La batalla de Lepanto es otro hito histórico dentro de la conflictiva Historia de Europa; y, sobre todo, la victoria de uno de los bandos, para los europeos ‘EL DE LOS BUENOS’, y fue una importante catarsis. Europa respiró profunda y tranquilamente. No se analiza, en muchas ocasiones, el pánico cerval que existía entre los europeos, mayoritariamente cristianos, y que estaba producido por los avances conquistadores militares de los turcos otomanos; de costumbres y religión antagónicas con relación a las de los cristianos. Durante generaciones, los habitantes del mar Mediterráneo cristiano padecieron un temor atávico ante aquellos musulmanes, a los que se comparaba con los demonios, y de los que se tenían noticias muy deformadas sobre su idiosincrasia, porque esclavizaban a los varones y a los niños, se llevaban a las mujeres a los harenes y sometían a los no musulmanes a una vida de miseria y de sufrimiento. Toda esta panoplia de informaciones manipuladas y deformadas conllevó que los cristianos del Levante, de Andalucía, de Cataluña, Baleares, Córcega, Cerdeña, Sicilia, Nápoles o de Calabria, decidiesen, en un elevado porcentaje, abandonar sus viviendas costeras e irse hacia el interior de esos territorios. Durante el Medioevo, sobre todo desde el final del siglo XIII, los Reinos de León y de Castilla, de Aragón, de Portugal, de Navarra y de Francia, sobre todo los hispanos, habían contenido, atacado y derrotado al Islam en multitud de ocasiones; y solían llevar ellos la iniciativa bélica de la Reconquista. En Tierra Santa, los seguidores del Hijo de Dios habían sido expulsados, por las manipulaciones políticas de los diferentes monarcas europeos, siempre enfrentados entre sí, no obstante, existían fortalezas que vigilaban esas costas, desde Rodas hasta al Dodecaneso, y, asimismo, desde Chipre hasta Creta. Todo ello preparado para vigilar a estos nuevos señores del Islam, tan poderosos, como eran los turcos otomanos. «Durante el siglo XVI se dieron cita en el Mediterráneo poderes antagónicos, pero sobre todo galeras, convertidas en el principal instrumento para hacer la guerra. La batalla de Lepanto se ha planteado siempre como una lucha religiosa. Esta obra, publicada en el 450º aniversario del acontecimiento, nos muestra cómo esa causa quedaba también subordinada a la búsqueda de poder y de beneficios comerciales. Al inicio de la confrontación el Imperio otomano contaba con la armada más grande y poderosa del mundo; cinco horas más tarde esta había dejado de existir y había perdido toda su influencia en los mares. Tras enfrentarse a la armada de la Liga Santa, encabezada por Felipe II de España y dirigida por su hermanastro don Juan de Austria, el poder del Turco no estaba acabado, pero ya nunca volvería a ser el mismo ni a participar en un combate naval de importancia». En los siglos VIII y IX d. C., los turcomanos fueron expulsados por las belicosas tribus de los mongoles, desde sus primigenios hogares en las estepas del Asia central, aunque de forma sorprendente siguieron la religión de sus enemigos, abandonando su primitivo chamanismo por el Islam. Lepanto es hoy la pequeña ciudad marinera griega de Naupacto, entre el Peloponeso y el Epiro. La coalición católica o Liga Santa estuvo conformada por el Reino de España, los Estados Pontificios, la República Serenísima de Venecia, la Orden de los Caballeros de Malta, la República de Génova y el Ducado de Saboya. Si se cuentan sus efectivos, esta es la tercera mayor batalla naval de la historia. Está claro, que en esa época el enfrentamiento entre ambos enemigos estuvo fundamentado en sus disimiles religiones. Los calificativos de los turcos hacia las fuerzas cristianas es el de ‘INFIELES’; por el contrario, la Liga Santa cualifica a la guerra como ‘LA CAUSA DE DIOS’. La victoria de la armada católica fue celebrada, en toda la Europa cristiana como un gran triunfo de la religión verdadera, el regocijo y el entusiasmo fueron proverbiales. Y, aunque parezca extraño, la felicidad por la victoria estuvo presente hasta entre las comunidades luteranas que luchaban contra el catolicismo. Los mejores pintores de la época o Renacimiento Tardío celebraron con sus cuadros este hecho, verbigracia: Tiziano (siempre tan vinculado a la corte de las Españas), Tintoretto, Veronese o Cambiaso, entre otros de mayor o menor enjundia. Aunque se puede colegir que esos turcos del siglo XVI eran más tolerantes con judíos y cristianos, que los cristianos del momento con judíos y mahometanos. Como es de esperar, en esta Europa actual tan carente de valores morales, y tan mercantilista, la victoria no es considerada esencial para que la Europa actual sea como es; los barcos de las Españas y sus valerosos tercios fueron los rectores esenciales del hecho; pero es que los soldados de España eran, con mucho, los mejores de Europa. «…en la que se destruyeron 205 galeras enemigas, se causaron 30.000 bajas, se tomaron 8.000 prisioneros y se liberó a 12.000 esclavos, sea considerada, tal como se ha llegado a decir ‘un triunfo inútil que solo tuvo repercusiones emotivas’». En el capítulo final, que es magnífico y esclarecedor se realiza un estudio más que pormenorizado sobre todo lo que se debe conocer en relación a ambas flotas. Según Michel Lesure: «Las galeras turcas son mayores que las nuestras; casi todas tienen un remo único por fila, normalmente manejado por tres hombres, y sus remos son mucho más ligeros que los nuestros. Se dice que usan este sistema para que los remeros se agoten menos. No pueden llevar más de tres cañones por galera, y muchas solo tienen uno». Destaco sobremanera el capítulo dedicado a los documentos de la batalla, que son una auténtica delicia esclarecedora. Bibliografía muy completa, llenan el global de este volumen de más de 300 hojas, que es lo definitivo sobre Lepanto, que tanto supuso para el concepto occidental y cristiano de Europa y, como en muchas ocasiones, nuevamente las Españas hicieron el mayor gasto, con muy poco agradecimiento por parte del resto de los envidiosos europeos del momento, los peores, como casi siempre, serían los franceses. En suma, una obra que merece todos los parabienes posibles, y el conocimiento, intelectualmente obligatorio, de ella. «Cuiusvis hominis est errare: nullius nisi insipientis, perseverare in errore». Puedes comprar el libro en:
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