Campos reside, en la época en que escribe estos diarios, en la Isla de La Sal, un lugar sin duda exótico, pero los hay más. Y le pasan cosas, algunas muy graves que son dignas de ser contadas, sin ser extraordinarias. Además, las cuenta con una prosa certera y un estilo directo que siempre da en la diana, a pesar de que probablemente no sea el mejor prosista de todos los tiempos. También escribe la verdad de lo que siente, una verdad sin tapujos ni autocensuras, aunque haya otros autores que también rezumen sinceridad en sus escritos. Sin embargo, lo que le diferencia del resto y lo que mayor placer produce al lector es que no se calla nada, lo cuenta absolutamente todo, como si nadie le fuera a leer jamás. Joaquín Campos, en definitiva, desparrama sus tripas sobre el papel, escandalizando a algunos e incluso ofendiendo a otros, porque eso es un diario: decir lo que piensas sin pensar la reacción de la persona que piensas en voz alta. A Campos en valentía no le gana nadie.
Es 4 de noviembre de 2020 y Joaquín Campos vive solo en la Isla de La Sal y es el chef ejecutivo del hotel Hilton. Estamos en plena pandemia y en las diferentes entradas de sus diarios nos cuenta lo que lee sin descanso, Cioran y Juan Mayorga son los descubrimientos de lo que llevamos de 2021; lo que bebe, sobre todo vino: la sangre de Cristo; lo que piensa, sólo cuando la mujer deje de preocuparse por su imagen podrá ser equiparada al hombre; lo que odia, detesto el pijerío progre; de quiénes se enamora sin amar, yo creo que me busco novias iletradas para que jamás puedan escribir sobre mí; e incluso qué hace cuando va al baño, porque escribe lo que se le ocurre, sin filtros ni mordazas y sin pensar en las consecuencias de poner a caer de un burro, (a Campos le gustaría tener uno) a periodistas, escritores o políticos: me suda la polla todo aquel que haya sido citado en el libro y no le haya gustado.
Después de contraer el virus y pasarlo realmente mal en una isla con unas condiciones sanitarias tercermundistas, el virus chino al que llaman Covid ha sido la muerte en vida, llegué a enloquecer, Campos se incorpora a su puesto de trabajo el 18 de marzo. Y ahí comienza la pesadilla que al autor le costará su fuente de ingresos, llevándole prácticamente a la ruina, y elevará su existencia, placida hasta ese momento, a un nivel de estrés y angustia que casi acaba con su salud mental.
El primer peldaño de la escalera lo sube la Dirección del hotel Hilton cuando le abre un expediente disciplinario por falta grave por acudir a su puesto de trabajo con síntomas de Covid poniendo en riesgo a sus compañeros y el funcionamiento del hotel, a pesar de que tres días antes, el 15 de marzo, el chef ejecutivo se hiciera un test pagado por él mismo que arrojó un resultado negativo. Y a partir de ese momento, y porque Campos decide no firmar nada y defender la verdad, ¡por la libertad y la dignidad!, la escalera de la infamia se hace más tortuosa añadiendo otros expedientes, demandas laborales y penales, juicios, grabaciones, sobornos y amenazas veladas a testigos hasta llegar a lo más alto de una torre de Babel en su sentido más bíblico, el del pecado de la soberbia. Afortunadamente, Campos no se plegará a la multinacional con 6.600 hoteles en todo el Mundo y se defenderá con uñas y dientes, costándole hasta brotes psicóticos, para acabar ganando todos los procesos judiciales, que son tres, en una versión contemporánea de la pelea de David contra Goliat, mientras pierde su puesto de trabajo y hasta se ve abocado a la venta ambulante para poder subsistir.
Y a lo largo de todo este camino embarrado que muchos no se hubieran aventurado a transitar o, si lo hubieran hecho, habrían caído en la depresión más profunda e infértil, Joaquín Campos sigue leyendo, escribiendo, bebiendo, enamorándose, abriendo empresas, yéndose de gira literaria, mudándose a Bali y hasta siendo feliz bajo la máxima de que hay que obligarse a parecer lo que ya somos (escritor, artista) porque solo serlo no es suficiente.
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