Ya lo he dicho alguna vez, pero, lo itero, porque a veces es necesario para dejar claro lo evidente; aunque parezca un absurdo, aunque la vida necesite de estos pronunciamientos continuos para dejar sentado que las cosas son de una determinada manera y no de otra forma.
Javier Sánchez Menéndez y yo nos comprendimos desde el instante en que nos vimos por primera vez hace mucho tiempo. Las razones no son fáciles de explicar ni tampoco necesarias. Tal vez estemos locos, ambos, pero, esa adjetivación ni hiere ni menoscaba nuestra relación: somos, y eso es lo que importa.
Javier Sánchez Menéndez ha leído un güevo de todo aquello que le ha interesado, como es lógico y natural; de lo que entendió oportuno, de lo que fue menester a su criterio. Y eso, para cualquier amante de la literatura es suficiente para prestarle atención, para indagar por qué dice lo que exterioriza, por qué insiste en la senda que vino a abrir con esfuerzo, esa que muchos no principiarán jamás por el mero hecho de vivir instalados en la sombra acomodaticia de lo que otros vinieron a explicitar, a dar por sentada sin aspaviento alguno, a promulgar como verdades irrefutables siendo poco o nada ciertas, lo que fuera que vinieran a propagar, porque ese es el término, y nada hay que esconder cuando uno se manifiesta de acuerdo con sus pensamientos.
Este poeta y ensayista (además de editor y empresario durante un buen tiempo) como se define, y yo doy por cierto, no en vano he leído todas sus obras y lo seguiré haciendo porque me aportan, me complementan, me ofrecen unas otras salidas, otras vías, otras posibilidades en el camino que pateo a diario para afrontar las dudas que me asisten, que me colman como un magma primigenio del que no soy capaz de evadirme aunque quisiera, que, a la vez que me confunden me enriquecen si quieren, aunque muchos no puedan entender tal posicionamiento ni más ni menos que porque no se arriesgan en la vida, porque no son capaces de ir a la contra, porque no insisten en buscar, en salir de las sombras que les imponen, ha venido a publicar quería decir, una ringlera de libros que ya roza al menos lo laborioso, lo contingente y lo persistente, de una tal cualidad que asientan en el imaginario una cosmogonía propia, sui generis, particular y diferenciada del resto. Javier Sánchez Menéndez ha editado hasta ahora los poemarios El baile del diablo, Ese sabor antiguo de las obras, los ensayos contenidos en la serie Fábulas, El libro de los indolentes, los libros de aforismos Artilugios, La alegría de lo imperfecto, Concepto, Ética para mediocres, Mundo intermedio, La jaula o Para una teoría del aforismo.
En "1335 días" Sánchez Menéndez nos ofrece una obra cerrada, un universo cuasi visionario, místico si lo desean, que es posible que tenga continuidad si el tiempo y la necesidad así lo tienen como oportunos a criterio del autor, que no deja de ser un deleite si el lector es capaz de evadirse de los convencionalismos al uso y elevarse por sobre los derroteros de los designios que los oráculos, pretéritos y presentes, vienen a imponernos para mejor gobernarnos, para atarnos a la rueda de los conformismos al uso.
Un libro río, un torrente, un faro quizás, que alumbra el camino de la vida para llegar a un otro entendimiento más cercano a una posible y distinta y algunos dirán que arriesgada realidad, que aquella que se nos vende, aunque entre parábolas ande el juego. Un análisis introspectivo entre lo que se es y lo que debiéramos ser.
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