Entre su bibliografía destacan Guerrilla y prisión política en la narrativa de Bolivia: «Los fundadores del alba» y «El último filo» de Renato Prada Oropeza (Kipus, 2015); La literatura contemporánea (comparada) de Bolivia, Perú y Chile. Doce textos comentados (Kipus, 2016); La poesía hispanoamericana del siglo XX a través de los textos: Seis comentarios ilustrativos (Verbum, 2018); El Quijote, símbolo universal (Renacimiento, 2019) y Los clásicos como pretexto (Renacimiento, 2021). Actualmente, está presentando este libro en diferentes puntos de España.
Mediante artículos de la escritora, Los clásicos como pretexto comprende un compendio de 25 piezas de ensayo, estableciendo una conexión entre autores de diferentes épocas. Una manera de crear un marco bien detallado de la historia de la literatura universal y una guía que ayuda a comprender en profundidad las huellas más valiosas de los escritores, sus textos. La obra abarca desde Sófocles a Eduardo Mendoza, deteniéndose en Cervantes, Shakespeare, Zorrilla, Bécquer, García Márquez y Marguerite Yourcenar, entre otros autores de enjundia.
¿Que conexión más evidente encuentra entre los escritores que destaca en su libro?
La respuesta está contenida en el propio título. Me refiero a esa excelsa palabra que es «clásicos»; pues todos los autores aquí tratados admiten cumplidamente el sobrenombre de «clásicos», entendiendo por tales aquellas obras que tienen la capacidad de transcender, de ir más allá de lo narrado o lo expuesto, siempre a la búsqueda de esas categorías, de esos arquetipos, de esos valores universales que se alojan en la trastienda del hombre de todas las épocas: textos poéticos, narrativos, ensayísticos o teatrales que permiten lecturas distintas en diferentes momentos de la historia, y que contienen valores humanos que, siempre, uno puede reconocer como propios.
En esa medida, puede decirse que la totalidad de los autores y las obras analizadas en este libro, además de los clásicos greco-latinos, comparten estas características, y pueden ser considerados como clásicos: desde Sófocles a García Márquez, pasando por Cervantes, Shakespeare, Marguerite Yourcenar, Boris Vian o Eduardo Mendoza, por citar solo algunos.
¿De dónde surgió esta idea para recopilar estos grandes referentes de la literatura?
Pues... bien: de nuevo, la respuesta está respondida en el propio enunciado del título con el uso anfibológico del vocablo «pretexto». En primer lugar, y atendiendo a la etimología de la palabra, de praetextus, de prae-texere (tejido delante). Es decir: los clásicos como los predecesores, los anunciadores, la urdimbre en la que se tejen y entretejen los hilos de la historia de la mejor literatura. Este hecho me llevó a tener un motivo, una razón, un pretexto para comentar obras y autores clásicos antiguos y modernos, que fuera un recorrido académico-sentimental por mis obras y autores predilectos.
¿Cómo nos han marcado estos autores clásicos la forma de pensar a lo largo de la historia?
Creo que, dado que la gran aportación del mundo clásico es el establecimiento de esos arquetipos, de los que hablábamos antes, estos llegan a constituirse en el mayor y mejor soporte y asidero, en el pilar ideológico y estético más sólido sobre el que se asienta una construcción del mundo y del hombre: un sistema de valores que, desde la Antigüedad al mundo moderno, pasando por el Renacimiento, ha asentado las bases de la cultura Occidental hasta nuestros días.
¿Qué es lo que más une a la literatura española con la hispanoamericana, más allá de que se escriba en la misma lengua?
Es esta una pregunta muy acertada, cuya respuesta nos llevaría un tiempo que excede al espacio de una entrevista.
Intentaré ser breve. Empezaré por aquello que nos diferencia y que presenta dificultades a la hora de estudiar la literatura del otro lado del mar.
En primer lugar, la dificultad que supone intentar analizar, valorar y gustar de una producción literaria en ámbitos literarios y estéticos tan vastos y diversos, sometida, además, a una constante renovación y ampliación de registros.
En segundo lugar, otra dificultad es advertir que, pese a escribir en la misma lengua, la manera de abordar la realidad, el espíritu de esa escritura es totalmente diferente del de la literatura española. Un espíritu marcado por el mestizaje y por una constante búsqueda de identidad, tanto en los temas como en las formas, con la intención de renovar el lenguaje y llevarlo a límites nunca sospechados de riqueza y novedad lingüística y literaria. Y esto sucede tanto en la prosa como en el verso, o, por mejor decir, en la poesía.
¿Quién ha sido para usted el escritor más influyente en la literatura española del siglo XX?
Pues... ciertamente, estamos ante una pregunta de dificilísima respuesta.
Para no resultar prolija, ni desviarme en consideraciones largas y sinuosas, voy a responder con dos nombres correspondientes a cada uno de los géneros literarios, en España y en América.
En la lírica, yo pondría en una torre señera, como aquel celebérrimo ciprés de Silos que cantara Gerardo Diego, a Rubén Darío y a Lorca.
En narrativa, a García Márquez y Miguel Delibes (vivo en Valladolid: barro para casa).
En ensayo, a Eduardo Galeano y Unamuno.
Y, finalmente, en teatro, tal vez, al argentino Osvaldo Dragún y al español Buero Vallejo.
¿Cómo les transmite a sus alumnos su pasión por la literatura?
Pues... tampoco sabría responderle con precisión. De nada serviría decirles que la lectura es fuente de placer y conocimiento. Son palabras bonitas que a la mayor parte de los alumnos no les dicen nada en sí mismas. Lo que sí puede transmitir esa pasión por la literatura es que ellos vean mi entusiasmo por esa palpitación que tiene la palabra literaria, y más aún, la palabra poética.
Yo les hago ver, instándoles a leer en voz alta, después de haber leído yo también en alto, un texto dado, especialmente seleccionado para tal fin, e intentar hacerles vibrar con él, que les toque el corazón, las emociones. Así será más fácil hacerles ver que pocas cosas pueden compararse a la sensación de plenitud que posee pasar los dedos sobre las páginas de un libro. Haciéndoles comprender que ese acto pausado y silencioso posee algo de majestuoso, de íntimo, de sensual, incluso. Pero la lectura no solo da contento, que también; sobre todo te da amigos. Un libro llega a ser un confidente, un maestro, un amigo.
Con un buen libro, nunca estás solo. Y, como dice el proverbio: «La compañía Dios la amó». Así que uno, pobre mortal...
¿Cómo cree que tendría que cambiar el sistema educativo para abordar mejor a los clásicos?
Bueno...en primer lugar, yo incluiría, al menos un año, el estudio del latín en la Enseñanza Secundaria Obligatoria, como una mínima base para conocer nuestra propia lengua y las otras lenguas románicas o germánicas, como el inglés. No olvidemos que gran parte del vocabulario culto de esta lengua es de origen latino, y en este mundo globalizado en el que estamos, estos mínimos conocimientos sobre el latín son imprescindibles.
Asimismo, establecería como obligatoria, y no como optativa, como está ahora, la asignatura de Cultura clásica, al menos un año.
Finalmente, en el Bachillerato de Humanidades, establecería como obligatorio, y no como optativo, el estudio de la lengua griega, por razones obvias.
El español es un ser radicalmente social
¿Por qué en España suele triunfar más la literatura realista, en comparación con los países anglosajones, en los que la fantasía es más común?
¡Pues... bonita pregunta, también, sí señor! Y... como todas las preguntas inteligentes, de difícil respuesta.
Bueno... Pues yo hablaría de dos factores, aparentemente diferentes, pero que, de alguna forma, están perfectamente engarzados, y que, junto con otros muchos, podrían explicar esta clarísima diferencia.
El primero es la luz: la presencia de la luz que viene del sol, y que ilumina el mundo haciéndolo perfectamente visible, diáfano, casi transparente. Nos lo dice muy bien el gran poeta vallisoletano Francisco Pino. Una luz que ayuda a poner delante de nuestros ojos la realidad de la naturaleza, la realidad de los otros a quienes observamos y nos observan. Apenas, hay nieblas que desdibujen las formas y a las personas. No cabe, o cabe mal el misterio.
El segundo y, unido a lo anterior, es que el ser español es un ser, radicalmente social: le gusta estar con los otros, para admirarlos o denostarlos. Le gusta perderse por entre la sociedad y juzgarla, criticarla o, en su caso, querer cambiarla. El español es fisgón y es criticón. Eso es un hecho del que no escapa tampoco el escritor. Nuestros grandes escritores han sido y son realistas: Cervantes, Galdós, Delibes, Eduardo Mendoza, Pérez Reverte... Y tantos otros.
¿Cómo ve el futuro de los libros en papel? Y más concretamente, ¿cree que la literatura clásica se podría disfrutar igual en papel que en formato tradicional?
Yo creo que los libros en papel tienen asegurado su futuro, conviviendo en buena armonía con los libros electrónicos, como ha sucedido con la radio y la televisión. El libro en papel no será solo para viejos o nostálgicos. Será para diferentes lectores y diferentes situaciones. En este sentido, los libros clásicos no se comportan de diferente manera que un libro que no fuera calificado de tal.
Yo, haría una salvedad relativa al libro ilustrado. Un terreno cada vez más y mejor trabajado, y no solo en la literatura infantil y juvenil. Además, en España, tenemos grandes ilustradores.
Así pues, ¡larga vida a los libros... a todos los libros! ¡Que así sea!
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