Hace poco me desperté y me invadió una gran zozobra. De repente no sabía dónde me encontraba, solo oscuridad a mi alrededor, una ventana que no debía estar ahí, sin comprender que había adoptado una postura inusual y estaba viendo todo, en este caso mi habitación de siempre, de una manera distorsionada, por la posición y la duermevela. Pocas cosas necesitamos más que ciertas referencias. Espaciales más que temporales. Si obviamos las afectivas, que también. Llevar un mapa (o un navegador si hemos intentado modernizarnos un poco) nos tranquiliza. Creemos que así lo controlamos todo, y que de esa forma quizás seamos capaces de controlarnos a nosotros mismos. Rafael Ruiz Pleguezuelos, premio, entre otras cosas, Tiflos de Novela en 2021 con La piel del lagarto y autor de algunos libros de aforismos, como Talía desencadenada, dedicado al mundo del teatro, en el que se mueve como pez en el agua, nos entrega un nuevo compendio dedicado a la brevedad, Usted está aquí, subtitulado, paradójicamente, «Aforismos desubicados». Aunque un aforismo siempre encuentra espacio para ser pronunciado si lo que contiene (con perdón) tiene contenido, y mucho más si este puede tildarse de contenido crítico. Dividido en dos secciones, «Ninguna parte» y «En-todas-partes», que remiten a ámbitos genéricos y, en cierto modo, complementarios (o quizás sinónimos), el libro recoge un rosario de mensajes muy directos y concretos en los que no duda en incoar al lector («Piensa que incluso las estrellas están rodeadas de oscuridad», «Desengáñate: errar no es de humanos.») ni en recurrir a temas «ya zanjados» o manidos («Cierra los ojos para encontrarte», nos recuerda), sobre los que arroja su propia visión. Una visión personal y personalizada (en cuerpos que se tocan), a veces poética («Claro que los horizontes duelen»), en ocasiones irónica («No me hables de existencia, sino de metros cuadrados y su precio»), actual y sumergida en el entorno, que analiza y pone ante nosotros con sencillez, sin imposiciones, con limpieza, pues no se disfrazan de esa sintaxis abstrusa propia de los filósofos, sino que prefiere el orden lógico y la claridad. Así, con ese estoicismo formal parece, de alguna manera, trasladar su convicción vital y material («Recuerda que no hay nada más útil que lo bello», donde quién no escucha ciertos ecos latinos), su convencido ecumenismo. Pero, aparte de esto, hablar de espacio, en un momento como el hoy, en que nos movemos con facilidad por este mundo globalizado y simple donde solo hay para cada asunto dos opciones (negro o blanco, derecha o izquierda), parece, de nuevo, una paradoja. No podemos negar que el hombre, aunque comparta en redes su día a día, sus paraísos, los lugares que ocupa y transita, sigue tan perdido como siempre, cuando creaba mitos para explicar lo insólito del universo. No podemos obviar que nos situamos continuamente en encrucijadas peligrosas («Cada rotonda es un consenso de direcciones»), que empeñarse en ubicarlo todo dentro de unos límites es el germen de ideologías nocivas («La etimología de la palabra región nos invita a que cada individuo sea rey de su tierra»; «Nada cambiará mientras sigamos confiando nuestro futuro a la retórica de las fronteras»). Que lo que desconocemos sigue siendo más que lo que conocemos. Y que nos dirigen en lo que debemos conocer («Caminados erguidos, pero pensamos postrados»), lo que confiere al conjunto cierto tono desencantado. Porque tener fe en el ser humano se está convirtiendo en una tarea heroica. Un buen cúmulo de los aforismos englobados en la primera sección incide en la importancia de lo espiritual sobre lo material, en el desasimiento, y esa misma idea, junto al asfixiante encorsetamientos de las fronteras y la dificultad de conocer el mundo, continúa en los que aparecen bajo el epígrafe de «En-todas-partes», que recoge uno de los más desasosegantes, pero quizás, también, de los más esperados en un compendio como este: «Espero que sepas que este nuevo libro no te hará más sabio. Te volverá más frágil», lo que me lleva a contar aquí uno de mis errores iniciales al enfrentarme al aforismo, pues, yendo a su raíz etimológica, me presumí que en él iba a encontrar, sí o sí, una verdad, con mayúsculas. Acabáramos. Como dice Ruiz Pleguezuelos, «También el filósofo es un ser perdido en la pregunta». Y aquí la duda se erige prácticamente como brújula en un mapa vacío. Con Usted está aquí Rafael Ruiz Pleguezuelos nos confirma muchas cosas, aparte de su solvencia en el género. Ratifica nuestra fragilidad y desorientación, nuestra inconsistencia, nuestra, también, insolencia, nuestra humanidad, nuestra soledad, nuestra errónea convicción de poseer la verdad, nuestro deseo de encontrar un lugar, una casa, el paraíso perdido («No huyas; haz memoria»). Que no es poco. Puedes comprar el libro en:
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