Peñalver complementa con oficio las relaciones entre verdad y mentira que suelen darse en el ámbito novelesco. La Historia (con mayúscula) que refiere en ¡Apunten! ¡Fuego! ¡Viva la República! se simultánea aquí con dos tramas principales, las de los hermanos Ramírez –Sebastián y Ulpiano– y sus tomas de conciencia política así como los episodios de sus complicadas pasiones amorosas. Sumadas realidad y ficción el resultado ofrece esa sensación de compulsada verdad que deben tener las buenas mentiras literarias. Datos, fechas, cifras y acontecimientos sobre aquel breve lapso de tiempo (que ocupa miles de páginas en libros sobre la España del siglo XX) son manejados con rigor y oportunidad. Peñalver no falsea la Historia. Sus páginas respiran verdad por los cuatro costados. Y ese logro permea a la invención, al argumento. Pero lo que para mí resulta tan claro en ¡Apunten! ¡Fuego! ¡Viva la República! creará polémica entre críticos y lectores. Cuesta encontrar ejemplo más a propósito a la hora de definir los límites entre novela e historia, sus radicales diferencias y puntos de encuentro. La fuerza narrativa de Peñalver rompe las barreras que las dividen dando a su libro una agilidad, una sensación de instantaneidad que muchos textos históricos ni se plantean siquiera incluir. Debemos recordar a los ortodoxos cómo la novela es un género vital, versátil e impuro. Que no hay un arquetipo en el que basarnos para definirla. Su flexibilidad está abierta a muy diversos estímulos. Siempre ha sido la novela refractaria a la reductora idea de «perfección formal» y autoriza a otros autores a incorporar variadas narrativas al cuerpo nunca canónico de la ficción. Avanzando el siglo XVIII, Laurence Sterne escribe una gozosa saga sobre la digresión y el cambio de tema, Tristam Shandy. En el XIX, Herman Melville incorpora un tratado sobre la caza de la ballena en Moby Dick y Leon Tolstoi alterna la trama de Guerra y paz con largas disquisiciones sobre la historia. Sobre este último patrón –el tolstoiano– Patricio Peñalver erige esta obra centrada en la madrileña familia Ramírez durante los años que van de la proclamación de la Segunda República al inicio de la guerra civil española. Vargas Llosa ha dicho: «Cuando un personaje se levanta de la horizontal y quieta realidad literaria y anula la conciencia del lector y la reemplaza con la suya y le contagia su espíritu y se consuma esa posesión mágica entre un hombre y un fantasma, el novelista es un verdadero creador y su libro una auténtica novela». Lejos de distanciarlos de la realidad histórica, a sus personajes de ¡Apunten! ¡Fuego! ¡Viva la República! Peñalver los apuntala con la vorágine que se vivía en España. Mientras los hermanos pelean por unos amores imposibles (la Teresa de la que está enamorado Sebastián y esa María de los Hoyos por la que suspira Ulpiano), en paralelo, las posiciones políticas se tensan en el país hasta extremarse y desencadenar un conflicto armado. La historia de los géneros y modalidades literarias es el forcejeo entre una convención que pugna por implantar y mantener su vigencia y una confabulación simultanea contra ella, que apunta a descalificarla y a poner en tela de juicio su validez. Así, los géneros unas veces se ajustan con toda precisión a su respectivo paradigma y otras prescinden de todo canon establecido excluyéndose voluntariamente en tal o cual producción o autor de una época determinada. Patricio Peñalver aborda su novela poniendo a la Historia como motor principal que dinamiza a la narración. Estamos ante un sobresaliente ejemplo de vital heterodoxia autoral. Un arte, un género, se agotan cuando no pueden romper el espacio en el que se instalan sus contemporáneos. Zola lo expresó afirmando que «una obra no es más que una batalla contra las convenciones», lo que equivale a decir que, por principio, todo arte está muerto hasta que una nueva obra encuentra el modo de levantarse entre los cadáveres de ese cementerio… Con ¡Apunten! ¡Fuego! ¡Viva la República! Patricio entrega un texto de doble dimensión. Como libro que explica la II República Española es, ya lo hemos apuntado, apasionante. Pocos ensayos históricos logran tal aliento. Como novela presenta personajes inolvidables: los protagonistas y quienes los acompañan, con papeles no por secundarios menos logrados (el ficticio pintor Diego López, el poeta alicantino Miguel Hernández, por citar dos entre tantos), conforman ese retablo que dota de humana fisicidad a lo que pasó en aquella España, más concretamente en Madrid y en Jaca, durante la tercera década del pasado siglo, una década llena de ruido y furia. ¿De qué lado cae la balanza entre historia y ficción? Esa respuesta tiene que darla cada lector. Al debate entre novela e historia (que con ocasión de esta obra de Patricio Peñalver dejo solo iniciado) le van pintiparadas unas frases extraídas del Juan de Mairena de Antonio Machado: «Es muy posible que la novela moderna no haya encontrado todavía su forma, la línea firme de su contorno. Acaso maneja demasiados documentos, se anega en propia heurística. Es, en general, un género poco definido que se inclina más a la didáctica que a la poética. En ella, además, son muchos los arrimadores de ladrillos, pocos los arquitectos. Corre el riesgo de deshacerse antes de construirse». Peñalver muestra un camino –el suyo– para una nueva manera de narrar… No sería tan raro que cree escuela. ENTREVISTA CON PATRICIO PEÑALVERLas relaciones entre historia y ficción han centrado mi reseña. Es por ello inevitable que me refiera a ellas con varias preguntas: A la hora de idear ¡Apunten! ¡Fuego! ¡Viva la República!, ¿tuvo claro el principal papel que II República Española iba a tener (hasta el punto de convertirse en el motor de su narración)?; ¿por qué eligió ese período del siglo XX español? Desde un principio la idea fundamental era escribir sobre la II República. Esa idea ya estaba ahí muchos años y de vez en cuando bullía, hasta que comencé, sin saber por qué, con las primeras líneas. No tenía un plan concreto, un mapa con los detalles de los personajes. La concebí como una aventura literaria y los personajes fueron apareciendo en torno a esa idea central. El proceso de la narración fue muy largo, casi diez años, en los que la dejaba y la volvía a retomar, hasta que antes de llegar a la mitad comencé a vislumbrar que la República ya se había convertido, efectivamente, en el motor de la narración.
Desde muy joven me apasionó ese periodo de nuestra historia y leí con fruición a los historiadores de las décadas de los 70 y 80. Por supuesto que he seguido leyendo a otros nuevos historiadores. Ya desde entonces, en ese periodo histórico, la cuestión de la Educación y la Cultura me subyugaron. Así que yo creo que ese período me estaba indicando que algo tenía yo que escribir sobre aquello. Por poner un ejemplo, considero que la creación de las Misiones Pedagógicas no solamente fue, sino que es el gran acontecimiento cultural del siglo XX.
Habrá lectores que piensen que usted había ideado un ensayo histórico sobre el advenimiento de la II República y cómo aquel cambio de Régimen desembocó en una guerra civil, pero que, mientras lo pergeñaba, el libro fue derivando hacia lo novelesco. ¿Qué les diría? A mí me gusta mucho la historiografía, pero no me considero un experto; eso sí soy un gran lector y he disfrutado mucho con Heródoto y con Tucídides. Tenía muy claro que quería escribir una novela, al modo más de la Ilíada de Homero, que al narrar la guerra también nos cuenta qué es el amor la causa principal de esa guerra, Así concebí la novela, el tema central: la República, como una aventura. Sin embargo, yo desconocía si iba o no a llegar hasta la guerra civil. A los hipotéticos lectores les invito a que la lean sin ningún tipo de ideas preconcebidas. Ya sé que no es fácil. Ese período es fascinante. No sé si los estudiantes de secundaria cuando estudian la Historia de España llegan a la II República. Visto lo visto, escuchando alguna conversación, hasta podrían pensar que no fue Franco quien se alzó contra la Republica sino al revés. Habrá otros que crean que Patricio Peñalver inventa unas tramas ambientadas en la década de los años 30 en España pero que, tras crearlas, esas narraciones terminan por convertirse «casi» en un ensayo histórico. ¿Qué contestaría a este otro grupo de lectores? Supongo que puede haber un grupo de lectores, que sean historiadores, o lectores de novela histórica y lo puedan interpretar desde esa perspectiva. En ese marco histórico la novela no deja de ser una novela de ficción. Se narra los hechos más importantes acaecidos, Sin embargo, ya digo, que desde las primeras páginas los personajes iban apareciendo a su antojo, no estaban previstos en la trama, salvo los hermanos Ramírez. Cualquiera que sea la consideración sobre ¡Apunten! ¡Fuego! ¡Viva la República! (por desgracia, distribuidoras y librerías exigen a los editores etiquetas para orientar –¿dirigir?– al público) no podemos dejar de alabar este valiente intento suyo por crear una novela diferente. Díganos, ¿le llevó más tiempo reunir y organizar todo lo relacionado a la hora de plasmar el convulso período que se vivió en España durante 1931-1936 (desde el fusilamiento de Fermín Galán y Ángel García Hernández por la sublevación de Jaca hasta el inicio de la guerra civil), o, por el contrario, supuso un mayor esfuerzo pergeñar las historias novelescas del libro? Ya tenía muchas lecturas relacionadas con la temática. Y no puedo recordar con exactitud el momento en el que me decido a escribir la novela y me pongo a documéntame ya con esa pretensión. Yo creo que esa fase tuvo, más o menos, una duración de diez años. Lo que me resultaba sorprendente es que cuando descubría unas cosas, éstas me llevaban a otras, y cada vez me sentía más sorprendido con la variedad de aristas, desde lo militar, lo social, lo económico, lo político y lo sindical. Y ya no digo nada con los temas de Educación y Cultura. De pronto parecía que volvía a otro nuevo siglo de Oro, de pronto pasamos de la oscuridad espesa a unas luces esplendentes. La II República en esa fase de documentación fue sorprendente. Y lo sigue siendo. Uno se puede pasar años, por ejemplo, leyendo los periódicos de la época. Pasando a esa fase de la elaboración de la novela, la comencé unos meses antes la proclamación de la Republica porque me llamó mucho la atención el Pacto de San Sebastián de agosto del 1930 en el que se acordó la estrategia para poner fin a la monarquía de Alfonso XIII. Después llegó la sublevación militar de Jaca, con la que empieza la novela, que fracasó. Y esos hechos, y esa actitud de los capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández, que pudiendo huir a Francia, se entregan, me resultó de un honor y una épica digna de admirar y de narrar, tanto que me puse a escribir páginas y páginas hasta que me di cuenta que tenía que darle un giro a la novela. Desde el comienzo sabía de dónde partía, tenía una brújula en una dirección, pero no sabía lo que iba a durar ese viaje narrativo y hasta donde iba a llegar. Hasta que concluí que llegaría hasta el inicio de la Guerra. Con la novela ya muy avanzada y con muchas páginas ya escritas aún estaba en 1933 y tuve que darle una vuelta de tuerca a la narración y aceleré el ritmo. Patricio Peñalver es autor de tres novelas, Una novela sin nombre (del año 2000, con la que obtuvo el premio Autor Revelación del año), El murmullo de las estaciones (2002) y Tiempo de transición (2013). En La muerte del minotauro (Espuela de Plata, 2017) ya percibimos en él rasgos muy saludables de originalidad narrativa al optar por la decisión de librarse de esas rémoras formales y «profesionales» que aploman a tanto escritor concienzudo y demasiado consciente de su oficio. En su cuarta novela, centrada en el mundo taurino, usted reivindica un saludable retorno a la vieja tradición cervantina, abierta a tantos estímulos narrativos… Sin haber leído sus tres primeras novelas, pero habiendo disfrutado con La muerte del minotauro y con esta última, ¡Apunten! ¡Fuego! ¡Viva la República!, ¿sería correcto presentar a Patricio Peñalver como un narrador preocupado por marcar la diferencia desde la más trabajada heterodoxia? Yo siempre concibo el proceso narrativo como una auténtica aventura, cómo un viaje. y me dejó llevar por mi instinto. La novela no dejar de ser un artefacto y en muchas ocasiones un truco. Por eso yo no tomo notas previas de personajes y situaciones de la acción, no trato de recomponer ese puzle con esos materiales. No tengo ningún tipo de mapa. En ese viaje trato de encontrarle el sentido a la novela como género. Y cada nueva novela que escribo es un nuevo intento para aprehender y explícame a mí mismo ese sentido del concepto novela. Yo soy muy cervantino, El Quijote es la madre de todas las novelas. Ahí está todo. Poco se puede inventar. Eso sí, como un ávido lector que soy, ahí, si soy tremendamente heterodoxo, como Cervantes leo hasta los papeles que me encuentro en la calle. Las personalidades de los hermanos Ramírez resultan atractivas y poderosas. Son personajes de esos que se fijan en la memoria lectora. No vamos a desvelar qué es de ellos al comienzo de la guerra, pero para cualquiera que haya seguido sus vicisitudes (familiares, amorosas e ideológicas) resulta inevitable querer saber más sobre lo que será tanto de Ulpiano (tipógrafo y miembro de las Juventudes Socialistas) como de Sebastián (militar a su pesar)… En paralelo a esas desventuras fraternales, en ¡Apunten! ¡Fuego! ¡Viva la República!, usted cuenta –entre otras muchas vidas reales e inventadas– gran parte de la vida de Miguel Hernández (desde que llega a Madrid con una mano delante y otra detrás para tratar de hacerse un hueco como poeta hasta que se apunta como voluntario en el Quinto Regimiento para luchar a favor de la República). ¿Está dentro de sus planes continuar las andanzas de Sebastián y Ulpiano Ramírez en otra novela que se iniciaría con el comienzo de la guerra civil?; con los datos que ha ido reuniendo (y con los que por necesidad cronológica se han debido quedar fuera), ¿no le tienta escribir una biografía o, quizá, una novela protagonizada por Miguel Hernández? En cualquier caso nos gustaría que desvelara para TODO LITERATURA sus próximos proyectos literarios. De momento esta novela la acabé ahí, con el final de la Republica, para que no salgan esos pelmazos, que dicen: ¿Otra novela de la Guerra Civil? Pero sí, después me rondó por la cabeza continuar, efectivamente, como muy bien dices, con otra novela con esos mismos personajes durante la Guerra Civil. Y más aún, otra tercera con la posguerra hasta llegar a la Transición. Sin embargo, eso es una tarea ardua y requiere una dedicación absoluta y ahora no tengo todo ese tiempo libre. Sobre Miguel Hernández es un personaje apasionante con una poesía en la que encuentras verdad y belleza. Por otra parte, hay ya muy buenas biografías escritas sobre Miguel, y muy completas como puede ser la de José Luis Ferris. Con respecto a nuevos proyectos. No tengo todavía uno definido, aunque desde hace años me ronda por la cabeza un tema sobre los desahucios, con un matrimonio en conflicto y un debate generacional sobre el arte conceptual. Cómo, ya digo, que no tomo notas. Esas ideas van y vienen. Puedes comprar el libro en:
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