Febrero de 2017. La niña denuncia los abusos a dos trabajadores del centro. La directora aparta a Ramírez del servicio pero no deriva el caso a la Fiscalía de Menores. Solicita un informe a la Consejería de Igualdad. Concluye que la niña miente y el educador vuelve al trabajo. Quien preside esa Consejería es la vicepresidenta de la Generalitat valenciana, Mónica Oltra, pareja de Ramírez.
Junio de 2017. La menor comunica los hechos a la Policía. La Fiscalía abre una investigación. Comienza el proceso que se resolverá con una condena de cinco años de prisión para Ramírez. Mientras se instruye la causa la menor es conducida esposada ante el tribunal, como si la víctima fuera el delincuente y el inocente su verdugo.
Agosto de 2017. Oltra se divorcia de Ramírez, pero ya tiene una querella en marcha. El juez resuelve que encubrió los abusos sexuales de su marido, que desde su Consejería se arbitró una instrucción parajudicial y un plan preestablecido para ocultarlos. Hoy, el TSJPV le imputa los presuntos delitos de prevaricación, abandono de menores y omisión del deber de perseguir los delitos.
El resto de la historia lo conocemos. Primero el espeluznante cancán de Oltra, abrazada al “matarreyes” Baldoví y al resto de los incorruptibles de Compromís. Luego su patética dimisión denunciando “una cacería de la extrema derecha”. Luego el estruendoso silencio de Irene Montero, de Yolanda Díaz, del movimiento feminista agrupado en el “Hermana, yo sí te creo”. La “Manada” de los violadores se clona en la de las encubridoras.
Hoy nadie cree a Oltra. Tras los comicios andaluces se diría que su drama ya es pandemia en la Izquierda. Sectarismo, ceguera, fuga de la realidad. “Orgullo rojo”. A fuerza de mirar para otro lado ante lo aberrante, su gente ha comenzado a confiar su voto a otras banderas. Es el final.
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