Dicho texto fue distinguido en su momento con el XX Premio Nacional de Poesía “Ciega de Manzanares”. El poeta y crítico literario Juan Carlos de Lara ha publicado con anterioridad Depósito de objetos perdidos (Premio Leonor de Poesía), Caminero del aire, Elegía del amor y de la sombra, Antes que el tiempo muera, Memoria del tiempo claro y Paseo del chocolate. En el campo de la ensayística hay que resaltar sus obras Juan Ramón Jiménez, estudiante y El balcón de las golondrinas, libro este último sobre el que ya vine a pronunciarme no hace tanto, por la investigación que realizara en torno a Gustavo Adolfo Bécquer y el lugar exacto en Madrid, en donde se vinieran a escribir esas rimas tan conocidas del poeta sevillano.
Pero vayamos con de Lara. Le viene de familia a este poeta onubense el decir lírico, aunque para algunos esto pueda parecer una perogrullada. Porque, a veces, aunque no seamos conscientes de ello, las cosas también se maman. Es decir, nos llegan por aculturación. En este caso por influencia paterna y también fraterna: “(…) Ya no, porque mi padre / se dejó por detrás los sueños y las prisas / de edades anteriores, / y no siente deseos de alcanzar / algo ajeno y distinto / al tiempo que hoy le importa y le define: / el pasado que aún le pertenece, / el instante que pasa con las nubes / y la vida que arranca una vez más / tras las últimas páginas de siempre.”
Juan Carlos de Lara escribe sus poemas en largo. Por ello la suma de versos pacientemente entrelazados, vienen a concluir en historias o en relatos si lo desean, muy al estilo del decir helénico de aquellos tiempos gloriosos hoy prácticamente olvidados en la poética. Fotografías con un mar al fondo, hecho de la memoria de un instante o de una vida, que las más de las veces contiene también al vate que nombra, que dice, al incluirse como un otro personaje que es observado por el duende de quien escribe.
De esta forma La mitad del recuerdo se convierte en un poemario electivo aunque también propositivo, en el que los recuerdos conforman la urdimbre junto con los sentimientos, los rumores de la conciencia, la algarabía siempre presente de las aulas en la que se recibió o se imparten clases, los impulsos del instinto y la armonía de la casa familiar. Esas añoranzas. Pero, por sobre todo ello, el amor eterno al padre, que poco a poco se apaga, se despega, desligándose del mundo por inercia vital, y dejando en manos de unos otros el gobierno de los seres y de las cosas que le rodean, a la espera del viaje final, de esa travesía inevitable a la que llamamos vida: “(…) Y al tocar la sirena, / mientras iban saliendo mis alumnos / atropelladamente hacia sus casas, / yo, el profesor, sabía / que a un metro de la puerta, entre humedades, / en el único banco del pasillo, / sentado con mi hermano y, ya impaciente, / me esperaba mi padre.”
Un excelente poemario La mitad del recuerdo de Juan Carlos de Lara.
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