Miguel Ángel Oeste construye un mundo personal agónico, enloquecedor, muy en la línea de un neoexpresionismo que bucea en las grandes miserias del ser humano, en su ámbito más abyecto y miserable. Desde la primera persona narrativa, a veces entreverada de otras, el narrador construye su vida familiar, pero fundamentalmente construye el odio que tenía al padre y a la madre. Esa síntesis de miedo y odio estará muy presente a través de una construcción muy circular porque, incluso en la misma construcción muy kafkiana, el lector se ve envuelto en una especie de círculo que no tiene salida alguna, en el que se manifiestan los sentimientos más extremos.
El padre, guía y centro del relato, es un hombre que se ha construido a sí mismo trabajando como cocinero y bares de copas, adicto a la bebida, al sexo y a las drogas que vive como un dictador en su ámbito familiar convirtiendo a la mujer y a sus dos hijos en víctimas propiciatorias de su animosidad y acaso de su otro yo destructivo. Una proyección violenta sobre el ámbito familiar que persigue no solo su destrucción sino acaso la de él mismo. Su degradación es tal que convierte a la familia en un proyecto también abyecto y fracasado. Una nebulosa de la que el narrador y máximo guía nos conduce por vericuetos y escenas espeluznantes donde solo brilla la violencia, la desolación, la agonía y el odio.
Con estos mimbres se puede construir una obra angustiosa, atormentada, desesperada, que está construida en cinco partes (Padre, Familia, Madre, Hijas, Padre e Hijo) pero en realidad son un conjunto de teselas, de pequeños capítulos breves, raudos, que van captando nuestro interés por los continuos cambios que se producen, y nos van adentrando en un pozo sin fondo con las constantes repeticiones de los acontecimientos. Estas clonaciones que podrían ser vistas como algo negativo en la obra operan con un efecto psicológico en el lector porque poco a poco la agonía la genera la repetición que le produce todo tipo de asco. Llama la atención que a una de las personas a la que el autor da las gracias al final del libro sea Isabel Bono, la autora de Diario del asco.
En cuanto al significante, los aspectos formales, bucean en una construcción que busca profundizar poco en las propuestas, en las situaciones, en los esquemas… pero sí que las situaciones contadas sean raudas, rápidas, cambiantes… Esto formaría parte de la técnica del best-seller, muy de moda en la literatura actual, que permite ir de una situación a otra de modo rápido. Nos habla de una sociedad también con prisas, que no se detiene en causas o análisis sino que va a los actos que se plantean. Al mismo tiempo el lenguaje es coloquial, sin búsquedas expresivas o recursos formales o simbólicos, va al grano de los acontecimientos sin descripciones sublimes o un lenguaje preciso. Este tiene exclusivamente el valor de comunicar, es la competencia comunicativa lo que busca y poco la función estética. Es la literatura que está de moda ahora donde los recursos como la alegoría o la simbología están ausentes tanto como la densidad o la profundidad del lenguaje. Diríamos que este ha perdido su función estética para ampliar su función referencial como diría Jakobson, es decir, que sirva para comunicar al lector lo terrible de la vida de esta familia. Una novela al límite que nos va descubriendo también a través de diversas voces de amigos, del hermano, de la abuela (la única que se salva de ese mundo abyecto), la visión del despeñadero y la muerte. Eros y tánatos están presentes pero sobre todo la construcción de la crueldad, del odio y del miedo a través de la memoria: “Mi padre odiaba a su padre. Yo odio al mío. Esa en la herencia que me deja. La herencia del odio”. Y en otro momento dirá: “Mi padre se baja los pantalones, se saca la polla y me mea encima, mea en mi cama y luego se caga en ella. Desnúdate, me grita. Yo no hago nada, sigo tieso, empiezo a temblar por dentro, quiero morirme, quiero matarlo (…) hundido por la humillación. Y empiezo a darme cabezazos contra la pared, a pegarme a mí mismo, quiero sentir dolor, daño, quiero sangrar…”
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