Según escribió el historiador-militar londinense John Keegan (1934-2012), aunque consideró, modestamente, que con una cierta dosis displicente de cinismo, que: “…La guerra es mucho más que la política y es siempre una expresión de cultura, muchas veces un determinante de las formas culturales y, en algunas sociedades, la cultura en sí”. Está claro que la guerra en Iberia, y casi siempre de conquista, es un hecho qué para las sociedades más primitivas, pero ya con un componente social diversificado, donde ya existen autoridades, y todo ello referido a la época anterior al dominio del SPQR de Roma, es, donde puede existir un componente cultural de defensa de la identidad, frente a la agresión imperialista de algún enemigo más fuerte. Y de este hecho es de lo que trata este estupendo volumen, donde se analiza el comportamiento bélico y la estructura social existente en Iberia, y de cuyos guerreros se alimentaron las tropas auxiliares de Cartago y de Roma. «La guerra constituyó un elemento primordial para las sociedades que habitaron la península ibérica durante la protohistoria, un elemento que se proyectaba en múltiples dimensiones, desde la legitimación política y la afirmación étnica, a la actividad económica, la identidad individual o la transmisión de conocimientos. Es por ello que comprender lo bélico es ineludible para conocer la Antigüedad, y así dedicamos el tercer volumen de nuestros Cuadernos de Historia Militar a la guerra y los guerreros de la antigua Iberia. El desarrollo de la arqueología del conflicto y las modernas aproximaciones a la historia militar permiten superar las ajadas interpretaciones basadas en la lectura acrítica de las fuentes literarias grecorromanas, y posibilita ofrecer esta síntesis actualizada, en la que se dan la mano conocimiento arqueológico y análisis histórico para arrumbar tópicos repetidos ad nauseam como el de la sempiterna guerrilla. El volumen se estructura analizando las diferentes sociedades que poblaron la antigua Iberia, un mosaico de pueblos cuyas prácticas militares fueron diversas y cambiantes a lo largo del tiempo, desde la lucha de campeones a las batallas campales en orden cerrado, desde los certeros honderos baleares a los lusitanos ágiles como el viento, para desembocar en el servicio auxiliar hispano que nutrió las legiones de Roma». En la actualidad los conocimientos que poseemos sobre las diferentes guerras de la Antigüedad se fundamentan en los datos, siempre muy sesgados, que nos han proporcionado los historiadores que escribieron desde el bando vencedor de los romanos; no obstante los historiadores hemos conseguido espigar en otras fuentes históricas y arqueológicas, para dejar bien claro lo que pensaban y sentían los enemigos de Roma y, sobre todo, porque se vieron obligados a enfrentarse a las legiones de la lupa romana, si querían sobrevivir al habitual genocidio imperialista de los hombres del Tíber. “Las características del ejército siracusano que derrotó a los cartagineses en la batalla de Himera el año 480 a.C. se analizan mejor a partir del estudio de las fosas comunes de los hoplitas caídos que a través del relato de Diodoro Sículo, y nuestro conocimiento sobre las batallas de Baecula o Zama ya no se basa en los textos de Polibio y Tito Livio, sino en los resultados de las prospecciones e intervenciones arqueológicas. La razón es simple. Se contrapone una información empírica a otra basada en conceptos subjetivos en los que la ideología, el entorno sociopolítico, las interpolaciones y la distancia crono-espacial entre los hechos y su relator mediatizan la narración desde una perspectiva determinista y, en consecuencia, deforman la realidad”. Desde hace unos treinta años, los estudios, más serios, sobre las batallas de la Antigüedad conllevan un acercamiento antropológico al hecho bélico, estudiando el comportamiento de los soldados, que sufren la muerte o la esclavitud, y se considera que los culpables o responsables son, de forma genérica, la estructura sociopolítica de ese Estado, en el que también influyen los hechos religiosos o morales. “Se incluyen además perspectivas de análisis de género, infancia, formas de infligir la muerte, tratamiento de los cuerpos tras el combate, variaciones demográficas, saqueo y destrucción sistemática de bienes y territorios o traslados de población. Una visión que permitirá equiparar la práctica de la guerra en la península ibérica con los objetivos que definen su desarrollo en los estados mediterráneos”. A partir del siglo IV a.C. los regímenes políticos en Iberia van a cambiar su estructura, ya que los régulos serán substituidos por estructuras que no definen a lo hereditario como esencial para llegar al poder. Se llega al concepto de la aparición de los jefes o caudillos guerreros, lo que es prístino y obvio en la lucha contra Cartago o contra Roma que realizan los hispanos, apareciendo nombres propios de prestigio, verbigracia: Corocotta, Gauzon, Indortas, Indibil, Mandonio, Orissón, Viriato y tantos otros de mayor o menos enjundia. Para poder plantar cara, con alguna posibilidad de eficacia a la maquinaria militar legionaria del SPQR/SENATUS POPULUSQUE ROMANUS se torna más que necesario que existan sistemas de mando centralizados y perfectamente estructurados, con conceptos militares ya especializados en las diferentes formas de lucha. “A modo de ejemplo, y aunque consideremos exageradas las cifras de los textos literarios clásicos, y que los 50.000 hombres que fue capaz de reunir Indortas para enfrentarse por segunda vez a Amílcar Barca en el inicio de la conquista cartaginesa fuesen únicamente la décima parte, los problemas logísticos a los que debería enfrentarse una tropa de dichas proporciones son evidentes. La guerra compleja, basada en enfrentamientos reglados entre estructuras políticas, constituía sin duda la forma de ejercicio de la violencia en la península ibérica a partir del siglo V a.C.”. Con todo lo que antecede, estimo modestamente que se puede y se debe recomendar la lectura de esta obra, de gran complejidad, que es como eran las luchas por la conquista de Iberia, por parte de los Imperios del Mediterráneo occidental, léase Roma y Cartago, aunque los griegos lo realizaron, asimismo, desde el punto de vista económico, y así tener un conocimiento exhaustivo del hecho. El soporte fotográfico y bibliográfico es proverbial y muy esclarecedor. «Duos habet et bene pendentes. Deo gratias!». Puedes comprar el libro en:
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