Nació en Lebrija (Sevilla). Estudió en la Universidad de Salamanca y en la de Bolonia; después regresó a Andalucía para ser preceptor de hijos o sobrinos de hombres influyentes, posteriormente volvió a la Universidad de Salamanca, como profesor, ahí se dio cuenta de que los libros del momento para aprender o perfeccionar el latín eran muy pobres y farragosos. Es por entonces, en 1481, cuando se le ocurrió escribir su propio manual: Introductiones Latinae. El latín era la lengua en la que se publicaban las grandes obras de estudio, era indispensable para una persona culta, por lo tanto, este libro llegó a ser un bestseller del que se vendieron más de mil copias de la primera edición. Su autor consiguió gran prestigio en la corte y entre los intelectuales, y dijo orgulloso: «io fue el primero que abrí tienda de lengua latina». Después de este éxito, la reina Isabel se fijó en él y le propuso, en 1488, que escribiera una edición bilingüe, latín-castellano, de Introductiones Latinae, para que las «mujeres sobre todo monjas, y aquellas que no tuvieran trato e conocimiento de varón» pudieran ser autodidactas, así acceder al latín, y por consiguiente a toda la cultura, sin ayuda de hombres. (A lo largo de los siglos se ha intentado mantener a las mujeres en la ignorancia, por entonces se oía el refrán «ni moza adivina, ni mujer latina»). Gracias a la reina y al lingüista, las que no conocieron varón tuvieron la suerte de conocer la cultura.
Nebrija aclaró que hizo esta tarea porque se lo pidió la reina: pero «no me pareció materia en la que yo pudiera ganar honra… Fue trabajo de pocos días y allí más usé oficio de intérprete que de autor». En conclusión, poca cosa para él.
Sin embargo, hoy día no se conoce a Nebrija por sus libros didácticos para aprender latín, sino por su Gramática Castellana, publicada en 1492.
¿Por qué este sabio latinista dedicó su tiempo y su ingenio a una lengua vulgar como era el castellano?
Según José Gómez Asencio, profesor de la Universidad de Salamanca, fue precisamente el trabajo de traducir la gramática del latín al castellano para las monjas el que debió dar a Nebrija la idea de hacer una gramática castellana. Él fue el primero en otorgar, a una lengua bárbara, la categoría de ser estudiada como las clásicas, algo por lo que sus contemporáneos le criticaron muchísimo. Se ganó tantos enemigos que cuando regresó a la Universidad de Salamanca en 1513 para optar a la Cátedra de Gramática Latina, cuyo examen se basaba en su libro Introductiones Latinae, le suspendieron. ¡Increíble, pero cierto! ¿Cómo no se iba a saber un libro que él había escrito? No es de extrañar que el humanista dijera que a Salamanca no volvería «ni en cenizas».
La Gramática Castellana supuso un descalabro profesional, un fracaso de fama y ventas. Solo hubo una edición, y tuvieron que pasar más de doscientos cincuenta años para que se volviera a imprimir.
Posteriormente, en tiempos de Franco, Nebrija salió del olvido por ese afán de recordar el pasado imperial, que armonizaba con la frase del prólogo: «La lengua es la compañera del imperio». Una de las muchas manipulaciones franquistas ya que durante la dictadura no hubo imperio, además, Nebrija publicó ese prólogo tres meses antes de que Colón descubriera América. Es verdad que esta Gramática sirvió para enseñar español por el reino de los Reyes Católicos, por el extranjero y, con el paso del tiempo, por las tierras conquistadas de América, pero este último uso no fue su primer objetivo como nos demuestra la cronología.
Años después, Nebrija inspiró a otros colegas de diferentes países. Se hicieron gramáticas del francés, del italiano, del quechua, del aimara, del navajo... Gracias a él y a su ejemplo se han recopilado idiomas que habrían caído en el olvido porque se les consideraba bárbaros, peregrinos o vulgares como le ocurrió al castellano en el siglo XV.
Nebrija y su rompedora obra han sido trascendentales para nuestra historia y la historia de otros pueblos, así pues, no debemos olvidarlo, por eso se conmemora en el 2022 el quinto centenario de su muerte. Pero Nebrija vive, como nos recuerda el libro de José Gómez Asencio, fallecido recientemente y al que desde aquí quiero agradecer sus enseñanzas y su pasión por la lengua.
Artículo remitido por José Antonio Sánchez