Asistió invitado en 2005 al XIII Festival Internacional de Poesía de Rosario, organizado por la Secretaría de Cultura de la provincia de Santa Fe, en su país. Fue incluido ese año en las antologías “El verbo descerrajado” (Chile), “Canto a un prisionero” (Canadá), “País de vientre abierto” (Argentina). Ha sido el compilador y prologuista de la antología “Poesía social y revolucionaria del siglo XX” (Editorial Ágora, Buenos Aires, 2002; re-edición ampliada en 2012). Poemas suyos han sido traducidos al chino y al inglés. Publicó en su ciudad los poemarios “No ha lugar” (Ediciones del Hormigón, 1975), “Poemas de ausencia” (Nudos en la Cultura Argentina, 1984; reeditado en 2006 por Editorial Ágora), “Luz mala” (Ediciones Cinco, 2004), además del volumen “¿Ha muerto el comunismo? – El maoísmo en Argentina - Conversaciones con Otto Vargas” (Editorial Ágora, 1990; segunda edición actualizada, misma editorial, 1997). Se podría decir que sos oriundo del barrio de Colegiales. JB — Así es: Maure entre Conde y Martínez, donde mis padres alquilaban parte de una casa chorizo, típica de esos años, con patio y parra, justo frente a la de mis abuelos maternos, inmigrantes asturianos. Éramos vecinos de otras familias de inmigrantes italianos, españoles, yugoslavos…; también de migrantes provincianos que venían a instalarse precariamente en unos terrenos baldíos que existían frente a la Algodonera Argentina y se extendían desde la avenida Álvarez Thomas hasta las vías del ferrocarril Mitre. Allí los pibes jugábamos a la pelota en lo que llamábamos “el campito”. Mi abuelo paterno, también inmigrante, era uruguayo, hijo de italianos. En su casa de Zabala y Giribone vivimos también durante parte de mi infancia y juventud. Cursé la Primaria en escuelas de la zona y la Secundaria en escuelas técnicas. Suspendí el ingreso a la carrera de Ingeniería para hacer la colimba y al salir de baja me dediqué a viajar a dedo por nuestro país, Chile y Perú. El viaje me abrió los ojos a la realidad de los pueblos oprimidos de América Latina y despertó mi interés por las culturas originarias, el que continúa hasta hoy. De regreso (1972), desistí de una carrera universitaria y busqué empleo. Mi padre era trabajador gráfico, fue maestro de reclusos en los talleres de impresión de la Penitenciaría Nacional y más tarde trabajó en una imprenta privada. Gracias a sus amistades, mi primer empleo fue en una empresa editorial, en la cual adquirí conocimientos periodísticos y de diseño gráfico con los que seguí desempeñándome en distintos ámbitos laborales. La lectura me apasionó desde chico y en la adolescencia el “boom” latinoamericano me introdujo a la mejor literatura y pronto a nuestros grandes poetas: Vallejo en particular despertó mi pretensión de escribirla. Hacia 1973, con compañeros que compartíamos inclinaciones culturales y políticas (Walter Canevaro, Manuel Amigo —artistas plásticos— y Mario Polanuer —poeta) publicamos carpetas con nuestros poemas y dibujos bajo el sello Ediciones del Hormigón. Dos años después apareció con ese sello el poemario “No ha lugar”, con dibujos de Amigo y Canevaro. En ciertos aspectos, seguíamos el estilo de las ediciones que el poeta Roberto Santoro realizaba con el pintor Pedro Gaeta, a quienes conocí por amigos comunes. Con Santoro congeniamos enseguida, vivíamos cerca y yo lo visitaba en su casa de la calle Fraga. Él me invitó a integrar la Agrupación Gremial de Escritores (AGE), en cuyo plenario constitutivo —reunido en la SADE (Sociedad Argentina de Escritores)— elegimos como Secretario a Haroldo Conti (ambos serían detenidos-desaparecidos después del golpe de Estado). Eran tiempos de gran turbulencia política. Los miembros de la AGE compartíamos ideas y militancias de izquierda. Recuerdo que una venta interna de “No ha lugar” formó parte de una colecta que realizamos en ayuda a los obreros metalúrgicos de Villa Constitución, que estaban en huelga. Era 1975, y pese a que ya se vislumbraba la proximidad cierta de un golpe de Estado, en la AGE predominaba aún la actitud de golpear centralmente al gobierno peronista. Personalmente, adherí a las posiciones del PCR de no repetir los errores de 1955 y de impulsar en el movimiento obrero y popular la lucha anti golpista. Esto me fue alejando de la agrupación. Por entonces te vinculás con medios gráficos. JB — Sí, por razones laborales. Paralelamente, por mi actividad literaria tomé contacto con publicaciones culturales. La primera en la que publiqué poemas, en 1973, se llamaba “SoloSol”. En 1975 comencé a colaborar en la revista “Los Libros”, dirigida por Carlos Altamirano, Osvaldo Bonano y Beatriz Sarlo. Fue clausurada por la dictadura militar en 1976. Al año siguiente participé en “Posta…” y fue en “Nudos…” donde asomaron algunos de los textos que reuní después en “Poemas de ausencia”, poemario que contó con unas palabras previas de Madres de Plaza de Mayo. “Nudos” fue una de las expresiones de la resistencia cultural a la dictadura, que fue muy amplia. En el caso de las revistas, en 1979 llegamos a conformar una Asociación de Revistas Culturales Argentinas (ARCA). Aunque breve, nos posibilitó establecer vínculos y colaboraciones, restaurar tramas de solidaridad que la dictadura había dañado e intercambiar pareceres sobre la situación social que se padecía, qué temas abordar y de qué modo zafar de la censura imperante, por la cual la crítica explícita era muy riesgosa. “Nudos” editorializaba por medio del arte de sus tapas, que aludía a la situación represiva, desapariciones, etc. (el director Manuel Amigo y Eduardo Iglesias Brickles, dos estupendos artistas plásticos, ya fallecidos, fueron autores de las mismas). Más adelante nos sumamos con la revista al Movimiento de Reconstrucción y Desarrollo de la Cultura Nacional, que reunió a numerosas personalidades del arte y la cultura opuestas al “Proceso”: Aída Carballo, Leda Valladares, Ana Pampliega de Quiroga, Suma Paz, Rubén Szuchmacher, Adolfo Pérez Esquivel, Ricardo Monti, León Gieco, Ernesto Sábato, Adolfo de Obieta, Diana Dowek, Andrés Cascioli, Josefina Racedo, Antonio Tarragó Ros, entre tantos otros. El Movimiento cerró en 1984, ya en democracia, con toda una semana de exposiciones, recitales y mesas redondas en el Centro Cultural General San Martín, que se llamó “Semana Cultura de la Resistencia”. Muchos de los que entablamos amistad en aquél movimiento continuamos compartiendo actividades culturales en los años siguientes. Hasta que con Josefina Racedo y Derli Prada fundás “La Marea”, Revista de Cultura, Artes e Ideas. JB — Con ellos y con Cristina Mateu, Víctor Delgado, Elena Hanono, Gloria Rodríguez… Eso fue ya en 1994. Habíamos participado en el Movimiento por la Verdadera Historia, que en 1992 motorizó los contra festejos del 5° Centenario de la Conquista de América, y nos juntamos con algunos amigos de esa movida, entre ellos Adolfo Colombres, quien convocó a colaborar en “La Marea” a Ticio Escobar, de Paraguay y a Darcy Ribeiro, de Brasil. También sumamos el apoyo inicial de Alberto Rex González, Luisa Calcumil, Teresa Parodi, Joaquín Giannuzzi, Libertad Demitrópulos, Néstor Groppa, Ana Quiroga, Jorge Hacker, Diana Dowek, Alfredo Saavedra, Ricardo Cámara, Osvaldo Tcherkaski… “La Marea” es un espacio de debate y expresión de una cultura popular, nacional, científica, democrática, libre de toda dominación extranjera —como dice la declaración de la independencia. En tal sentido es que hemos orientado en ella el tratamiento de temas vinculados a la educación, las letras, las artes visuales, la historia, las ciencias sociales. Mencionar a todos los que han colaborado sería muy extenso; algunos fueron: David Viñas, Jorge Lafforgue, Nora Dottori, Jorge Isaías, Teresa Leonardi, Gabriela Gresores, Luis Felipe Noé, Guillermo Volkind, Jorge Carrizo, Ana Wortman, Liliana Tamagno, María Teresa Sirvent, Claudio Spiguel, Roberto Di Giano, Diana Kordon, Beatriz Seibel, Fernando Ainsa, Isabel Requejo, Irma Antonazzi, Eduardo Azcuy Ameghino, Santiago Sylvester, Alberto Ure… Mentemos el espacio que “La Marea” dedica a la poesía. JB — La poesía tiene un espacio permanente. La tapa es encabezada siempre por el verso de un poema que se reproduce completo en la primera página interior, acompañado de los datos del autor. Además, en otras páginas habrá alguna nota sobre un poeta, una entrevista o reseñas de sus libros. El primer número abrió con “A galopar” de Rafael Alberti. Le siguieron Brecht, Giannuzzi, Groppa, Isaías, Jorge Teillier, María Teresa Andruetto, Mahmud Darwish, Manuel J. Castilla, Ferreira Gullar, Drummond de Andrade, Osmar Luis Bondoni, Manuel Scorza, Margaret Randall, Gonzalo Rojas, Raúl Zurita, Diego Mare, Jorge Rivelli, Ramón Plaza, Francisco Squeo Acuña, entre muchísimos otros. Recuerdo que participé, en 2003 o 2004, en la presentación de un número de “La Marea”. ¿Cada edición en presentada en algún ámbito público? Sé que tiene su presencia en la Feria del Libro. JB — Sí, cada número es presentado con mesas redondas, muchas veces acompañadas de manifestaciones artísticas, tanto en Capital como en aquellas provincias donde contamos con amigos que difunden la revista. En todos estos años se ha ido conformando una modesta pero fiel red de apoyo, muy necesaria para una revista que se auto sostiene. Anualmente, hay dos acontecimientos culturales de gran convocatoria en los cuales la revista procura estar presente. Uno es el Festival de Folklore de Cosquín, en torno al cual hemos organizado peñas y participado del Congreso del Hombre Argentino. El otro es, efectivamente, la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. En ésta nos albergó siempre el stand de la Distribuidora Catari y, en los últimos años, también el stand oficial de Revistas Culturales. Desde los inicios de la Feria, Catari compartió su stand con la Librería Raíces y con aquellas editoriales cuyas publicaciones distribuye, entre ellas “La Marea”. Gracias al apoyo del stand de Catari-Raíces, conducido por Humberto Cipolletta, pudimos realizar en la Feria numerosas presentaciones, varias de ellas con gran concurrencia, como la que sirvió de lanzamiento al Movimiento por la Segunda y Definitiva Independencia (2007) o la de homenaje a Atahualpa Yupanqui (2008), ambas con intérpretes de música popular. Sos también parte de un espacio para mí entrañable, en el que he coordinado intensos Ciclos de Poesía, además de un Café Literario y algunos eventos compartiendo responsabilidades con otros escritores: el Centro Cultural “Raíces”. JB — Ciertamente “Raíces” es un espacio muy importante para nosotros porque, como dije antes, es el que permite a “La Marea” estar en la Feria del Libro y también uno de los lugares para sus actividades públicas. Comenzó como librería y distribuidora allá por inicios de los años ‘80 en un pequeño local de Congreso, y luego de un par de mudanzas abrió su primer centro cultural en la calle Paraná, antes de establecerse en la casa actual de Agrelo 3045, barrio de Balvanera. Allí nuestra revista ha organizado cursos de historia argentina que luego publicamos en libro. Tu ciclo de poesía fue muy bueno, de una gran amplitud. También hubo ciclos de cine-debate, muestras plásticas, así como numerosos espectáculos musicales. Actualmente hay ciclos de teatro que coordina Derli Prada, además de otras actividades artísticas. ¿Quisieras contarnos qué poemas de tu autoría fueron musicalizados y escenificados, por quiénes, en el marco de qué espectáculos? JB — Varios de los “Poemas de ausencia” fueron integrados a obras dramáticas en versiones musicalizadas, aun antes de que el libro se publicara. En 1981 el grupo Teatro Hoy, que dirigían en Buenos Aires Chuli Rossi y Gabriel Díaz, incluyó “Ronda” en su obra “Y aunque lágrimas nos cueste”. Al año siguiente, el Grupo Cultural “Homero Manzi” de Rosario hizo lo propio en su obra “Tiempo del hombre”, que sumó otros dos poemas: “Foto” y “Ellos”. La puesta de mayor envergadura fue la del Grupo de Teatro Vocacional Mercantil de Bahía Blanca, que en 1985 llevó a escena el libro completo con adaptación y dirección de Julio González Teves, uno de los fundadores del histórico grupo bahiense Teatro Alianza. En 1986 el músico Ricardo Cantore, que fue director de la Escuela de Música Popular de Avellaneda, puso música e interpretó “Secuestro” y “El ausente” en su disco “Por mi canto”. En 2002, Derli Prada integró el poema “Vuelo” a su unipersonal “Poesía en ropa de trabajo”, un espectáculo que incluyó además poemas de mi antología “Poesía social y revolucionaria del Siglo XX”. Me voy a permitir reproducir el texto que consta en la contratapa de tu poemario “Luz mala”: “Tanteos de una poesía objetiva. No metafórica, si tal cosa no fuese imposible. Un tratamiento directo del objeto en busca de que la emoción surja de la materia de los hechos, no de la superficie retórica. Afinidad con la fotografía como arte de la representación. Procura de su mismo silencio, una dimensión donde lo esencial resida en lo que no está dicho.” Imagino que en esta línea has proseguido tu “pretensión de escribirla”. JB — Sí, la pretensión desde luego, aunque lograr lo que uno se propone, como aquello que en mi caso condensa el texto que citás, es otro cantar. Hay muchas tendencias y tradiciones poéticas, por supuesto que todas válidas, aunque tengamos nuestras preferencias. Yo tengo afinidad con aquellas no confesionales, mayormente enfocadas al mundo objetivo, prescindentes de lenguaje críptico y atentas a lo social, o a aquello que Giannuzzi llamaba “el drama de la época”. Más de cien poetas —entre ellos, Domingo Zerpa, Vasilis Vasilikós, Volker Törne, Kostas Thrakiotis, Carmen Soler, Lasse Söderberg, Pedro Shimose, Manuel Scorza, Nicolás Vaptzarov, Leonel Rugama, Charles Reznikoff, Margaret Randall, Joaquín Pasos, Salvador Murillo, Yenny Mastoraki, Menelao Ludemis, Folke Isaksson, Elvira Hernández, Ho Chi Minh— has incluido en la primera edición de tu “Poesía social y revolucionaria del siglo XX”. ¿Repercusiones —a favor o en contra— a partir de ese volumen y del posterior, con otros autores incorporados? JB — Según la editorial, esa selección tuvo muy buena acogida entre los lectores, razón por la cual tuvo una segunda edición, que procuré renovar agregando autores y reemplazando poemas de algunos de los poetas de la primera edición. Recibí comentarios positivos e incluso una invitación a participar con la definición de poesía social en el “Diccionario del Pensamiento Alternativo” (de Hugo E. Biagini y Arturo A. Roig, Editorial Biblos, 2008). También objeciones en cuanto a algunos poetas elegidos u otros ausentes. Tales objeciones son inevitables en una compilación siempre limitada por el presupuesto y sin otro rigor que ofrecer una muestra lo más amplia posible en cuanto a países representados, en particular de América Latina, con poetas que han sido poco difundidos. Recuerdo que al comentarle a Joaquín Giannuzzi que estaba preparando esa antología me dijo: “Eso es para ganarse enemigos”. Por suerte, creo no haber llegado a tanto. Te invito a que compartas con nosotros tu definición de poesía social. JB — Cito la entrada del Diccionario: “Poesía social. Designación de aquella poesía que se involucra en temas y conflictos colectivos. Categoría genérica difundida en la crítica literaria desde las primeras décadas del Siglo XX. La amplitud de sus alcances ha dado lugar a múltiples debates. El ser humano es fundamentalmente social. La poesía, como medio de expresión y comunicación humana, también lo es. Tal carácter es evidente en las propias obras poéticas, desde Homero en la Antigüedad a la gauchesca en los orígenes del género en el Río de la Plata. ¿Por qué, entonces, el énfasis del calificativo social aplicado a la poesía? Se ha dado en llamar “poesía social” a aquella que, a diferencia de las corrientes estéticas inscriptas en el “arte por el arte” o en la efusión lírica de un yo ensimismado, busca su objeto poético en la realidad objetiva y toma partido en las contiendas sociales. Generalmente, los autores de poesía social pertenecen al espectro de la izquierda política quienes, en particular los de formación marxista, no se limitan a la descripción naturalista de la injusticia social, sino que se proponen contribuir con su arte a la transformación revolucionaria del mundo. De ahí el célebre verso del español Gabriel Celaya: “La poesía es un arma cargada de futuro”. Justamente España ha dado una fructífera poesía de este tipo, en especial en el bando republicano durante la Guerra Civil, resurgida con especial calidad y fuerza expresiva en los años 50, aún bajo la dictadura del general Francisco Franco. Es también en España donde el mayor poeta social argentino, Raúl González Tuñón, escribe una obra fundacional del género, “La rosa blindada”. Dedicado a la insurrección de los mineros asturianos de 1934 y publicado en 1936, el libro influyó decisivamente en la producción de otros grandes poetas de la época, como Miguel Hernández y Pablo Neruda. Fue este último quien reconoció: “Raúl fue el primero en blindar la rosa”. El propio título del libro define un programa estético e impugna los esquematismos conceptuales que ven una oposición excluyente entre función política y expresión lírica, una contradicción dilemática —no dialéctica— entre el referente objetivo y la expresión subjetiva. Por encima de cualquier parcialismo, Tuñón advertirá: “la poesía es una e indivisible”. En la Argentina de los años 20, los abanderados de la literatura social fueron los escritores del llamado Grupo de Boedo, entre quienes destaca la labor poética de Álvaro Yunque, autor, además, de una historia de esa literatura en el país. Raúl González Tuñón, aunque amigo de los boedistas, integró el Grupo de Florida, “rival” vanguardista de Boedo. Nicolás Olivari, poeta fundador de Boedo, fue posteriormente uno de los animadores de Florida. Ambos casos desmienten otro prejuicio común: el supuesto antagonismo entre compromiso social y vanguardia estética. Prejuicio que, por otra parte, asocia la noción de vanguardia al irracionalismo teórico y a la mera experimentación formalista. Superando esa noción limitada, el poeta mexicano José Emilio Pacheco ha introducido el concepto de “la otra vanguardia”, en la que incluye a la poesía testimonial y realista originada en los años 20 en América Latina y expandida en la segunda mitad del Siglo XX, que practica un tono coloquial e incorpora elementos extraliterarios, términos del habla común, referencias periodísticas, cifras, marcas y nombres propios, etc. Una corriente emparentada en sus orígenes con la poesía objetiva norteamericana y entre cuyas obras fundacionales Pacheco señala a “El soldado desconocido” (1922), del nicaragüense Salomón de la Selva. En Nicaragua esta tendencia ha sido fecunda con los poetas del llamado “exteriorismo”, uno de cuyos exponentes más notorios es Ernesto Cardenal. La poesía social cobra particular desarrollo alrededor de los años 60 como parte del auge de las luchas populares y alentada por el triunfo o la consolidación de procesos revolucionarios en países como Cuba, Vietnam, China, etc. Algunos de los poetas más influyentes del período son el argentino Juan Gelman, el salvadoreño Roque Dalton, el brasileño Ferreira Gullar (José Ribamar Ferreira), dentro de una lista demasiado extensa para ser desplegada aquí. Luego de haber sido interdicta por las dictaduras militares de los años 70 —que asesinaron a varios de sus autores— y despreciada por las corrientes poéticas conformistas o “apolíticas”, que se ufanaban de haberla derrotado en el plano literario cuando sólo se la había obligado a replegar por la fuerza de las armas, la poesía social está resurgiendo en Argentina y otros países al calor del nuevo impulso de los movimientos nacionales, populares y antiimperialistas en América Latina”. Nunca me animé a preguntártelo cuando nos veíamos en “Raíces”: ¿cómo es ser —haber sido— el yerno de Joaquín Giannuzzi (1924-2004)? JB — Fue un privilegio haber compartido años de relación familiar con él y con su esposa, la novelista Libertad Demitrópulos, dos personas de gran cultura y conversación apasionante de quienes aprendí mucho. Mantuve con ellos un entrañable vínculo de cariño mutuo. Joaquín era un hombre afable, abierto a recibir a los poetas jóvenes, a atender sus inquietudes, afectuoso en su trato y muy galante con las mujeres. Tenía un humor chispeante y socarrón, que le permitía presentarse a sí mismo como un “pesimista jovial”, que era una definición certera. Extraño conversar con él. Recuerdo con especial añoranza los veranos compartidos en la casa que Libertad había heredado en el pueblo de Campo Quijano, provincia de Salta. Allí, sentado frente a una ventana, Joaquín escribía a mano en sus cuadernos escolares esos poemas subyugados por la opulencia vegetal de “un jardín creciendo fuera de la historia”, un reino por completo ajeno a tanta insensatez que hallaba en el mundo humano. ¿Qué tipo de novelas preferís? ¿Cuáles detestás? ¿Cuáles volverías a leer? ¿Cuáles son tus hábitos de lectura? JB — Leo muchas novelas, desde siempre. Tengo un gusto más bien clásico, de buenas historias que ahonden en relaciones, conflictos y aspectos humanos de todo tipo y lugar. No elijo por géneros novelísticos sino por autores o por temas que me interesen en particular. Más que detestar, ignoro al bestsellerismo. Volvería a leer —de hecho, lo hago— a William Faulkner, José María Arguedas, Cesare Pavese, Bertolt Brecht, Roberto Arlt, John Berger, entre otros. Mis hábitos de lectura son bastante eclécticos, además de novelas y poesía leo historia, textos marxistas, biografías… Hasta hace algunos años, en la sección “Banda Hispânica” del brasileño portal “Jornal de Poesia”, los autores, como parte de su presentación, debían responder (apenas retocaré alguna expresión) el siguiente breve cuestionario (el cual te extiendo, Jorge): A: ¿Cuáles son tus afinidades estéticas con otros poetas hispanoamericanos? JB — Tengo afinidad con Gonzalo Millán (Santiago de Chile, 1947-2006), cuya poesía admiro. Lo leí por primera vez a mediados de los años ‘80 en un ensayo del estadounidense Thorpe Running, acerca de la poesía escrita bajo las dictaduras de Chile y Argentina en el cual nos mencionaba a ambos, entre otros autores. Gonzalo vivía entonces en Holanda, uno de los países en que pasó su exilio. Pude contactarme con él y entablamos una amistad epistolar. Aún conservo un ejemplar de su magnífico “Seudónimos de la muerte”, en una edición artesanal intervenida plásticamente, realizada por él mismo, que me obsequió por correo. De ese libro me permito citar el poema “Aparecida”: “Apareció. Había desaparecido,/ pero apareció. Meses después/ la encontraron en una playa./ Apareció en una playa/ meses después con la columna/ rota y un alambre al cuello.” En su país, sintonizo además con la antipoesía de Nicanor Parra y con poetas como Jorge Teillier, Gonzalo Rojas, Elvira Hernández o Raúl Zurita. Me he interesado mucho también por el exteriorismo nicaragüense —esa amplia corriente poética que puede incluir desde Coronel Urtecho y Cardenal hasta Leonel Rugama—, así como por otros poetas latinoamericanos como Antonio Cisneros, Javier Heraud, Roque Dalton, Ferreira Gullar o José Emilio Pacheco. B: ¿Cuáles son las contribuciones esenciales que existen en la poesía que se hace en la Argentina y que deberían tener repercusión o reconocimiento internacional? JB — No se me ocurre una contribución especial destacable por sobre otras. Creo que existe una diversidad de voces, tanto en cuanto a propuestas estéticas como a procedencias e idiosincrasias regionales, merecedora de políticas democráticas de aliento y difusión nacional e internacional. C: ¿Qué impide una existencia de relaciones más estrechas entre los diversos países que conforman Hispanoamérica? JB — Pienso —vinculándolo con lo anterior— que es la falta de políticas y acuerdos específicos de los gobiernos de los distintos países en favor del intercambio cultural entre nuestros pueblos. ¿Tenés un escritor que te haya mostrado que la literatura podía llegar a ser tantísimas “cosas” más de las que habías leído o imaginado? JB — Varios. Como ya dije, los primeros fueron —por una cuestión meramente generacional— los autores del boom. En especial libros como “Rayuela” de Julio Cortázar y “La ciudad y los perros” de Mario Vargas Llosa, ambos del mismo año (1963). Fue el descubrimiento de las potencialidades de la literatura, una “entrada” a autores que posteriormente me deslumbraron aún más, como Faulkner y otros que mencioné antes. Te cito un párrafo redactado por el poeta Jorge Aulicino: “Storni vuelve a ser influyente, o es por primera vez influyente, más bien por temperamento que por una concepción particular de la poesía. Tal vez no exista poesía femenina, pero existe femineidad en la poesía. Y eso se encuentra en cantidad muy apreciable en Storni, quien fue mucho más que esa Alfonsina que flota entre sirenitas y caballitos de mar en una especie de santuario popular creado por Félix Luna. Storni ha sido femeninamente áspera y concreta, a la vez que ornamentalmente lírica.” ¿Acordás? JB — No puedo sino estar de acuerdo con él. Desde ya que la relevancia de Alfonsina Storni nada le debe a la canción de Luna, más bien lo contrario. No sorprende que su poesía —según señala Aulicino— sea influyente, dado el lugar central que tienen hoy las cuestiones de género y la situación social de la mujer. Transcurrido ya mucho tiempo de la aparición de tu último poemario, cabe preguntarte si prevés publicar uno o más que pudieras tener inéditos. Y complementariamente, ¿no reunirías en algún volumen una selección de entrevistas realizadas por vos y artículos de tu autoría que sólo se difundieron en publicaciones periódicas? JB — Sí, preveo volver a publicar poesía, aunque luego de “Luz mala” he estado un largo período sin escribirla, y de lo escrito últimamente debo aún pulir y darle unidad. En cuanto a mis entrevistas y artículos, pensé reunirlos en libro, probablemente como parte de una selección de notas literarias de “La Marea” que incluya más autores, como ya hemos hecho con otros temas, por ejemplo, con los textos dedicados a “Trabajo y globalización”. ¿Son innecesarias las restricciones formales de los géneros literarios? ¿Deben derribarse los límites entre lo considerado poesía o narrativa, en favor de una “simbiosis”? JB — Las diferencias entre géneros son productos históricos. En la antigüedad no había esa distinción (pienso en Homero). Existen restricciones formales o técnicas que son inherentes a géneros literarios específicos, como la métrica estricta de ciertas composiciones poéticas que en el Siglo XX fueron siendo desplazadas por el verso libre, pero que aún siguen practicándose. Son procesos históricos siempre cambiantes e inacabados. Lo que es innecesario —y en vano— es pretender imponer restricciones de cualquier tipo a la creación. La poesía y la narrativa están presentes la una en la otra más allá de las formas. ¿De qué lecturas has disfrutado últimamente? JB — Entre las novelas argentinas me gustaron mucho “La mujer en cuestión” de María Teresa Andruetto; “Blanco nocturno” de Ricardo Piglia; “Trasfondo” de Patricia Ratto; “El destino” de Carlos Pereiro; “El viento que arrasa” de Selva Almada; “La vida de los Van Gogh” de Camilo Sánchez. Entre las extranjeras, “HHhH” de Laurent Binet y “Zapatos italianos” de Henning Mankell. En poesía, algunas obras completas que se han venido editando, como las de Roberto Santoro, Teresa Leonardi o Diana Bellessi. * Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Jorge Brega y Rolando Revagliatti.
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