¿Qué tienen en común este vintage preapocalíptico y la apoteosis de la horteridad? Ni más ni menos que la cuadratura del círculo de un mundo cuyo pleonasmo, en estos días, coincide con la Operación Salida de todos los veranos. ¿Operación Salida o Fallo del Sistema?
Más que un lugar donde reencontrarse con uno mismo, se diría que se persigue un punto de fuga. Huir. Evadirse en las playas de Barbie y Ken, chocar los hielos de un manhattan con ese otro Proyecto Manhattan, no ya el de Oppenheimer, sino el que pauta nuestras secretas devastaciones.
Si el término vacación deriva de vacío, el sustantivo verano lo hace del adjetivo latino verus, lo verdadero. Qué gran verdad, qué inmensa vacuidad, se plasma en esos aeropuertos atestados de masas errabundas, en esas autopistas colapsadas, en tantos paraísos masificados, allá donde se manifiesta la arrogancia de la vulgaridad en todo su esplendor, el alma de enjambre de una civilización epilogal.
Hemos abolido las distancias. Viajamos más, y más lejos, pero sólo a la superficie del paisaje. Embarcamos en aviones que se nos parecen, porque no es el espíritu el que los eleva. Creemos apartarnos, pero no salimos de la rueda del hámster. Muchedumbres solitarias encapsuladas en esos centros de producción de vacaciones y alienación a la carta. Cualquier Barbie disfuncional puede permitirse un selfi en Katmandú. Tu vecino de hamaca en la espeluznante Punta Cana puede ser Oppenheimer.
Cuando los clásicos parangonaban la existencia con un viaje hablaban del Homo Viator, el que siempre está en camino. Entonces sabían hacia dónde, hoy nos consta que nuestro destino vacacional es ninguna parte. Ya no quedan “terras incognitas” por descubrir, salvo dentro de uno mismo. Tal vez la vida de la consciencia sea comparable a la del átomo, una experiencia infinitesimal.
¿Pero a quién le interesa eso? Hijos de un matrimonio morganático, el de Barbie y Oppenheimer, tanto más vacía nuestra vida, tanto más explosiva. Verdaderamente, tus vacaciones son la bomba.
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