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"Tierra llana", de Francisco J. Castañón

Ediciones Vitruvio, 2022
miércoles 09 de noviembre de 2022, 07:00h
Tierra llana
Tierra llana

Uno de los tópicos más fértiles de la literatura es el que se apoya en la tematización de la “tierra”, bien a través de la metáfora para transformarla en materia poética, bien bajo el prisma del mito para ensalzar un acontecimiento o la acción misma del relato, dotando al topos de vida propia como un personaje más, confundiendo así paisaje y paisanaje; y finalmente, la mera utilización geográfica del citado tópico como escenario o marco referencial, que bajo mi punto de vista, es de menor interés. La poesía, muy especialmente, suele abundar en los dos primeros, quedando el tercer punto relegado en general para el género narrativo; contando todos ellos con un buen número de apreciables ejemplos.

A este respecto, conviene recordar que, hace ahora un siglo, T. S. Eliot publicaba su ‘Tierra baldía’ poniendo patas arriba la modalidad textual de la poesía, a la vez que de algún modo inauguraba la corriente simbólica de la desolación en su encarnación telúrica y, de este modo, el melón lírico que abría el poeta británico-americano acabaría por hacerse recurrente.

Francisco J. Castañón no es ajeno a la citada corriente, como viene a demostrar su último libro, publicado por el sello editorial Vitruvio que lleva por título Tierra llana, siendo una suculenta tajada de tan sabroso fruto. Pero la humanización de la Tierra en este caso, a través de la prosopopeya que actualiza Castañón, nos remite a otros antecedentes literarios bastante más cercanos a su mundo creativo, tanto cultural como emocionalmente. Sus expresas alusiones a la “extinta” Castilla la Vieja, no dejan lugar a dudas, tanto en los topónimos de recia prosodia como en los nombres de venerables poetas con los que el autor comparte origen, vivencias y renuncias.

Aunque, a diferencia de Eliot, la adjetivación del sustantivo del título del libro de Castañón no tenga a priori una connotación amarga en su apelación estrictamente orográfica al ámbito espacial que evoca, sin embargo, en la lectura de sus páginas iremos descubriendo que la mirada del poeta también está imbuida por ese sentimiento de orfandad y de pérdida al identificar, de alguna manera, lo llano con lo estéril, lo árido, lo inhóspito. Pareciera que la falta de accidentes del terreno no fuera, irónicamente, óbice para que otros “accidentes” más tempestuosos se instalaran en él con ánimo de convertirse en endémicos —amenazadores molinos de viento—, ya en sus diezmados habitantes, ya en la decadente fisonomía misma de sus pueblos olvidados. De este modo, la tierra se verá animada por los sueños del poeta, en una galería de personajes míticos de un ayer fantasmal: “Espacio que anega mi pensamiento/ de pasado…”

De una parte, pues, podemos afirmar que el espíritu de Tierra Llana ahonda en esa senda que tras Eliot transitaron, desde otros géneros, la Yerma de Lorca o el Pedro Páramo de Rulfo, entre los más memorables. “Aliada del tiempo/ la maleza indeseable/ medra con ímpetu/ en terrenos baldíos”. De otra, como ya queda dicho, que los pobladores de carne y hueso en el libro han sido suplantados —por contacto con lo emocional— en el compensatorio ejercicio de la memoria del poeta por figuras literarias, ficticias e históricas.

Por tanto, la Tierra de Castañón no será desde luego la del Cernuda de Tierra nativa, que aun excavando en el mismo filón de lo “geo/ lógico”, nos acerca a una tierra llana amable: “El encanto de aquella tierra llana, / Extendida como una mano abierta, / Adonde el limonero encima de la fuente/ Suspendía su fruto entre el ramaje”. Si bien Francisco Castañón, amando su suelo como el sevillano, sin embargo, no deja de tener un poso de amargura y desconsuelo en su aproximación a él, entroncando así su mirada poética con aquellos autores, paisanos del autor, que hicieron de Castilla un referente y como tal un ideario ético/estético de vida, desde los noventayochistas hasta incluso los redentores hombres de la Institución Libre de Enseñanza. Referentes que en la plástica replican pintores que van de Carlos de Haes hasta los de la Escuela de Vallecas y sus epígonos, como el Caneja de infinita paleta cromática de ocres. Esta gama de colores será también la de Castañón para su homenaje doliente a los Campos de Castilla de Antonio Machado, donde el poeta de igual forma se “duele de España” con el mismo llanto unamuniano, si bien se niega a extirpar de su lamento la esperanza: “Tus calles vacías/ tus casas abatidas resisten con singular denuedo/ la embestida de tantas hierbas lacerantes, / brotando, como un síntoma, en el umbral de estos avanzados/ tiempos digitales”, en ostensible contraste entre el hoy y el ayer que no escatima el sarcasmo final como un certero y noble navajazo.

La cita de Delibes que antecede a uno de los poemas no puede ser más elocuente: “…el silencio y el recogimiento casi místico de esta ciudad se me metieron en el alma”. Tierra llana es, pues, un viaje tanto físico como metafísico por la meseta castellana, de resonancias místicas y/o míticas: lo geográfico, con lugares reconocibles y concretos (Barbatona, Salinas de Imón, La Alcarria, el río Tajo o los Campos de Brihuega, el río Duero “es un sueño epicúreo…”, el acueducto de Segovia “ímpetu de lo pretérito”, las Tablas de Daimiel,… ), concita lo íntimo, que se entrevera con lo reflexivo en afortunada ósmosis, a través de la contemplación del entorno, entre lo meditativo y lo lírico, que holla el poeta en su peregrinaje “por este agridulce itinerario”, como ya había hecho en poemarios y recopilaciones anteriores; a saber: Fuenfría, Las horas indultadas o Equipaje sin lastre (que, por cierto, vuelve a dar título al último poema del libro).

En el poema que lo abre, ‘Camino a Barbatona’, despoblada pedanía del municipio de Sigüenza, el autor ya nos da las contraseñas para acceder a ese su universo rural, tanto campestre como urbano, amén de adelantarnos el título del libro, que al final coronará con un espléndido poema de idéntico nombre: “… / sobre este amable territorio, / mientras somos ya horizonte, materia y lenguaje de esta tierra llana, /…” Así pues, identificación del autor en su plural mayestático con el paisaje, al que siente en su alma, y que en su función acogedora y maternal devendrá verbo poético para descifrar los arcanos que alientan en él. En donde la tierra llana “sintiente” es a la vez “tierra promisoria”, “tierra estoica” y “tierra próvida”, en su proteica desnudez fecunda.

Por consiguiente, el poeta irá articulando el rico y poliédrico relato lírico en su abundancia de imágenes y hallazgos retóricos donde cada palabra conjura la maldición que se cierne —“palabras inéditas con las que rehabilitar el mundo”, en la brillante síntesis de Alfonso Berrocal para el prólogo—, siendo una pieza de orfebrería en la delicada pluma del escritor, para ocupar su lugar justo, sin estridencias y sin innecesarias acrobacias técnicas, y con ello, denunciar todo tipo de hechos, ya el clamoroso abandono, en el éxodo a las grandes ciudades ya el deterioro ecológico de la naturaleza. Si uno lo pone en contacto con el concepto de la España vaciada —que, de un tiempo a esta parte, ha saltado al ámbito literario de la mano de novelistas como Rafael Cabanillas, que le ha dado visibilidad en el ciclo narrativo de su trilogía ‘En la raya del infinito’, en su caso en los Montes de Toledo—; el otro lo vincula con la poética eco-social de Jorge Riechmann, compañero de generación del autor. Si en el primer caso leemos: “Se fue la gente, sí. / Las casas quedaron/ habitadas por nadie, / hasta ser osamenta/ de roídas vigas de madera/ y fracturados muros”; en el segundo escuchamos “El grito del árbol” que “Es el grito de la diversidad/ que se desangra sin tregua”. Francisco Castañón, como ellos, da voz a los silenciados, en busca de su restitución poética.

Tierra llana se estructura en tres partes cronológicas que en su devenir histórico modulan la mirada morosa del poeta: Vistas a un presente afilado, Pistas en el pasado (evocaciones calculadas) y un Mañana agitado de futuro. Los respectivos títulos de las secciones no dejan lugar a dudas sobre la pesadumbre y el desencanto del poeta ante la decadencia que se tropieza en su deambular por los campos y las localidades rurales, como si de un apasionado cineasta de cinema verité se tratara, que con su steadycam registrara todo lo que ve y lo que no ve/añora en un vademécum poético de imágenes fílmicas de road movie de denuncia social.

Si Vistas a un presente afilado, en su alarmante epíteto, nos advierte con sus impecables versos rítmicos, del estado de cosas que le/nos rodean, Pistas en el pasado (evocaciones calculadas) —a modo de intermezzo anticipador— emplea la prosa como vehículo de expresión, llevando la contraria a una cita de Apollinaire (“he aquí la poesía esta mañana pues para la prosa están los diarios”), que el propio autor recoge —con sorna quizá— para abrir uno de sus poemas. Francisco Castañón en esta sección se recrea en una exquisita prosa poética —que desde los lejanos tiempos del pionero Aloysius Bertrand abriera nuevos modos a la expresión lírica— para cantar a figuras históricas y literarias, desde Fray Luis a Machado, pasando por Beatriz Galindo, María de Zayas y Luisa Carnés —en su reivindicación de un cabal feminismo— hasta llegar a Cervantes y su inexcusable don Quijote, o desde El Greco al sedente Doncel de Sigüenza (“blanco alabastro desgastado”), en un venerable recorrido “didáctico” que no evita la ironía, en unas “sugerentes luces de neón (que) anuncian a los conductores el Club Dulcinea”, con la mirada asombrada a un prostíbulo de carretera como “descarnada” metáfora de la decadencia moral y cultural que nos asola.

La tercera sección del libro, Mañana agitado de futuro, —como en una claustrofóbica panoplia cronométrica holística— contraponiendo especularmente el adjetivo “agitado” al “afilado” de la primera parte, nos habla del mundo de un mañana distópico con espanto “mientras nuestro existir virtual más posthumano/ va llegando del futuro”.

Conceptos que se enseñorean con impúdica desvergüenza en los medios —Metaverso, Gran Hermano, Redes ¿sociales?, desastre ambiental, especulación inmobiliaria, consumismo desenfrenado— suponen serias amenazas para nuestras vidas, aunque el poeta, como antes decíamos, confía en un futuro mejor, como anticipan los versos de Jorge Riechmann que sirven de pórtico en el libro: “En este mundo trágico que se desmorona/ trozo a trozo/ no renunciamos a los sueños lúcidos”. Podemos leer: “Tierra germen de inesperados quijotes/ y sanchos que jamás desesperan, / de aldonzas y tangibles dulcineas/ materializando otra realidad aún no usada”.

Estamos ante un poemario sólido, primoroso, coherente en su diversidad y en el que, sobre todo, la palabra poética está llamada a rescatarnos de un Armagedón, Saturno redivivo, que no solo se alimenta vorazmente de la degradación material y espiritual que acarrea el paso inexorable del Tiempo —con su sempiterna pareja de baile, el Ser heideggeriano— y arrastra la indigencia de nosotros mismos. El escritor Francisco J. Castañón lo sabe y se aplica a ello con la sensibilidad y el talento que las circunstancias reclaman del poeta de fuste.

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