco, no han leído, no han hecho el menor esfuerzo por leer, de verdad, lo que les ha precedido; si lo hubieran hecho, no se atreverían a dar al mundo esas simplezas infantiloides; la industria editorial tiene una buena parte de responsabilidad en esto, los editores, en general, han roto también ese lazo con su propia tradición y su pasado, urgidos por la necesidad y la supervivencia. Pero es lógico, el capitalismo se fundamenta en el miedo, pero también en el olvido: los sujetos miedosos y sin memoria son seres infantiles fácilmente manipulables… Y, por si me lo preguntas, de la crítica literaria ni hablamos, básicamente ha desaparecido como instrumento útil y orientador, salvo en honrosas excepciones, claro: normalmente, localizadas en la crítica literaria de los extrarradios sistémicos y mediáticos. En los últimos años se han producido avances científicos importantes encaminados a hacernos la vida más larga, fácil, agradable y cómoda… ¿Cómo es posible que las diferencias sociales cada vez sean más pronunciadas? Pues, muy fácil, por el tipo de sociedad y de sistema/mundo en que esos avances se dan; un sistema/mundo en el que el lucro es el objetivo único, no la función social y comunitaria de esos avances. La vida le será más fácil y agradable a quien se la pueda pagar, como la educación o la salud: si te las puedes pagar, perfecto; si no, pues que te den por saco. Y esas fracturas serán y son ya, cada vez, más pronunciadas. Es algo que se refleja, como sabe, en Un sollozo del fin del mundo. ¿Todavía hay esperanzas de salvar lo poco que aún no hemos destrozado de la tierra que habitamos? Creo que no, pero no por nada misterioso ni transcendental, ni nada que tenga que ver con la condición humana, o el destino inevitable y todas esas tonterías que les gusta esgrimir a los ignorantes. No, simplemente, porque las leyes del capital –como estamos viendo– son leyes de depredación mecánicas y ciegas; toma, como ejemplo, lo que está sucediendo con el agua en nuestro país; todos sabemos que vamos a la desertización, mira Doñana, pero nadie hace nada, solo unos pocos, a los que se les insulta y desprecia… ¿Esto sucede porque los pequeños propietarios y las gentes, en general, sean malvados? No. Esto sucede porque los grandes propietarios del territorio dedicado al regadío y los políticos que los sirven, como el presidente Moreno, en Andalucía, han decidido que el beneficio actual que engrosará sus fortunas es más importante que nuestro futuro como país, como sociedad o como especie. En su obra acude constantemente al cuaderno de notas de Rebeca Heinz, ¿qué ha sido lo más difícil a la hora de escribir una historia tan bien documentada? Lo más difícil de escribir una novela así es, justo, el trabajo que lleva, esos casi dos años de investigación y documentación, y esos tres años de escritura literaria; justo lo que la mayoría no quiere hacer, por ignorancia y por pereza, o no puede hacer, sabiendo y pudiendo hacerlo, por imperativo de las leyes del mercado, que los lleva a tener que publicar casi cada año una novela o un libro de lo que sea, una vez que se han instalado en el mainstream literario. Dedicar cinco años a una novela no va con las leyes del capital, ni con las del mercado editorial; pero es lo que decidí hacer, desde que recuperé la escritura literaria, a principios de los noventa, y es lo que sigo y seguiré haciendo, salvo que me venda al capital y al mercado: que, a estas alturas, dudo que lo haga ya, ni, por supuesto, que me lo ofrezcan. Y sabría hacerlo, escribir cada año una cosita tipo autoficción existencialmente inocua, mentirosa y sentimentaloide, o una historieta melodramática, o una “recreación histórica” fantástica, o un thriller con más trampas que un juego de cartas en manos de un tahúr: sin necesidad de justificar nada, sin tomar partido por nada, equidistando de todo, por si acaso, para que me puedan leer esos que llaman “lector medio”; olvidado de toda la serie histórica que me ha precedido, alimentando los bajos instintos egoístas, individualistas y perezosos de esos mismos lectores; qué chollo, ¿no? ¿Espera remover conciencias con los datos que aporta? Solo espero lo de siempre, que lectores curiosos y atentos, a los que se la refanfinfle la media: los que, de verdad, merecen la pena y a los que siempre he buscado, se acerquen a Un sollozo del fin del mundo y dialoguen conmigo y con sus vidas, a través de una lectura crítica y reposada de la novela. Y que esos lectores, al volver a su presente, luego de haberse sumergido en el inmediato futuro, vean su mundo, este presente real en el que vivimos, de otra manera. Siempre nos han mentido… ¿Ahora dejamos que nos mientan? No somos tontos, nadie es tonto. Siempre hemos sabido que nos mienten. El tema es que o tenemos miedo o no nos importa: sobre todo, mientras sobrevivamos, como sea, o creamos que nosotros seremos de los afortunados que sobrevivirán en este muladar. Levantar la voz, gritar “el rey va desnudo”, escribir como escribo, decir lo que digo aquí, en esta entrevista, sin ir más lejos, tiene sus consecuencias, sé que molestaré a muchos lectores, no me importa: tomar partido las tiene, a mí no me importa, pero a la mayoría sí. Un arte, una literatura que no moleste a nadie es la muerte del arte y de la literatura. La muerte del león, que diría Henry James. ¿Qué le parece la producción literaria española en estos momentos? Se siguen publicando cientos de libros cada año, ¿calidad está reñida con cantidad? Ya te he contestado, indirectamente, creo, a esta pregunta. Una buena parte de lo que se publica, mejor estaría en los cajones del personal que nos endilga, sin piedad, sus chorradas o sus picorcillos existenciales, y, en el mejor de los casos, compartiéndose en familia o con sus amigos en las tertulias de aficionados a la escritura. En esto, Borges, como en tantas cosas, sentó cátedra: por qué nos empeñamos en multiplicar inútilmente los espejos en el mundo. No tiene sentido que haya más autores de poesía que lectores de poesía, por poner un ejemplo contrastado. ¿En qué estilo literario Matías Escalera se siente más cómodo? Narrativa, poesía, ensayo. En todos, por igual; depende de lo que, en cada momento, como te decía al principio, desee o tenga necesidad de expresar o decir a mis contemporáneos acerca de nosotros y del mundo que habitamos. Afortunadamente, por mi trayectoria personal y profesional o, tal vez, por mi modo de leer la tradición y de enfrentarme a ella, el cómo no me cuesta, una vez que tengo claro el qué. Puedes comprar el libro en:
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