VLADIMIR: ...mi madre se llamaba Imelda, y mi padre Reagan. Y no se sorprendan, porque mis hermanos de camada se llamaban Obama y Merkel y, por lo que me han contado, mi padre formaba parte de una camada donde estaban Gadafi, Sadam y Fidel, todos ellos hijos de Indira. Gracias a su perspectiva única de española que ha recorrido todo el mundo y lleva muchas décadas viviendo en Bruselas, merced a su trabajo como intérprete de la Unión Europea, y colaboradora habitual del diario digital Salamanca RTV Al Día, Concha Torres ha dado el salto a la novela desde sus orígenes como narradora de cuentos ("La chica de ayer" (2020), y su continuación, "Los cuentos de la plaga" (2021), ambas publicadas por Bohodón Ediciones), con gran acierto. "Ceci n'est pas un chien vulgaire" (Este no es un perro común), insinúa el título en una clara alusión al rey de la pintura surrealista, René Magritte, y así es: Vladimir es un Labrador tirando a vejete, glotón y cascarrabias, apegado a su cómoda vida de mascota urbana y, sobre todo, tozudamente leal a sus amos, el matrimonio formado por Elena y Leo, a pesar de los defectos, las manías y los errores que cometen "sus" humanos... o quizá, precisamente, a causa de ellos. ELENA: -Quiero que me den la custodia de Vladimir, lo quiero conmigo. SU MADRE: -Pues yo creo que lo que necesitas en un buen psicólogo, o como quiera que lo llamen ahora que ya no sirve para nada tener confesor, a ver si te aclara las ideas. Y ese piso que aún sigues pagando, dentro de ocho o diez años va a valer un dinero que Leo no tiene por qué tocar, y para entonces, no es por ser cruel, pero de sobra sabes que Vladimir estará muerto... No sé si me explico. ELENA: -Mamá, ¿sabes una cosa? Te explicas de miedo. Sin destripar la trama, donde lo importante no es tanto lo que sucede, sino el "cómo": esposa harta del marido aburrido lo deja plantado de la noche a la mañana, sin previo aviso, dejándole la casa, los enseres, y todo bajo el cielo salvo el perro que ambos adoran, Vladimiro, provocando una comedia familiar plagada de giros inesperados, escaramuzas divertidas y situaciones absurdas pero muy verosímiles, gracias a los diálogos chispeantes, realistas y directos y a las reflexiones de los tres en liza, arropados cada uno por sus amigos y parientes (que hacen las veces de molesta voz de la razón o de paño de lágrimas). Los protagonistas son Elena, esposa frustrada y escapadiza, Leo, marido acomodaticio y pantuflero, y Vladimiro, la manzana canina de la discordia, cuya custodia provoca no pocos desencuentros y equívocos entre la pareja de humanos, y un verdadero quebradero de cabeza a sus respectivos abogados, puesto que la ex pareja está dispuesta a lo que sea con tal de quedarse con su tesoro de cuatro patas... pero no existe jurisprudencia belga que considere a una mascota como un ser vivo con derechos equiparables a los de un niño: en Bélgica, un perro es un bien, un objeto, un point c'est tout! Además, hay dos protagonistas secundarios, que para mí no son ni la madre o la amiga de ella, ni el abogado de él, ni la señora de la limpieza, pero que lo rodean y permean todo, influyendo en sus vidas de manera decisiva: la caótica ciudad de Bruselas, cuya meteorología impredecible y costumbres no escritas la convierten en un lugar complicado y puñetero para vivir (añado a título personal)... y el miedo. Un miedo invisible, pero que se palpa, se suda y se masca antes de dar el zarpazo brutal que desgarra las vidas de nuestros protagonistas, marcando un antes y un después en la historia de la ciudad, algo magistralmente descrito por la autora. LEO: Desde ayer domingo la ciudad vive en un casi toque de queda. Oficialmente no está prohibido salir, pero no hay metro, no han abierto los colegios ni las universidades ni muchos establecimientos (...) Yo he sacado a Vladimir esta mañana al parque y me daba la sensación de estar viviendo en el escenario de una catástrofe nuclear y, por otro lado, de vivir la misma realidad de cada día, solo que sin figurantes. VLADIMIR: Aquí cada vez pasan menos cosas. Llevamos dos días saliendo apenas a la acera de casa; ni paseo, ni bosque, ni panadería ni nada. Lo más divertido son esos camiones cargados de señores vestidos todos igual y con un fusil que pasan de vez en cuando; divertido porque no los había visto hasta ahora, o al menos no los veía pasar de tres en tres. Con pocas pinceladas, refleja muy bien la dinámica de una pareja donde la mujer encarna la acción y la toma de decisiones, el hombre representa la reacción y la pasividad, y el perro que observa, sufre, diseca en silencio a su "manada" y simboliza el vértice, el punto de coincidencia y equilibrio entre los dos humanos. Ella quiere recuperar una libertad utópica; él quiere recuperarla a ella; los dos quieren quedarse con el perro, y éste solo anhela que hagan las paces y vuelvan a convivir. Este es el punto de partida de una historia familiar en la que todos encontraremos más de un punto en común con nuestras propias vidas, que reconoceremos con una sonrisa a veces agradecida, otras tierna, y tal vez dolorosa: el desgaste de la vida de pareja, la incertidumbre de estos tiempos modernos caracterizados por el azar y golpes del destino que nos hacen cuestionar todo, desde el rumbo de nuestras vidas hasta su sentido, el hastío de la "sociedad del bienestar y la abundancia" en la que todo lo damos por sentado, como un derecho y no como un privilegio, la vulnerabilidad de personas que lo han conseguido prácticamente todo, pero se sienten frustrados, deprimidos y dispuestos a arrojar sus existencias por la borda. El estilo es muy directo, casi popular, y está escrita con enorme esmero y un gran dominio de nuestro idioma. La sencillez aparente de la trama funciona como una "Matrioshka" en la que cada lector encontrará lo que desee, o tal vez lo que está buscando sin saberlo: reflexiones sobre la vida en pareja, en familia y entre generaciones; el trauma de la ruptura; la fragilidad de esa felicidad a la que todos decimos aspirar, pero no reconocemos cuando nos rodea; un humor a prueba de bomba (literalmente, y no voy a revelar más), una sensatez apabullante sobre cómo NO gestionar una crisis de pareja (sobre todo si es una pareja que, en el fondo, sigue queriéndose, entendiéndose y complementándose), y un conocimiento tan agudo como tolerante de la insensatez y la miopía humana, siempre con un ojo crítico a veces benévolo, y a veces despiadado. Porque esta novela de apenas ciento cincuenta páginas, sin ínfulas literarias ni la menor pedantería, aúna el arte de observar, narrar, y hacer emocionarse, reír y reflexionar al mismo tiempo que Concha Torres derrocha como escritora y como persona (somos colegas de cabina en Bruselas desde hace quince años, he seguido su trayectoria literaria desde su primera recopilación de cuentos, y me confieso admiradora de su forma de trabajar, de escribir, y de ser, y sobre todo de su gran coherencia humana). En suma, una lectura agilísima y recomendable justo ahora, para este verano post-pandemia de guerras, crisis e inflación desbocada: para reír, saborear, contemplarse en el espejo con espíritu algo más crítico, pero también mucho más comprensivo y optimista, para compartir, comentar, y disfrutar, porque al terminar la novela, no volveremos a mirar a nuestra mascota con los mismos ojos cegatos de antes. Puedes comprar el libro en:
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