«Un grupo de gladiadores dispuestos a todo avanza por las alcantarillas de Roma. Nada ni nadie puede detenerlos. Ni siquiera la Historia. 18 de septiembre del año 96 d. C. Un plan perfecto. Un día diseñado para escribir la Historia, pero cuando todo sale mal la Historia ya no se escribe…, se improvisa: una guerra civil, las fieras del Coliseo, la guardia pretoriana, traiciones, envenenamientos, delatores y poetas, combates en la arena, ejecuciones sumarísimas, el último discípulo de Cristo, el ascenso y la caída de una dinastía imperial, locura y esperanza, la erupción del Vesubio, un puñado de gladiadores, la amistad inquebrantable, Marco Ulpio Trajano, el mito de las amazonas, una gladiadora, nueve emperadores, treinta y cinco años de la historia de Roma. Han pasado diez años desde la aparición de la primera de las novelas de la ‘Trilogía de Trajano’. El mundo, el nuestro, el del siglo XXI, no ha mejorado. La ausencia de líderes con carisma auténtico, preparados, formados, y que, sobre todo, intenten ser ejemplares en su acción de gobierno es decepcionante. Leer sobre Trajano y recordar que aquí, en nuestro país, nació uno de los grandes líderes del mundo antiguo es un ejercicio de esperanza».
Esta genial novela-histórica, plena de documentación historiográfica, está dedicada al que, la Historia siempre ha considerado el mejor emperador de Roma, y me estoy refiriendo al funcionario hispano, nato en Itálica Augusta, Marco Ulpio Trajano [Marcus Ulpius Traianus. Itálica, 18 de septiembre del año-53 d.C. EMPERADOR DE ROMA desde el 28 de enero del año 98, hasta Selinunte/Cilicia, 11 de agosto del año 117 d.C.], quien pasaría a mejor vida por causa de un masivo Accidente Cerebro Vascular o Apoplejía, que es un sangrado dentro de un órgano o la pérdida de la circulación vascular hacia un órgano. La obra, de una riqueza de léxico maravilloso, tiene su inicio en la ejecución llevada a cabo para conseguir el magnicidio del emperador Domiciano, otro de los emperadores considerado como formando parte del grupo de psicópatas sensu stricto; en este caso, probablemente más que esperado y justificado, ha sido llevado a feliz término por un grupo de conspiradores, los cuales habían padecido tormentos sin medida, realizados por obra de este emperador, tan diferente de lo que habían sido su padre, Vespasiano, y su hermano mayor, Tito. Aunque, a lo mejor, la mala fama de este emperador sería creada, con doble intención, por parte de los historiadores que seguían a pies juntillas a la nueva dinastía, ahora la de los Antoninos.
El profesor Posteguillo nos retrotrae en el tiempo, y nos conduce, sin solución de continuidad, a la época de otro denominado por los cristianos como ‘El AntiCristo’, quien no es otro que el emperador Nerón, de la dinastía Julio-Claudia. Será en ese momento histórico, cuando los complotados contra Domiciano se están criando, siendo ya niños o jóvenes, y, de esta forma, van conformando su intelecto moral en contra de la tiranía imperial; ya que los emperadores que substituyan a Nerón, por cierto vocablo que significa ‘FUERTE’ en el vetusto dialecto de los sabinos, no tendrán trascendencia hasta Vespasiano; y me estoy refiriendo a uno que no se atrevió a dar el salto al trono del Capitolio, llamado Julio Vindex; luego, ya efectivos en el trono de Rómulo-Quirino lo serían Galba, Otón y Vitelio, todos anodinos y eliminados, de forma inmisericorde, por orden de los prefectos de la guardia pretoriana. Domicia Longina (h. 50/55-h. 126/130. Era la hija del cónsul Gneo Domicio Corbulón) ha contemplado, en su infancia, como Nerón ordena a su padre que se suicide, para evitar hacerle sombra; a posteriori se matrimoniaría con el atrabiliario Domiciano (Roma, 24 de octubre de 51-Roma, 18 de septiembre de 96). Marcio y Atilano serán dos pillos juveniles neronianos, y dos gladiadores con Domiciano. Artemio será consejero togado de los habitantes imperiales del Capitolio, y así conocerá, de primera mano, como ha ido degenerando el trono inaugurado por el Emperador César Augusto, aprendido de su tío-abuelo Gayo Julio César. De esta forma se va a ir creando todo un grupo de enemigos irreductibles del emperador Domiciano.
La novela-histórica, sencillamente extraordinaria, no se olvida del plano político y militar del SPQR o SENATUS POPULUSQUE ROMANUS; ya que nos narra la evolución de las duras batallas sostenidas por las legiones del águila imperial romana en sus fronteras, tanto en las de Germania como en las del Extremo Oriente. El volumen nos presenta, asimismo, a personajes de una enorme inteligencia militar, procónsules muy capaces para poder sostener todo el edificio económico, y de rapiña imperialista, que debe sustentar todas las necesidades de la capital del Lacio y de sus gentes. La evolución narrativa de la obra nos lleva, por fin, tras esta exposición nominativa de emperadores, en un continuo ascenso, aunque con algún declive inevitable, hasta el más grande, que es el culmen de la narración, de esta obra de más de mil páginas densas y enjundiosas, me refiero, pues ya, a Marco Ulpio Trajano. Como es de esperar, de la pluma ágil del prof. Posteguillo, los múltiples personajes que aparecen, y que sostienen la prosa histórica necesaria ad integrum, están muy bien delineados, y su definición es prístina. La trama novelada de las intrigas historicistas engancha, sin ambages, al lector más exigente, porque donde hay calidad la lectura historiográfica novelada siempre es de primera calidad. No puedo dejar de referirme a la conquista de la patria de los israelitas, realizada, manu militari y con una gran violencia, por Vespasiano y por Tito. El glosario final de nombres-históricos-mitológicos latinos es más que necesario.
“’LOS ASESINOS DEL EMPERADOR’ es una novela histórica y, en consecuencia, contiene una parte de ficción. No obstante, y al contrario de lo que se pudiera pensar inicialmente, hay mucha menos ficción de lo esperable. Así, por ejemplo, en aquellos pasajes de especial dramatismo donde el lector pudiera concluir con facilidad que el autor se aleja de los datos que nos proporcionan los historiadores clásicos, he optado por incorporar algunas citas con el fin de hacer notar que no era el caso y que el relato se pliega con mucha frecuencia a los datos…”. ¡Obra total y más que necesaria! «Amicitiae nostrae memoriam sempiternam fore. ET. Ex nihilo nihil fit».
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