A propósito de "Lugares a los que volver con el buen tiempo". Para empezar esta entrevista, me gustaría comenzar refiriéndome al sugerente título que has elegido para aglutinar los poemas por los que se te ha concedido el II Premio Internacional de Poesía de Fuente Vaqueros: Lugares a los que volver con el buen tiempo. Estamos, a mi entender, ante una revisitación del tópico literario del locus amoenus, ese lugar idílico al que siempre deberíamos volver… Dices bien, David. Con la salvedad de que ese locus amoenus al que te refieres, está conformado en este caso por lugares y rincones reales, que seguramente poblaron mi infancia más temprana, la de mis años en Buenos Aires, pero que he tenido que reconstruir literariamente con el paso del tiempo, tratando de completar los espacios huecos de la memoria. Como bien señala mi querido Carlos Aganzo en la contraportada del libro, sin duda es mi intento literario más marcadamente porteño hasta la fecha, quizás porque me lo debiera a mí mismo y ese tipo de deudas conviene saldarlas. Tras dieciséis poemarios publicados, percibo que tu verso fluye de una manera distinta, quizás con un ritmo más sosegado, quizás con cierta propensión a saborear cada silencio. Estoy de acuerdo. Es el primer libro en el que yo también he percibido ese cambio de guion tan marcado en los textos, entendiendo que es una evolución lógica que va en paralelo con mi propio desarrollo personal. Es más, te diría que el giro me ha sorprendido hasta a mí mismo porque no ha sido ni mucho menos buscado, sí quizás transferido por el contexto actual que vivimos en los años de postpandemia y sus incertidumbres asociadas. En efecto, mi poesía se ha ralentizado para, entiendo yo, bajar al mismo tiempo las revoluciones de la vida y, como tú bien señalas, paladear de nuevo las emociones menos cruciales, pero tal vez más necesarias. Es obvio que buscas en tu lector a un compañero cómplice. Dices en uno de tus poemas más breves y, por ende, en uno de los más certeros: «entre los dos / lograremos / pasar la página». Una de las cosas que más me cuesta es pasar página de ciertas emociones y creencias que nos lastran en el día a día. Buscar esa empatía con el lector es una necesidad perentoria, si pretendes establecer un cierto diálogo metalingüístico que te enriquezca y reafirme en esa voluntad. La palabra poética, bien llevada, siempre será una excelente compañera de viaje, por eso cuando leo poesía busco denominadores comunes existenciales que humanicen a sus autores, que los diferencien de esa superficialidad absurda que jamás debió venir a cuento. Yo creo que se ha abusado en demasía de la imagen del poeta como un eterno caminante. Ahí tenemos a Machado o al flâneur baudeleriano. Sin embargo, tú, por el contrario, aseveras que «no hay camino», que solo hay «regresos puntuales»… ¿A qué regresa el poeta en estos momentos de su vida? La vida es un permanente estado de regreso, un regreso a lo que siempre hemos intuido como mejor y más auténtico. No deja de ser una mentira piadosa para sobrellevar nuestros demonios. Jugar con las cartas marcadas no es sencillo, tienes que aprender los mecanismos de defensa necesarios para sobrellevar esta arquitectura inesperada, que nadie te enseña en las escuelas. El poeta es otro aprendiz más en los amplios jardines del silencio. Sin duda.
A mi parecer, la poesía contemporánea es esencialmente hodierna. Se deleita con el presente, con el Aquí y el Ahora. Sin embargo, en estos poemas tuyos de madurez, nos propones lo contrario: «No somos ahora, // dejemos que hable / nuestro ayer». ¿Tal vez ha llegado el momento de echar la vista atrás y de hacer balance? En mi caso, tu afirmación es totalmente acertada. He empezado a tomar cierta distancia con la cotidianeidad, seguramente huyendo de la inmediatez que la rodea. Eso también se traduce en perspectiva con lo literario, tratando de ser lo más objetivo posible con tu propio trabajo. Y tengo que decirte que, tras diecisiete poemarios, aún tengo muchísimo que aprender y mejorar, soy consciente, pero también lo soy de que disfruto leyendo a los buenos poetas como tú, y a los no tan buenos pero que se han convertido en referenciales. De todo se aprende y extrae. Disfruto escribiendo cuando puedo y me dejan, pero la ilusión se sostiene pese a las dificultades del camino. Somos muchos y es complejo entender que hay sitio para todos. O tal vez no lo haya, y esa verdad duele hasta que se interioriza. Aquí y ahora son dos palabras que no suelen encontrarse en el diccionario de un poeta. Antes has mencionado a Carlos Aganzo, quien ha afirmado, parafraseando a Blas de Otero, que este es tu libro “más fieramente humano”. ¿Es este, tal vez, tu poemario más existencialista? Creo que es una característica redundante de todos mis libros, pero quizás plasmada en múltiples visiones diferentes, no en vano empecé a publicar en 2004, hace casi ya veinte años. El tópico de que nada de lo humano me es ajeno ciertamente se reencarna en verso en cada uno de mis trabajos, de una u otra forma. Ya sea viajando por el mundo para reencontrarme conmigo mismo, o en diálogos metapoéticos con muchos de mis referentes. En boca de otros o con mirada propia, pero la temporalidad del hombre me conmueve. Carlos es un humanista en el sentido más puro de la expresión, agradezco tenerle cerca en lo personal y en lo literario. Como siempre, nos dejas algunos versos para la posteridad. Me quedo, por ejemplo, con estos en los que afirmas sin tapujos que «Vivir en la piel de otro / es como no haber vivido». Y es que tantas veces “no somos”, por querer ser “otros”… En mi próximo libro me he permitido adentrarme en la poesía japonesa y en ella, el concepto del oubaitori nos habla de la necesidad de no querer compararnos con los demás en todo momento. Creo que es una enfermedad que se está inoculando a través de redes sociales y medios de comunicación (no todos), con esa presunta inmediatez que viste lo aparentemente real. Me preocupa la pérdida de valores que ello supone, David, porque vislumbro que cierta parte de lo literario también ha girado en esa dirección. Algo no va bien si dejamos de ser auténticos, si nuestro ritmo nos lo marcan otros. En palabras del jurado del certamen de Fuente Vaqueros, compuesto por Ramón Martínez, Raquel Lanseros y Fernando Operé, estamos ante un libro esencialmente melódico, con una poesía rica en imágenes, pero rotunda a la vez en las formas, de final apoteósico e inesperado. Me vas a permitir que agradezca de nuevo a organización y jurado sus palabras hacia mi trabajo. Me consta que Fuente Vaqueros y Valparaíso han apostado fuertemente por este premio, hasta convertirlo en apenas dos ediciones en un referente internacional entre los certámenes poéticos. Creo que lo han logrado con creces, la puesta en escena del libro va a estar a la altura de lo que se merecen la propuesta y el nombre de Federico García Lorca. Mi enhorabuena más sincera para organización, sello, e instituciones vinculadas. Para los que, como es mi caso y el tuyo, organizamos concursos literarios con cierta vocación continuista, premios como éste son referentes a seguir. Sin duda. En cuanto al libro, creo que será un punto de inflexión en mi modo de entender la vida a través de la palabra. Una libertad ciertamente inesperada. Para terminar, me parece de obligado cumplimiento preguntarte por tus próximos proyectos. ¿Con qué nos sorprenderás la próxima vez? ¿Tienes alguna sorpresa que nos puedas adelantar? Para finales del año que viene o primeros del 2024 publico con Olifante mi poemario “Rave”, una propuesta mucho más underground y difícilmente clasificable. Dicho esto, creo que gustará. No me gusta encasillarme, ni que mis textos suenen a canción ya escuchada. Siempre desde la humildad y el aprendizaje continuo, lejos de la impostura. No concibo hacer las cosas de otra forma. Puedes comprar el libro en:+ 0 comentarios
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