Escribe Hirschhorn, el responsable de esta compilación de textos: “Cada texto, cada libro, cada uno de los libros de Robert Walser me parece necesario; hasta el texto más breve, el libro más delgado” y, en lo de ‘delgado’, parece querer dar a entender que ahí se encuentran lo más pequeño y lo más grande. Un entusiasta lector, sin duda. Dice el autor -a modo de mea culpa- de estos textos que han sido publicados hace ya algunos años y que ahora revisita como crítico que pretende ser maduro y veraz: “Hay errores que se deben cometer en la imprudencia de los comienzos” Quiere referirse que todo comienzo resulta acaso, para el escritor, no solo dubitativo sino también original por ‘desafiante’, por atrevido ya sea en la forma o la expresión. Desde su visión actual, no obstante, “Todos los textos que comprende esta antología son imprescindibles, y en todos ellos se hace valer un significado propio más allá de lo significativo” Esto considero que resulta muy interesante, sobre todo para el caso de Walser, quien “era libre, era libre con lo que le era propio”. No se puede decir, desde luego, que hubiese gozado en vida de un reconocimiento universal de elogió, pero sí del aprecio y admiración de grandes escritores coetáneos suyos (Mann, Hesse, Musil) y su influjo permanece y permanecerá. Pero para hacer justicia literaria está su réplica “Hemos de reconocer que no tener éxito no es sinónimo de ser una ‘víctima’; fracasar puede ser un acto heroico. Robert Walser es un héroe”. Y entrando propiamente en sus textos, hay motivos frecuentes y gozosos de apreciar su prosa diáfana, su capacidad de observación, de introspección en ‘los significados’: “En los días de lluvia reinan un frío y un vacío espantosos. El paisaje le da frío. Los arbustos verdes gañen y gimen y lloriquean gotas de lluvia clamando por el sol” ¡Tantas veces sus frases medidas semejan verdadera ontología descriptiva! Como no es infrecuente, por fortuna, su sentido del humor (o la ironía, quizá por mejor decir, toda vez que, a mi entender, el humor tiene relación con la soledad y la ironía con la melancolía; y ambas formas de inteligencia y sentir connotan una alta sensibilidad) nos lleva hasta expresiones como la siguiente: “Conozco a un escritor que, tras pasar semanas esforzándose en vano por urdir un argumento en condiciones, por fin llegó a la disparatada idea de organizar un viaje de descubrimiento por debajo de su cama”. Gozo para la inteligencia y gozo para los sentidos; una forma distinguida de vivir. En ‘La novela de Keller’ no es difícil que, desde el comienzo, el lector afecto se vea seducido por un lenguaje rítmico, educado, claramente sentiente, humanamente minucioso. Le leemos y, de alguna manera, le creemos (nos asocia a su sensibilidad) por eso no nos resulta lejano cuando escribe: “Mientras miro por la ventana y pienso en los movimientos legalmente libres de mis dedos, hago el insólito descubrimiento de que numerosas caricias caen susurrando del cielo abierto sobre el suelo de la calle” Y nosotros, lectores amantes del interior de las personas y las cosas, ¿habíamos reparado en una tal condición del estético corazón del cielo? Ahora sí; cada vez que leemos a Walser el solitario. Puedes comprar el libro en:
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