Dice el presidente de la Asociación Colegial de Escritores de Andalucía Manuel Gahete, en la contraportada del libro: “(…) José Sarria se constituye en el ejemplo más noble que conozco de responsabilidad literaria y el crisol más acendrado de sinceridad poética. Su casa está abierta de par en par a todos los hombres y mujeres del mundo, porque en su horizonte no existen lejanías, ni nublos en su mirada, ni dogales que asfixien el eco de su canto. Escucho su palabra y sé que la ilumina el don más admirable, el don donde se uncen verdad, bien y belleza, el don que nos alienta como el aire vital que respiramos, el don que da la vida porque sacia la sed inmarcesible.”
Conozco al autor de “Tiempo de espera” y puedo dar fe de lo que manifiesta Gahete. Escribe Sarria en este compendio necesario, instalado como buen erudito en el hueco de la incertidumbre, esa brújula que ha de guiar los pasos de cualquier pensador: “En los huecos de las palabras / las grietas de la duda / y el pálido fulgor / que alumbra las cenizas, / con esa inclinación / de asalto a los silencios. / Busco la palabra pequeña, / diminuta, indómita, / pero fundante, / como gota de lluvia que adivina / océanos y mares.”
Porque, como decía André Malraux “el hombre no se construye cronológicamente”, sino a través de sus vivencias y de los hechos, y la integridad de José Sarria no da lugar a otras cavilaciones: “Escucho mis silencios y descubro / derrotas de una vida que han servido / para ir tejiendo / con paciencia infinita, con la firme / esperanza de las causas perdidas, / esta tristeza que tanto me gusta: / la esencia de mis actos, / lo mejor de mí mismo.”
Quizás el silencio, ese que alumbra de forma permanente a los cenobitas, sea la mayor aportación de la humanidad al pensamiento estructurado, humanista y racional: “Cada instante posee su mundo. / Con el paso del tiempo / se elevan territorios imborrables, / donde tiembla la vida, / como el canto de un pájaro dorado / que se abraza al instante: / lugares donde habita / la lentitud de lo infinito / o el cristalino / edificio de Dios.”
Nos muestra José Sarria en “Tiempo de espera” un códice que como es lógico lo retrata, pero, a su vez, nos describe, como eslabones que somos de la cadena de la vida, más allá de razas, fronteras, lenguas, religiones o ripios ideológicos que pretenden encadenar al pensamiento libre y sin ataduras; porque, sabido es, que éste no podrá ser jamás encarcelado: “(…) Entonces comprendí el misterio del camino y supe que solo el que vive alberga los tesoros de aquello que sucumbe. Y entendí la necesidad de la derrota y que hube de esperar mucho hasta regresar a la abisal hermosura de los años primeros. Así aprendí que las tumbas de la travesía contienen las fértiles manos de los hombres caídos. Regresé, más nunca vencido, portando en las alas el esplendor y la inmortalidad. (…)”
Un poemario “Tiempo de espera” de José Sarria, que debe ser leído.
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