¿Había cien arropándole? No había nadie. Lo que se respiraba era una absoluta soledad existencial. Nighthawks -Halcones en la noche- es el título de una célebre obra de Edward Hopper, el pintor que penetró mejor que nadie en el misterio de la soledad humana, en la alineación contemporánea. Cuatro noctámbulos congelados en sus actitudes bajo la cruda luz de los neones de un diner. Una ventana a la América que nunca fue lo que pudo haber sido. Hopper lo pintó en 1941, en los días posteriores al bombardeo de Pearl Harbour. También aquí se respira esa atmosfera de derrota, de aplastamiento total, de irrealidad visible.
“¿Se pueden olvidar las lecciones de la historia que nos muestran cómo, muy a menudo, los líderes carismáticos destruyen las organizaciones que los han producido y conocen un final trágico?” La pregunta que se formula Michele Marzano en su libro, ‘Extension du domaine de la manipulation’, apela a los dos cánceres de la democracia, el carisma y la demagogia. Liderazgos abusivos y populismos desenfrenados. Traición a las promesas y pactos de conveniencia. Alejamiento de la ciudadanía y, simultáneamente, sacralización de la orteguiana revolución de las masas.
El partido Socialista vive su momento más dramático desde los añorados Ochenta. Un largo momento inmóvil, paralizado por el pánico al tránsito, como el que plasma Hopper en sus lienzos. Un mundo mental paradójico, semejante al de la literatura de Kafka. Sus personajes parecen impelidos a una fuga hacia adelante, mientras algo en su interior les obliga a permanecer en el mismo lugar. Un lugar que en realidad ya no existe. De modo que cada momento es un lugar donde ya no están. Una casa casi deshabitada, o habitada por fantasmas.
Perdieron la oportunidad de reinventarse. Ahora subsumen el conflicto interior en una autoafirmación emocional excesiva y agresiva que, lejos de mitigarlo, ensancha el descalabro. Nighthawks. Halcones en su noche. Con los ojos cerrados.
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