Según la última edición del estudio Hábitos de lectura y compra de libros en España, editado por el Ministerio de Cultura, en el Estado español el porcentaje de mujeres lectoras de libros en su tiempo libre es significativamente superior al de los hombres: un 69,6 % de mujeres, frente a un 59 % de hombres, tiene esta costumbre. Sin embargo, a pesar de que ellas leen más, ellos son los principales productores de literatura: los datos de obras registradas en ISBN en 2021 dicen que, de 66.371 títulos inscritos en el Estado español, el 44,3 % son de hombres y el 27,1 % son de mujeres, mientras que del 28,6 % restante no se tiene información. ¿Cuáles son las causas de esta carencia de mujeres creadoras y referentes?
"Durante mucho de tiempo nos hemos centrado en decir que las mujeres han sido invisibilizadas y que, por lo tanto, su obra creativa, literaria o del tipo que sea, no se ha tenido en cuenta. Y esto es verdad. Pero hay otro aspecto que pienso que es muy interesante y que hay que tener en cuenta, y es que, a lo largo del tiempo, las mujeres no han podido crear valor", señala la profesora colaboradora de los Estudios de Artes y Humanidades de la UOC Montserrat Gatell. "Esto hace unos años costaba mucho decirlo, pero la función de las mujeres en el mundo durante siglos ha sido otra, y no han tenido las mismas oportunidades para acceder al mundo del conocimiento. Desde la antigüedad más clásica, las mujeres no tenían acceso a la alfabetización", comenta. Y contesta a uno de los argumentos que a menudo se han esgrimido desde el patriarcado: "Si no ha habido ninguna mujer Cervantes o Shakespeare, como se acostumbra a decir, es porque no se les ha dado la posibilidad".
Esta herencia histórica también se ve reflejada en las temáticas que se tratan en la literatura hecha por mujeres. Según un estudio realizado a escala estatal, en España, del total de mujeres que escriben novela, el 94,8 % se dedica al género romántico. Y del total de autores de novela romántica (2.114), 2.002 son mujeres, frente a 112 hombres. "Las personas escribimos, pintamos, razonamos, escuchamos… Todo lo que hacemos lo hacemos partiendo de la experiencia y las trayectorias vitales. Como el arte es inseparable de la vida, refleja lo que nos pasa. Por eso nuestras historias son historias cotidianas: de lo familiar, de lo cerrado, de lo individual, de lo particular, de todo lo que no es público". Y lo que no es público tampoco es paradigmático ni forma ningún modelo, lo que determina que la obra femenina se coloque inmediatamente en una posición de subordinación respecto de la obra masculina.
Una cuestión global
En su célebre ensayo Una habitación propia, Virginia Woolf exigía para las mujeres escritoras una renta mensual para poder sostenerse y un espacio propio para poder crear. Su habitación propia no es sino una metáfora para reclamar la necesidad de contar con unas condiciones físicas y mentales adecuadas para la creación. Y esto, apunta Gatell, "quiere decir dejar de hacer lo que este sistema nos dice a las mujeres que hemos nacido para hacer, que es cuidar de los demás, etcétera".
Es una problemática que traspasa fronteras. "Emily Dickinson crea de la nada, porque es consciente de que no tiene referentes. La segunda y la tercera oleada del feminismo en Cataluña toman su relevo. Sobre todo es Maria Mercè Marçal quien más dice que necesitamos crear una genealogía, saber quién había antes de nosotros", explica Gatell. "Y así nos plantamos en la actualidad, en la que en Occidente las mujeres somos iguales que los hombres ante la ley y tenemos unos porcentajes muy elevados de mujeres muy formadas, pero proporcionalmente el número de mujeres creadoras que pueden exhibir su obra es ínfimo", señala.
El espejismo de la igualdad se ve reflejado de forma muy clara en los premios literarios. Los números son demoledores: solo 16 mujeres han ganado el Premio Nobel de Literatura desde su creación, en 1901, por 112 hombres. El Premio Cervantes ha galardonado solo a 4 mujeres frente a 41 hombres desde 1976, y el Premio Planeta tan solo ha sido otorgado a 17 mujeres desde 1952. También es sabido que hay muchas más mujeres que hombres que se dedican al ámbito de la escritura. Sin embargo, como hemos visto, ellas publican menos, registran menos, editan menos y optan a menos puestos de trabajo.
Los cuentos infantiles, una gran fuente de estereotipos
Más allá de las desigualdades históricas a las que han hecho frente las mujeres creadoras, merece la pena explorar qué tipo de miradas siguen perpetuando estos modelos y patrones. Y es que las ficciones dirigidas a los lectores más pequeños tampoco están exentas de dinámicas machistas, a menudo expresadas a través de unos estereotipos que calan hondo en un momento de pura formación vital. Los cuentos tradicionalmente han sido un medio de transmisión de valores con los que los niños y niñas adquieren nociones sobre lo que está bien y mal y sobre lo que se espera de los personajes; entre otras cosas, lo que se supone que tienen que hacer las mujeres y los hombres.
"Llevamos décadas con estereotipos recurrentes de príncipes, caballeros y luchadores que salvan princesas que no tienen más razón de ser que ser bonitas, llevar vestidos y zapatos elegantes y que son seres pasivos a los que salvar del lobo o despertar de un hechizo", explica la profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC Amàlia Gordóvil, doctora en Psicología Infantojuvenil y Familiar y coautora del libro Compartir la vida educa. "Sin duda esto tiene efectos sobre los más pequeños, porque para ellos los cuentos son fuente de aprendizaje y a partir de ellos se forman sus primeras ideas de cómo funciona el mundo", asegura.
"Una niña pequeña de cuatro años que ve a Anna —hermana de Frozen— escalar con un vestido y zapatos de tacón querrá vestirse así, por mucho que su madre le explique que escalar por los árboles con esta ropa tiene que ser muy incómodo y nada práctico, en lugar de hacerlo con botas, como el chico que la acompaña. Y esto sucede porque la imagen de la princesa escalando con vestido le llega al cerebro emocional, que guardará este recuerdo como una huella, mientras que la explicación de la madre tiene que pasar por el córtex, una ruta más compleja y poco eficaz para la integración de valores en niños tan pequeños", detalla. "Y en cuanto a estereotipos, no nos olvidemos de los chicos, a quienes también se les pone mucha presión para que sean los valientes, los fuertes y los que consiguen siempre ganar", añade.
¿Qué tipo de cuentos son más beneficiosos en estas edades? "Cuentos cooperativos en los que no hay un salvador y una salvada, cuentos en los que todo el mundo forme equipo y luche por un objetivo común, como cuando vamos a hacer un escape room", dice Gordóvil. "También sería mucho más enriquecedor y sano para la autoestima infantil disfrutar de cuentos en los que los protagonistas fueran niños y niñas normales con los que los más pequeños se sintieran también identificados", apunta. "En la gran mayoría de los cuentos, los protagonistas son adultos haciendo de niños, con los cuerpos hipersexualizados. Esto hace que se transmita desde muy pronto a los más pequeños la idea del cuerpo normativo como cuerpo único y válido socialmente, lo que es nocivo para la formación de una buena autoestima", concluye la profesora.
¿Un modelo en proceso de cambio?
En este contexto, ¿qué oportunidades hay para progresar hacia un paradigma más igualitario? En su artículo "Obras poéticas domésticas en Internet: Libertad y creatividad", la profesora de los Estudios de Artes y Humanidades de la UOC Teresa Iribarren explica cómo en el actual contexto de internet las dinámicas tradicionales de circulación de los textos literarios están cambiando gracias al progresivo empoderamiento de creadores y lectores, lo que abre la puerta a escenarios prometedores y basados en más libertad, riqueza cultural y equidad.
Gatell señala también algunas experiencias de éxito muy relevante, como es el caso de pequeñas editoriales que están publicando a mujeres de África, escritoras asiáticas y otros textos de altísima calidad que pueden acercarnos a nuevas realidades, a la vez que deposita esperanzas en las nuevas generaciones, mucho menos condicionadas por el género.