Hoy tengo el placer de presentar otra reseña-ensayo, sobre otra de las delicadas y cuidadosas obras de Ático de los Libros, que nunca van en la dirección de lo vulgar o mayoritario, sino de la excelencia cultural. Hoy nos aproximamos a la Cuarta cruzada, que, paradójicamente, enfrentó a cristianos contra cristianos. «En abril del año 1204 tuvo lugar uno de los episodios más oscuros de las cruzadas. Dos años antes, los ejércitos de la cristiandad occidental se habían puesto en marcha, henchidos de fervor religioso, para liberar Jerusalén de las garras del Islam. Sin embargo, las intrigas de los venecianos apartarían a los cruzados de ese objetivo y, en un dramático giro de los acontecimientos, harían que volvieran sus armas contra Constantinopla, el corazón del Imperio Bizantino y la mayor metrópolis cristiana del mundo medieval. Tras un asalto épico que conmocionó a toda Europa, los cruzados tomaron la ciudad, hasta entonces considerada inexpugnable, y la saquearon con un salvajismo brutal: asesinaron y violaron a mujeres, profanaron Iglesias, saquearon el tesoro y dejaron que las llamas consumieran sus barrios. Algunos contemporáneos cristianos celebraron la noticia, tomándola como la confirmación de que Dios había condenado a los traicioneros griegos; otros, se horrorizaron ante esta perversión del ideal cruzado. En esta extraordinaria nueva historia de la Cuarta Cruzada, Jonathan Phillips, historiador experto en la época, logra que cobren vida Enrico Dandolo, Alejo IV, Balduino de Flandes y los demás protagonistas de esta Historia, y nos detalla sus motivaciones y la cadena de acontecimientos que condujo a una de las masacres más tristemente famosas de toda la Historia Cruzada». Esta lamentabilísima Cuarta Cruzada fue un completo fracaso; no se consiguió reconquistar Jerusalén. De este incomprensible comportamiento siempre se lamentaría el responsable absoluto, que era el Papa de los católicos en Roma o en Aviñón. Además, las repúblicas usureras y comerciales itálicas, que no y nunca italianas, ya que Italia nace como concepto político global e, incluso, geográfico conceptual, a finales del siglo XIX con Giuseppe Garibaldi; por lo tanto, esas serenísimas considerarían siempre a los bizantinos como enemigos, sin ambages, y peligrosos competidores. De hecho, todo este incalificable devenir, conllevaría, a posteriori, que Bizancio cayera en las manos del Islam, con todo lo que eso ha significado, de negativo, para la historia de Europa. El lamentable saqueo de la hermosa y cosmopolita capital del Imperio romano de Oriente o Bizancio conllevó que se calificara, a esta cruzada, como aquella que provocó la lucha entre cristianos. Las riquezas llegadas al Vaticano y a la Serenísima República de Venecia fueron ingentes, pero más bien de corta duración o efímeras. El rencor papal occidental, inexplicable para aquel que siempre ha portado y portará las sandalias del pescador, acusaba a los bizantinos de haberse acercado, en la reciente Tercera Cruzada, al gran hayyib kurdo, Saladino. «Los venecianos habían visto cómo sus ciudadanos eran expulsados de Constantinopla en 1171. Bonifacio de Monferrato, el líder de la cruzada, tenía razones más personales para sentir antipatía por los bizantinos: uno de sus hermanos, Raniero, había sido asesinado por los griegos, y otro, Conrado, había sido obligado a huir de Bizancio temiendo por su vida». Desde el año 1054, católicos y ortodoxos estaban seriamente enfrentados, por cuestiones de doctrina, y el cisma entre ambas confesiones cristianos era ya de muy larga duración. La Primera Cruzada tampoco había sido una relación de afecto entre ambas confesiones religiosas; los pogromos contra los cristianos-católicos, que se habían producido ya en el año 1182, habían sido terribles. Sumatorio global de rencores y desconfianzas mutuas, incalificable el hecho producido entre dos pueblos y dos culturas, que provenían del SPQR y adoraban al Unigénito Hijo de Dios. Para un anónimo poderoso caballero de Borgoña o de Aquitania o de Alemania, los bizantinos eran herejes, mentirosos y afeminados, con toda la carga peyorativa del Medioevo para esos calificativos. Verbigracia, el historiador y cronista Odon de Deuil (1110-1162), y participante en la Segunda Cruzada, no tiene el más mínimo empacho al describir a los bizantinos como: “PERSONAS QUE CARECEN DE TODO VIGOR MASCULINO, TANTO DE PALABRA COMO DE ESPÍRITU”. No obstante, los bizantinos también se defendían, sin ambages, por ejemplo, así califica a los occidentales o latinos el historiador de Bizancio, Nicetas Choniates (c. 1155-1215/1216): “Entre nosotros y ellos (los latinos) existe el más grande de los abismos. Somos polos opuestos. No tenemos un solo pensamiento en común. Son estrictos y su porte erguido les proporciona una orgullosa afectación y, además, les encanta mostrarse despectivos ante la modestia y suavidad de nuestras maneras. Pero nosotros pensamos que su arrogancia, presunción y orgullo son por el flujo de mocos que los obliga a mantener sus narices en el aire y los aplastamos gracias al poder de Cristo, que nos proporciona la fuerza para pisotear la víbora y el escorpión”. No obstante, en este año de 1204, las relaciones entre occidentales y orientales habían mejorado; porque Bizancio había puesto fin a sus cordiales relaciones con el Islam, ya en el año 1192. Y, aunque el Sumo Pontífice de los católicos, Inocencio III (1161-1198-1216), había exigido al emperador bizantino del momento, Alejo III Ángelo (c. 1153-1195/1203-1211), su deber de ayudar a la cruzada; amenazas veladas dejaban entrever que no se aceptaría un no por respuesta. Sea como sea, las epístolas papales de 1204 eran ya mucho más conciliadoras. Venecia comerciaba de nuevo con Bizancio sin muchos problemas y, nuevamente, los cristianos occidentales se habían establecido sin muchas reticencias entre los bizantinos. Pero, debajo de esta superficie de placidez existían los rencores religiosos incoercibles, pero no hasta el punto de justificar un asalto a las murallas de la propia capital. Entonces, el príncipe Alejo solicita que la cruzada se desvíe con la finalidad de que él y su padre, Isaac II, pudiesen conseguir el trono de Bizancio, que ellos consideraban les pertenecía por derecho. La oferta de Alejo fue aceptada, y la flota cristiana se desvió de su camino hacia los obligados territorios sojuzgados por el Islam. La causa era la habitual ya cronificada, y que estribaba en el número insuficiente de soldados occidentales, que podían atacar y derrotar, como hubiese sido justo y necesario, al Islam instalado en Oriente; el hecho había sido la primigenia causa del fracaso de la tan bien planificada Tercera Cruzada o la de los Tres Reyes, conformada por el emperador del Sacro Imperio Federico I “Barbarroja” Hohenstaufen, el rey Ricardo I “Corazón de León” Plantagenêt de Inglaterra, y el rey Felipe II “Augusto” Capeto de Francia; sus rencillas pusieron, en bandeja de plata, la victoria al taimado kurdo Saladino, aunque ‘Corazón de León’ lo había planificado todo mucho mejor que la desastrosa Segunda Cruzada, que estuvo carente de las tropas necesarias, y dirigida por el rey Luis VII de Francia, primer esposo de su madre, la duquesa Leonor de Aquitania, reina de Inglaterra. Esto es todo de momento, el resto, esencial y brillante, se encuentra en este libro de recomendación sobresaliente, y que nunca pierde su actualidad. ¡Magnífico historiador, Jonathan Phillips, y asimismo la historia medieval narrada ad hoc! «Totus aut nihil. ET. Soli Deo Gloria». Puedes comprar el libro en:
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