Pedro abrió su mochila, comprobó todo el equipo que llevaba y las dos linternas, regalo de su novia Amaya. La del casco, que tenía escrita una leyenda que ponía "La voluntad te llevará a cualquier parte", y la acuática. Leyó la leyenda que él mismo le había grabado e inició el descenso con lentitud y seguridad, haciendo uso del descendedor. Además del arnés de cintura, llevaba puesto también el de pecho, pues la estabilidad que le proporcionaba este último le facilitaba de forma considerable el descenso. La linterna de luz led que llevaba incorporada en el casco, en unos pocos metros más, sería imprescindible. Le vino a la mente el pensamiento del cálculo que había hecho de la longitud de la cuerda, cuando tuvo que cambiarse un metro y medio en la vertical, para continuar el descenso, pues el hueco que le quedaba no era suficiente. Logró pasar con dificultad y con mucho roce de la mochila que llevaba a su espalda contra las paredes de la sima. En unos metros más no habría ni siquiera los débiles rayos de luz que todavía entraban.
Tuvo el pensamiento de que no debía hacerlo en solitario. Incluso le vino a la cabeza la posibilidad de no seguir con la exploración de la gruta. Su corazón le latía con fuerza. Además, sabía que no tenía información sobre las posibles crecidas de las aguas subterráneas a consecuencia de las últimas lluvias caídas. Pronto comenzaría la primavera y las nieves en las cumbres altas se derretirían.
El pensamiento se detuvo un instante en su novia Amaya. No sabía nada de su exploración. Tampoco sus padres, ni sus amigos Juan y Fernando, compañeros de aventuras. Ni siquiera su perro Rufo sabía que estaba allí.
Se preguntó por qué no se lo había dicho a nadie. De igual forma, se interrogó a sí mismo sobre qué era lo que quería explorar, y por qué. Por un momento pensó que la gruta era como su cerebro. También su mente se preguntaba por qué le importaban tanto las formas de la gruta.
El conocer los límites de la gruta ¿era importante?, o tal vez era conocer sus propios límites o quizás el dominio de la cueva mediante el conocimiento o el dominio de uno mismo mediante el autoconocimiento. Tal vez lo importante era conocerse a sí mismo.
En caso de necesitar ayuda, no contaría con nadie que no fuera él mismo. Nadie sabía que estaba en la gruta. Si continuaba la exploración, solo podría hacer uso de su fuerza, su inteligencia, y su imaginación. Solo su capacidad mental podría salvarlo. Se había preparado físicamente y también mentalmente durante meses para ello. Decidió seguir con el descenso. No le pasó inadvertido que era un viaje hacia el interior de sí mismo, de sus capacidades.
Su mente lo llevó a su infancia donde una negra sotana se adentraba en su cama en la oscuridad de la noche. No recordaba más.
Siguió bajando. Ya solo contaba con la luz de su linterna para iluminar la oscuridad. En ocasiones tenía que hacer búsquedas de apoyos con sus botas en las paredes que le permitieran desplazarse horizontalmente, y evitar las zonas más estrechas de la sima.
Llegó al fondo, justo cuando la longitud de la cuerda se acababa, pues así lo había calculado. Ya de pie en el fondo de la sima, se detuvo unos momentos para reponerse del esfuerzo realizado. Observó la sima desde abajo, para conocer cuál sería el mejor camino de asenso cuando volviera de explorar la cueva. Le vino a la mente el pensamiento de que tal vez no llegaría nunca a ascender. Por lo menos ya sabía cuáles eran los límites de la sima que había descendido.
Inició un camino que lo llevó a la entrada de una cueva descendente. En algunas zonas podía caminar erguido, en otras en cuclillas y en otras haciendo maniobras para poder pasar entre formaciones de estalactitas y estalagmitas, algunas de las cuales estaban unidas desde abajo hasta arriba.
«Sin duda hacen falta muchos años para poder generar esas formaciones.» pensó. La oscuridad era solo atenuada por la luz de la linterna, y en algunas ocasiones por el reflejo que producían algunos grupos de estalactitas.
Mientras caminaba iba pisando charcos. El barro y la humedad lo inundaban todo. Pensó qué por la altura de las estalagmitas, la cueva podía tener cerca de un millón de años.
Del techo caían gotas de agua de forma continua. La temperatura debía de ser de unos 20 grados y había mucha humedad. No había vestigio de vida. Pensó si podría haber algún tipo de vida más primitiva, como algas o micro bacterias.
Se formaban aparentes caminos entre formaciones de rocas que invitaban a pensar que por ahí había algún camino al final de la sala, pero que llevaban a otras salas más pequeñas conectadas a su vez con otras, que nuevamente conducían a la sala principal.
El mundo de la cueva le parecía fantástico. Exploraba la sala, observando de forma minuciosa sus formaciones, incluso vio algunas arbóreas horizontales, que se habrían formado como consecuencia de corrientes de aire mantenidas durante mucho tiempo en la gruta.
Había estalactitas que se unían con las estalagmitas y que estaban rotas y desplazadas unos milímetros en los puntos de sus uniones. «Las roturas debieron ser provocadas por ondas sísmicas.» pensó. Es como desarrollar el conocimiento de uno mismo, del propio cerebro. ¿La observación y el estudio eran de la sala o de uno mismo?
Mientras bajaba apoyando sus pies en unas de estalagmitas, cayó y resbaló unos metros. Se dio un golpe en la cabeza, del que lo protegió el casco, pero se quedó sin luz, en la oscuridad total. Tuvo miedo. Su corazón se aceleró. Cuando intentaba levantarse se dio cuenta de que podía volver a caerse. Se había hecho daño.
Volvió a pensar que tal vez la exploración no la debería haber hecho solo. «Nadie sabe que estoy aquí. Ni siquiera mi perro Rufo.»
El mundo de lo subterráneo le pareció terrible.
Se rehízo en la oscuridad durante unos segundos. Se preguntó qué podía hacer. Se llevó la mano hacia el casco, tratando de iniciar la maniobra de quitárselo y ver que le sucedía a la linterna, arreglándoselas tan solo con la sensación táctil de sus dedos. Se lo quitó, le dio un manotazo, y afortunadamente, la linterna volvió a brillar. Pudo contemplar de nuevo la gruta.
Había logrado controlarse y solucionar el problema, pensó. El dominio de la cueva mediante la calma y el conocimiento de uno mismo, era fundamental. «El aislamiento en un entorno donde se pierden las referencias temporales y espaciales, la certeza de estar en ocasiones muy lejos de la salida, afectan psíquicamente si no se está muy preparado para ello.» pensó.
Le surgieron nuevos pensamientos de si debería seguir adelante con la exploración y estudio de la gruta, y de su conocimiento, o de el mismo.
«El mundo subterráneo, del subsuelo, se presenta como un medio hostil donde solo la inteligencia y la imaginación nos permitirían entrar y salir. La oscuridad, el barro y las grandes verticales se abrían para ser conquistadas, exploradas y estudiadas. El ansia de conocimiento y su búsqueda, nos ha llevado durante milenios a la investigación de la superficie terrestre. Pero también subyace el deseo de explorar como deseo de conocerse a sí mismo.»
Mientras pensaba esto, entró en una sala horizontal casi cerrada que le produjo claustrofobia, que a su vez le produjo una desorientación temporal. Salas y pasadizos y nuevas salas que le hicieron perder la orientación. Tuvo que dar dos vueltas para situarse de nuevo donde estaba e iniciar el camino.
Todavía desorientado pensó en las cuevas horizontales y en las profundas simas, que daban lugar a complicados sistemas laberínticos que requieren de una gran preparación y experiencia física y mental para poderlos pasar con éxito. Le hubiera gustado tener un compañero y compartir el camino, pero estaba solo.
Después de la sala horizontal, donde se sintió muy mal por la claustrofobia, llegó a una especie de túnel. El pasadizo era estrecho y casi no cabía. Unas veces gateaba, otras reptaba ayudándose con los codos, y otras empujándose con las piernas. Era tan estrecho que no podía volver atrás. Sentía miedo, pero tenía que seguir adelante a pesar del sentimiento de desorientación. Mientras reptaba, las cintas del arnés de su pecho se enganchaban con los salientes y con las piedras del pasadizo. La sensación de ahogo era creciente. Avanzaba de forma muy lenta. Era difícil mantener la calma.
Al tratar de empujarse con las piernas para salvar un desnivel, golpeó con el casco en la roca y se le volvió a apagar la linterna. Sintió una gran angustia. Trató de mover una mano para llevársela a la cabeza y darle un pequeño golpe de nuevo a la linterna, que con fortuna recuperó de nuevo la luz, aunque la intensidad de la pila, por el tiempo funcionando, iba decreciendo. Se dejó caer unos minutos con la cabeza en el suelo. No se quiso imaginar lo que le hubiera ocurrido si la linterna no se hubiera encendido.
-El mundo subterráneo es terrible -Se volvió a decir a sí mismo.
Siguió reptando con lentitud y mucho trabajo a la vez que el pasadizo se hizo más amplio. Se incorporó y caminó en cuclillas hasta una nueva sala atravesada por un río caudaloso, y que daba paso a otros pasadizos.
Eludió el río, dejándolo a la izquierda, y continuó bajando por la sala hasta que llegó a una zona donde el agua estaba como estancada y que parecía un lago, pero también podía ser un sifón. «Si lo logro pasar, me conducirá a otra parte.» pensó.
Trató de calcular la profundidad del mismo y también su anchura y los metros que tendría que bucear para llegar a la otra orilla. Metió la mano en el agua. Estaba muy fría. «Procedente del deshielo.» pensó.
Se quitó la mochila, la ropa, y se puso una chaqueta de neopreno y un pequeño bañador. Sacó también de la mochila la linterna acuática y se introdujo en el sifón. Hizo una inspección preliminar: nadó unas brazadas y buceó algunos metros en diferentes direcciones, antes de volver a salir. Era ancho en algunas partes y estrecho en otras y la profundidad variaba. Era un sifón en forma de "U" con la parte baja muy alargada.
Cogió aire varias veces, se introdujo de nuevo en el agua, nadó unas brazadas y se sumergió. Buceo hasta que el aire ya le faltaba y no podía más, pues los pulmones le iban a estallar. Cuando se quedó sin aire, dio la vuelta dando brazadas con rapidez. Llegó de nuevo al punto de partida, se arrastró un poco para salir del agua, y se tumbó sobre su espalda en el lodo de la cueva, pues no podía seguir. Después de unos minutos, recuperó la respiración poco a poco.
Miró su reloj para saber cuánto tiempo llevaba en la gruta, pero no pudo leer la hora, pues el cristal estaba rayado por los golpes que había recibido y además se habían introducido pequeñas gotas de agua. No sabía el tiempo que llevaba en la cueva. Había perdido las referencias espaciales y temporales. La certeza de estar muy lejos de la salida le estaba empezando a afectar.
Abrió la mochila. Sacó unas barritas energéticas para comer y recuperar fuerzas y bebió líquidos.
La luz de la linterna del casco se iba debilitando. En poco tiempo solo le quedaría la energía de la acuática. La cueva estaba bastante oscura, prácticamente no veía.
Pensó en sus límites. Pensó si ese era su límite. El límite que había buscado. «Tal vez sí.» pensó, dándose cuenta de que estaba cansado, aterido y casi sin energía en las pilas de la linterna.
-Tal vez no -Se dijo a sí mismo, dándose cuenta de todo lo que tenía que desandar.
Incluso el nivel de las aguas podría haber inundado parte del pasadizo. El nivel de agua podría cambiar de nuevo toda la situación. Era primavera y época de lluvias. Todo el conocimiento que había adquirido para hacer el camino ya no lo tendría. Se preguntaba si la energía de la linterna de agua sería suficiente para llegar. Sintió miedo.
El conocimiento de la cueva o el conocimiento de sí mismo. ¿Por qué?
En estos momentos críticos, apareció en su mente "la sotana negra de su infancia en la oscuridad de la noche". No recordaba más. Se quedo pensando unos minutos tratando de evocar esos pensamientos y sentimientos. La rabia y la ira que surgían y que sentía eran muy grandes. Lo inundaban todo.
"La sotana negra de su infancia en la oscuridad de la noche".
Decidió que a pesar de todas las dificultades seguiría adelante.
Ángel Villazón Trabanco
Dr. Ingeniero Industrial
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