Otros, en efecto, han pensado antes que nosotros, Pero también para nosotros; tal sería una de las enseñanzas implícitas al tiempo, a la historia. Somos heredad, heredad clásica, heredad mitológica, y, en tal sentido, vivimos nuestra vida y al tiempo, de algún modo, lo ya vivido por nuestros maestros antecesores, que con generosidad e intención nos han legado las enseñanzas “Quisiera ser hijo de un hombre feliz” Y aquí felicidad equivale, simbólicamente, a conocimiento, al principio de aquello que nos hará libres, que nos hará dueños de la realidad. “Telémaco (el hijo de Ulises) vive en el vacío y en la ausencia”, escribe la autora en este libro que considero de una rara inteligencia, y, por ello, de clara recomendación su lectura dados los conocimientos de que es poseedora y de su capacidad de interpretación. Tal vez no sea exagerado, por cuanto su voluntad siempre hace derivar una crítica-enseñanza hacia el mundo presente en las alusiones derivadas de la antigüedad, el poner en relación a Telémaco con esta consideración: “una advertencia no despreciable sobre el profundo malestar de los adolescentes, que a menudo se oculta silenciosamente bajo la apariencia de exuberancia. En efecto, las soledades de nuestro tiempo no siempre se manifiestan a través de signos inequívocos: es más: nuevas, imperceptibles melancolías se ocultan de una insospechable ( y en realidad desesperada) vitalidad”. De una forma sutil y pertinente, la autora hace aparecer nombres de la literatura más o menos actuales como ejemplos de interpretación de la enseñanza antigua, ya se trate de Toibin, Dürrenmat, Bufalino o Valery. Y aquí cabe señalar un párrafo oportunamente significativo: “En efecto, ‘la vida es una mujer que baila’, sentencia Sócrates en un diálogo firmado por Valery. Filosofía y creación poética se condensan en El alma y la danza, en particular en el pasaje en el que el poeta francés hace decir al sabio griego que la existencia es solo un movimiento misterioso en el que cada vuelta es capaz de transformar sin tregua al ser humano en sí mismo, justo como una bailarina que tiende hacia las nubes y lo divino y que, mientras la música le permite convertirse en otra criatura, contempla en sí la imagen y la idea del infinito. Sin embargo –añade- este paréntesis suspensivo es por definición temporal, efímero, y así la tierra y las contingencias accidentales que habían rechazado a la bailarina terminan inevitablemente por devolverla a su naturaleza de mujer (…) Este razonamiento, que parece más que actual en un momento histórico de inédita atención a las reivindicaciones de lo femenino, puede aplicarse también al mito clásico y, en particular, a la reescritura en el siglo XX de la historia de Electra”. Y en ese camino trazado precisa y distinguidamente como discurso racional y literario, podemos concluir con un llamamiento a la actualidad: “Los antiguos no son contemporáneos nuestros –una obviedad, pero esencial reafirmarla- y, sin embargo, con una fuerza incomparable nos arrancan de la indolencia que amenaza a este siglo nuestro entumecido, que parece ya resignado a la pasividad y a la apatía (…) El impacto del teatro griego está ligado al hecho de ser un rito colectivo, momento democrático irrenunciable para la ciudadanía: un aspecto que sería importante recuperar hoy, cuando el sentido de la comunidad parece peligrosamente devaluado (¿en favor del código de la manada, digo?) y cuando la idea de sociedad es sustituida por la de un conglomerado de individualidades perennemente conectadas, es cierto, pero a menudo desesperadamente solas e incapaces de sentirse parte de un conjunto de compartir una visión común”. Discurso, creo, limpio para quien haya de entender. O bien retomar la vieja fórmula: a quien leyere que entienda. Puedes comprar el libro en:
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