El protagonista de su novela es Mateo Salerno, el último de una saga de artistas circenses, quien, alejado desde hace años de la pista, decide, llevado por el remordimiento, recopilar las historias que se tejieron bajo las lonas del centenario circo familiar. El protagonista y, a la vez, el autor, nos ofrecen un asiento en primera fila en la decadencia y final de un viejo circo, el Salerno. El autor está dotado de una prosa muy natural y con gran ritmo. Aunque tarde, Azuar Romero debuta en la narrativa con una fuerza que nos deja impactados. ¿Cómo y cuándo surge la idea de escribir su primera novela? En realidad, El vértigo del trapecista es mi tercera novela. Las dos anteriores quedaron inéditas, una gran suerte tanto para los lectores como para mi escasa reputación. Yo creía que eran monumentos literarios, y no iba mal encaminado, pero eran de la clase de monumento que las palomas usan para aliviarse. Me sirvieron de aprendizaje, y a los 56 años me ha llegado la alternativa. Así que animo a los jóvenes aspirantes a tener fe y perseverar. Yo no soy un autor joven, pero sí un joven novelista, según decía Umberto Eco, que de esto algo sabía… ¿Cómo se fijó en un oficio cada vez más denostado para escribir su obra? No lo sé. Me da vergüenza explicarlo, aunque hablando con otros escritores veo que es una situación compartida. No elijo mis historias. Nacen sin mi permiso, crecen, llenan mis cajones y libretas de notas, y al final no me queda otra que narrarlas o reviento. Algún crítico ha visto en la decadencia del viejo circo Salerno una metáfora de la decadencia de nuestra sociedad. Es probable que algo de eso haya, pero de una manera no demasiado consciente por mi parte. Yo me siento un escribano. La historia ya está ahí, revoloteando a mí alrededor. Solo trato de contarla lo mejor posible. Su novela es un homenaje a ese espectáculo cada día más arrinconado: el circo; ¿qué le une a Vd. sentimental y vitalmente al circo? Porque el relato, naturalmente, presenta un indudable tono crepuscular. Me halaga mucho la pregunta. Por el tono crepuscular que mencionas, porque esa era la atmósfera que quería conseguir en la novela. Pero sobre todo por lograr hacer creer a muchos lo que en realidad es solo un truco, una ilusión. No tengo absolutamente nada que ver con el circo, más allá de haber asistido como espectador en contadas ocasiones, primero de la mano de mis padres y luego de la de mis hijos. Tanto es así que invertí mucho tiempo en documentarme antes de empezar a escribir, para sentirme cómodo narrando esta historia. ¿Se puede encontrar la magia del circo en su novela? Eso he intentado. De hecho yo me planteé la novela como una función de circo, y así hay primera parte, intermedio, segunda parte y despedida. Necesitaba un maestro de ceremonias, y ese es Mateo Salerno, el último de la saga, que nos presenta los diferentes números. Porque para mí, cada uno de los cuarenta breves episodios con los que se construye la historia había de ser como un número en la pista, aunque no todos sucedan en ella. Tratan de asombrar, maravillar, seducir, angustiar alguna vez, como cuando la contorsionista se retuerce en posturas inverosímiles. Divertir también, y arrancar un aplauso. Sentir la emoción del circo. La belleza decadente bajo la carpa. “Me enamoré muy joven de las novelas corales, desde que descubrí Manhattan Transfer, de John Dos Passos”Uno de los alicientes de su novela, El vértigo del trapecista, es la coralidad; a través de sus páginas convivimos con los diversos artistas de un circo, tanto en la pista como en las roulottes; recogiendo unas intimidades que acrecientan el sentimentalismo general del relato; ¿ha utilizado o recogido algunos testimonios para construir estos curiosos y variados personajes? Así es. Me enamoré muy joven de las novelas corales, desde que descubrí Manhattan Transfer, de John Dos Passos, que fue una revelación para mí. Por las páginas de mi novela desfila toda la troupe del Salerno, y, en efecto, algunos de sus personajes y situaciones están basados en historias reales. Como te decía antes, tuve que documentarme a fondo para escribirla, y descubrí grandes artistas para los que el circo no es simplemente un trabajo, sino una forma de vida. Supervivientes, nómadas, muchas veces olvidados, injustamente despreciados como titiriteros. A muchos de ellos rindo un pequeño homenaje en las páginas de mi novela. Al teniente Delgado, olímpico en Los Ángeles ‘32 que acabó enrolándose en el circo después de la guerra. O a Li-Chang, por ejemplo, el chino de Badalona, un ilusionista que se pasó la vida haciendo creer al público que era un auténtico chino, el primero de sus formidables trucos de magia. La novela está “falsamente” contada desde el punto de vista de Mateo Salerno, porque de inmediato va cediendo la voz a otros personajes para que afloren sus peripecias y recuerdos; esta forma de relatar que aumenta la amenidad, ¿le ocasionó alguna duda? ¿Cómo la resolvió? No tuve ninguna. Mateo es el último de una saga de artistas circenses, que abandonó el circo dejando al frente, solo, a su padre, el viejo trapecista del título. Siente que tiene una deuda con él, y trata de saldarla con este libro en su homenaje, donde recoge las historias que se tejieron bajo la lona rojiblanca del Salerno. Más que un narrador es un coleccionista de relatos, el jefe de pista que introduce los diferentes números de esta última función de un circo centenario. A veces narrados por él mismo, a partir de sus recuerdos. Otras muchas dejando la palabra a los protagonistas o reproduciendo las variadas fuentes que ha conseguido reunir.
Usted introduce otros materiales, incluso voces del público para aumentar, en determinados momentos, el efecto de instantaneidad y, contradictoriamente con el anterior efecto, también de pasado, pero que contribuye en definitiva a configurar el circo Salerno, auténtico protagonista de la novela, como un pequeño cosmos en movimiento; ¿en qué materiales se inspiró? ¿Cuáles desechó? ¿Cree, ahora, que debería haber introducido algún otro tipo de texto o de elemento gráfico? Creo que era García Márquez el que decía que las novelas no se acaban, se abandonan. Corregir puede ser un proceso tan eterno como el de aquel personaje de Camus en La peste, que no pasa de la primera frase. En algún momento debes dejarlo porque además es muy difícil mantener la perspectiva sobre tu propia obra. Efectivamente, Mateo nos presenta todos los materiales que ha conseguido reunir: artículos, entrevistas, cartas, fragmentos de memorias, grabaciones, discursos, mails… También las conversaciones cruzadas del público durante el intermedio, las impresiones de los que salen a comprar palomitas o estirar las piernas. Se trataba de ofrecer un mosaico de instantes en la vida de la compañía, un puzle que ha de completar el lector para obtener la imagen de los últimos años del Salerno. Yo creo que las novelas se construyen a medias: el autor pone la partitura y el lector la interpreta. Con sus instrumentos: su experiencia, su imaginación, sus intereses y circunstancias. Por eso no hay dos libros iguales, hay tantos como lectores. Tras la publicación de “El vértigo del trapecista”, ¿ha tenido alguna respuesta o noticias de su efecto en el mundo del circo o de los artistas circenses? Pues sí, y me ha hecho muchísima ilusión que acogieran al Salerno como uno de los suyos. Zirkólika, la prestigiosa revista de las artes circenses, le dedicó una magnífica reseña, y tuve el honor de contar con la presencia de su director, Vicente Llorca, en la primera presentación de la novela en Barcelona, en la biblioteca de Nou Barris, cuyo fondo de circo consulté a menudo durante el proceso de documentación. Se interesó además por ofrecer el libro en su tienda de material circense, Papallona Circus, y allí luce muy orgulloso en sus estanterías junto a mazas, trapecios, aros y demás. El circo Salerno de su novela se desguaza tras la última página; ¿piensa que este espectáculo renacerá en este mundo de PlayStation y de un cine sobrecargado de efectos especiales? Estoy convencido. Precisamente porque en el circo no hay efectos especiales. No hay trampa posible. Es pura emoción. En vivo. Cada función, cada número es único. Es ese instante, es la posibilidad de que salga bien o mal, por más que se haya ensayado cientos de veces. El riesgo, el asombro, la angustia, la risa. Es cierto que en mi novela narro la decadencia del Salerno, el vértigo que siente el último de la saga cuando se queda solo al frente del centenario circo familiar. Pero no creo que el circo esté acabado ni mucho menos. Como otros sectores pasó una época de crisis, pero eso sirvió también de replanteamiento, de renovación. Ahora nacen nuevas compañías, se consolidan proyectos, hay festivales notables, y ahí está el prestigioso Cirque du Soleil para demostrar que el auténtico circo vuelve a ser el mayor espectáculo del mundo y goza de un merecido reconocimiento. Como dijo Fellini, en la cita que abre la primera parte de la novela: “El circo no es solo un espectáculo, es también una experiencia, un viaje a través del asombro, la imaginación, la burla, el absurdo y la negación de la fría lógica. Es el único, el verdadero espectáculo”. Pasen y vean, distinguido público.
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