Una de las virtudes presentes en la literatura es la de viajar. Conocer otras vidas y otros mundos. Y, también, hacerlo al pasado. A nuestro pasado. A veces voluminoso, como la mayor de las fortalezas; y otras, efímero como un soplo de nuestro aliento. Viajar, además, nos puede servir para extraernos del alma aquello que se nos quedó clavado en el corazón y la memoria, como pro ejemplo, pueden ser: el poder de una mirada; o en la forma de expresarse de una persona. Aquella a la que amamos una vez; que de alguna manera seguimos amando a lo largo del tiempo y los recuerdos. Giorgio Bassani explora los límites del pasado y del tiempo en su aclamada novela El jardín de los Finzi- Contini, el tercer libro de su serie de novelas sobre Ferrara, y, que en el año 1962, fue premiada con el prestigioso galardón Viareggio.
La naturaleza de esta novela se incardina en la demoledora mirada hacia un dulce y pío pasado, en el que el protagonista anónimo de la misma revisa su primer amor fallido de juventud. En esa sensación de pérdida y decadencia de la burguesía judía italiana que va dando pasos silenciosos hacia su exterminio sin apenas hacer ruido, es donde Bassani recrea su hacer literario impregnado de notables descripciones del entorno o las discusiones —muchas veces políticas— de sus personajes. Unos personajes que andan perdidos entre el amor frustrado del protagonista, y la sensación de soledad y engaño que el distanciamiento de la realidad que, casi todos ellos profesan por mucho que se alcen como defensores del comunismo o de unan postura más moderada como el socialismo, manifiestan. De ahí, que a lo largo de sus páginas vayamos desgranando ese universo convulso que tiene algunas semejanzas con la novela de Arthur R. G. Solmssen, Una princesa en Berlín; lo que nos ayuda a visualizar, que no a comprender, el horror hacia el que se encaminaba el mundo tras la finalización del Primera Gran Guerra. A pesar del trasfondo en el que se desarrolla, estamos ante una novela iniciática y de aprendizaje, donde de alguna manera trata de imponerse el espíritu del artista que se vislumbra en el protagonista y su necesidad de búsqueda a través del arte, la literatura, y cómo no, la poesía. En ese recorrido, Bassani nos deja muchas muestras de la semblanza artística presente en Italia a principios del siglo XX. Una visión del arte que fija su objetivo en la soledad e incomprensión que su protagonista manifiesta contra sí mismo y contra las corrientes antisemitas bajo el telón del fondo de fascismo y el nazismo, que él, contrarrestará, a través de la necesidad de búsqueda de una libertad completa que vaya más allá de las arcaicas estructuras en las que vive y siente. Romper ese cascarón será, sin duda, su meta. Un camino vital que recorrerá de una forma lenta, pero al final segura, tras ir consumiendo las etapas presentes en el desamor y en su afán a la hora de enfrentarse al mundo lejos de su entorno.
El jardín de los Finzi-Contini se inicia con un prólogo que es un magnífico retrato de aquello que representan y significan el poder de los recuerdos cuando al atraerlos hacia nosotros de una forma casual rescatamos aquello que fuimos desde lo que somos. Una fórmula o un juego no deseado que, en este caso, nos permitir contemplar un cuadro del final de una época, y la abrupta irrupción de un mundo que lo cambiará todo, desde la percepción de la verdad hasta la funesta manipulación de los más incorruptibles principios. Lealtades y sus espejismos que también se derrumban en la acción de esta novela que, transita de una forma lenta sobre todo al principio, y que en ocasiones se nos muestra dispersa por los múltiples caminos que su autor nos quiere mostrar a la hora de narrarnos una de las partes más convulsas de la historia reciente de Europa y del resto del mundo. En este juego de artificios sin balas ni sangre, sin embargo se adivina esa parte oscura que no parece afectar a sus personajes —imbuidos en sus propias vida—, y que a pesar de todo, los encamina hacia su destrucción vital de una forma cruel y trágica. Ese determinismo de la historia se desarrolla de una forma magistral en la última parte de esta novela, donde aparte de un ajuste de cuentas generacional, se reinterpretan los avatares de la vida de una manera determinante, sobre todo, aquello que en verdad importa: el amor y la vida. Una vida marcada por la demoledora mirada hacia un dulce y pío pasado.
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