El profesor Pedro Manuel Guibovich Pérez en su sobresaliente análisis de datos acerca de los libreros y la difusión de los libros en el siglo XVI trata del comercio de los libros en el Virreinato peruano que remonta a mediados del siglo XVI. Según Guibovich Pérez, el comerciante sevillano Alonso Cabezas, vecino de los Reyes, envió 79 ejemplares, de carácter religioso y algunas novelas de caballería, posiblemente desde Sevilla el 1 de noviembre de 1549, a su amigo Pero Ortiz, residente de Nombre de Dios, a bordo de la nave La Magdalena (P. M. Guibovich Pérez, «Libros…», 86).
De igual manera, Guibovich Pérez, basándose en los registros notariales preservados en el Archivo General de la Nación, en Lima, sostiene que el cronista Agustín de Zarate (1514-1585), contador de mercedes para el Virreinato del Perú y Tierra Firme y autor de la Historia del descubrimiento y conquista del Perú (Amberes, 1555), no solo se dedicó al comercio libresco sino también fue el más antiguo mercader de libros que se conoce.
Aparte de ello, el estudio pone de relieve que a fines del siglo XVI entre los mercaderes de libros en la Ciudad de los Reyes-, fundada el 18 de enero de 1535 por el conquistador español Francisco Pizarro González (1468-1541)-, se hace notar que el 2 de septiembre de 1591 en Lima, Francisco Butrón entregó una carta de obligación a favor del mercader Luis de Padilla, comprometiéndose a hacerle un pago a Luis con el objeto de completar la suma de 2.767 pesos (ensayados, correspondiente a una remesa de libros que abonó de él). Este conjunto abarcó cerca de 1.198 volúmenes, correspondientes, en la mayor parte, a temas de religión, seguidos en importancia numérica los de literatura, historia y ciencias sociales. Sin embargo, el menor número de obras se refiere a filosofía (P. M. Guibovich Pérez, «Libros…», 92).
Entre los libros adquiridos por Luis de Padilla se registran numerosas obras de literatura, a título de ejemplo, La Austríada, de Juan Rufo Gutiérrez (1547-1620); La Araucana, de Alonso de Ercilla (1533-1594); el Carlos Famoso, de Luis Zapata de Chaves (1526-1595); La Angélica, de Luis Barahona de Soto (1548-1595); el Cortés valeroso y Mexicana, de Gabriel Lasso de la Vega (1555-1615); el Lucero de la Tierra Santa y grandezas de Egipto, y Monte Sinaí, del templario Pedro de Escobar (1465-1535); y El Monserrate, de Cristóbal de Virués (1550-1614).
También se descubren los poemas épicos: el Bernardo del Carpio, de Agustín Alonso (nacido en el siglo XVI); la Batalla y triunfo del hombre contra los vicios, de Andrés de la Losa (nacido en el siglo XVI); el Celidón de Iberia, de Gonzalo Gómez de Luque (nacido en el siglo XVI); y el Florando de Castilla, de Jerónimo Gómez de Huerta (1573-1643).
Por lo que atañe a las novelas se encuentran: la más célebre novela bizantina moderna, la Historia etiópica: los amores de Teágenes y Caricela, de Heliodoro de Emesa (los siglos III y IV); y las novelas pastoriles, sirva de ejemplo: el Desengaño de celos, de Bartolomé de López de Enciso (nacido en el siglo XVI); Las ninfas y pastores de Alcalá, de Bernardo González de Bobadilla (?-1587); y La Galatea, de Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616), registrada como:
[68] - un galatea pap [elon] [MIGUEL DE CERVANTES, La galatea. Alcalá, 1585]
(P. M. Guibovich Pérez, «Libros…», 88-91, 99).
Tocante a la venta de El Quijote en el Perú, Manuel Ricardo Palma Carrillo (1833-1919) confirma en sus Tradiciones peruanas (1872) que el primer ejemplar de El Quijote apareció en el Orbe Nuevo en diciembre de 1605 en El Callao, como obsequio para el virrey del Reino del Perú, Gaspar de Zúñiga Acevedo y Velasco (1560-1606), presidente de la Real Audiencia de la Ciudad de los Reyes.
Empero se ignora si Cervantes conocía el número y el precio de los ejemplares de El Quijote y de las demás obras suyas trasladadas a las Indias o a otras partes del mundo, tómese de ejemplo, a Filipinas, y ante todo, a San Felipe de Portobelo, Panamá, ciudad fundada en honor de Felipe II (1527-1598), uno de los puertos más principales de exportación de plata de Nueva Granada.
De acuerdo con la prueba documental del 5 de junio de 1606 en la Ciudad de los Reyes, el mercader Miguel Méndez recibió de Juan de Sarriá, el Mozo, 45 cajas de libros, entre las que se hallaron 72 ejemplares de El Quijote, del cual el precio de cada ejemplar fue 24 reales (Archivo Nacional del Perú, Lima, 1606), y conforme al testimonio del 6 de junio de 1606 Miguel Méndez aceptó de Juan de Sarriá, hijo del librero Juan de Sarriá, de Alcalá de Henares, cerca de 500 volúmenes, de los que 9 fueron los ejemplares de El Quijote, que se deberían vender a 4 patacones, o sea, 32 reales, 8 reales más del precio de El Quijote, vendido en Lima (A. Miró Quesada, «Cervantes y el Perú»).
Sin lugar a dudas, apoyándome en fuentes archivísticas de primera fila, a modo de ejemplo, en los registros de mercaderos de libros y los inventarios de bibliotecas, podemos concluir indiscutiblemente que la documentación fiable comprueba que las obras de la literatura española del Siglo de Oro encontraron un mercado extraordinario y próspero en el otro lado del Atlántico, en particular, entre los catedráticos, el clero, los letrados, los mercaderes, y la nobleza.
Lo cierto es que nos queda por llevar a cabo una investigación cualitativa, cuantitativa, honesta, rigurosa y seria para responder minuciosamente, inter alia, a las siguientes preguntas:
¿Cuáles fueron las piezas literarias de calidad para los lectores hispanoamericanos?
¿Cuáles fueron sus géneros más preferidos?
¿Cuáles fueron sus autores predilectos y qué valoraron de su obra?
¿Cuáles fueron sus modos de leer?
¿Cuáles escritores hispanoamericanos imitaron a los autores clásicos antiguos?
¿Qué beneficios prestaron en la formación lectora?
¿Qué influencia ejercieron en el desarrollo de la literatura de América Latina?;
y generar nuevos conocimientos científicos a fin de acercarse a la verdad sobre,- la difusión de la literatura, no solo española, del Siglo de Oro-, y la influencia del libro en Hispanoamérica, pilar clave en el desarrollo y el perfeccionamiento del español y de su expresión oral y escrita en las colonias del Nuevo Mundo, incluso la ortografía, la redacción y el vocabulario.
A pesar de todo, pongo énfasis en que una de las razones para que Miguel de Cervantes Saavedra deseara emigrar al Nuevo Continente, fue a mi entender, su interés en participar en la formación de un grupo de poetas renacentistas, la llamada Academia Antártica, reunida en Lima y conocida gracias a El Discurso en loor de la poesía, de Clarinda, integrado en la Primera parte del Parnaso Antártico de Obras Amatorias (Sevilla, 1608), del poeta sevillano y comerciante de libros Diego Mexía de Fernangil (1565-1634), a cuyos miembros desde México hasta Perú inmortalizó en su obra maestra La Galatea -Diego de Aguilar y Córdova, Pedro de Alvarado, Juan de Ávalos y Ribera, Alonso de Estrada, Rodrigo Fernández de Pineda, Gonzalo Fernández de Sotomayor, Enrique Garcés, Diego Martínez de Ribera, Juan de Mestanza y Ribera, Pedro de Montes de Oca, Baltasar de Orena, Alonso Picado, Sancho de Ribera y Bravo de Lagunas, Juan de Salcedo Villandrando y Francisco de Terrazas, y a quienes se alude de este manera: «de la región antártica podría eternizar ingenios soberanos, que si riquezas hoy ostenta y cría, también entendimientos» (La Galatea).
En resumidas cuentas, le felicito a nuestro distinguido profesor Pedro Manuel Guibovich Pérez por el brillante hallazgo de la nueva documentación cervantina, y, sin la menor sombra de duda, esta joya documental debería estar puesta en circulación, rectificando así los grandes desaciertos en las enciclopedias, libros de enseñanza y revistas electrónicas. ¡Enhorabuena!
«Laus in Excelsis Deo»,
Krzysztof Sliwa
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