La historia del padre de John Carr, Chaim, empieza el 8 de septiembre de 1939, inmediatamente después de que el ejército alemán entrara en Lodz (Polonia). Todo lo vivido por su padre en Polonia lo ha vertido en su nuevo libro “El día que escapé del gueto”. En el primer capítulo narra los hechos desde el punto de vista de Heniek, el primo de Chaim, que sobrevivió al horror. Pronto los nazis deciden confinar a todos los judíos de la ciudad en un gueto cerrado, en Baluty. “En un área de unos cuatro kilómetros cuadrados, la masificación se volvió crónica y opresiva. Según las mejores estimaciones de las que disponemos, en Baluty había antes de la guerra cerca de 60.000 judíos. El 1 de mayo de 1940, el día en que el gueto se selló de manera definitiva, había más de 160.000. Durante sus cuatro años de existencia, los registros oficiales demuestran que más de 240.000 personas llegaron a vivir allí. La población fluctuaba de un día para el otro según el nivel de deportaciones y llegadas”. En la entrevista, John Carr nos descubre muchas de las cosas que vivió su padre y nos cuenta sus motivaciones para escribir un libro tan sorprendente como doloroso. ¿Cuándo, y cómo, surgió la idea de escribir “El día que escapé del gueto”? Empecé a investigar y a realizar pesquisas que al final desembocaron en el libro como parte de un proyecto que me ayudara a comprender mejor a mi padre. Cuando yo era niño nuestra relación era pésima, y quería averiguar cómo se había convertido en el hombre que ha llegado a ser. Pero también, en términos muy pragmáticos, fue el resultado del confinamiento. No podía salir de casa, no podia viajar a otro país: por fin disponía del tiempo y el margen para recopilar todas mis investigaciones y rematar la escritura. ¿Qué es lo que más le cuesta al convivir con los fantasmas que siguen viviendo en los recuerdos? Al principio, a mi padre le costaba mucho hablar de sus vivencias. Por ejemplo, aunque he viajado varias veces a Polonia, él se negó a acompañarme allí, y me dijo que lo único que le había brindado Polonia eran “lágrimas y sufrimiento”. Sin embargo, a lo largo de veinte años, más o menos, creo que también empezó a sentir el efecto curativo de abrir su alma y desprenderse del lastre que cargaba consigo. Quienes han sobrevivido a los guetos y los campos de exterminio suelen evitar hablar de esas épocas tan dramáticas en sus vidas. ¿Qué fue lo que movió a su padre a contarle sus vivencias? Tiene usted toda la razón, pero creo que mi padre por fin comprendió y aceptó cuán importante era para mí, y después también para él mismo, hablar exhaustivamente y transmitir lo que le había sucedido. En cierto modo me convertí en su terapeuta, y él salió ganando de esa terapia. ¿Cómo abordó usted la investigación de todos los aspectos relativos a la historia del primo Heniek y su padre? Me encontré con Heniek en varias ocasiones en Polonia, en el Reino Unido y en su casa en California, y también conversamos por teléfono. El hermano mayor de Heniek también escribió una versión abreviada de las vivencias de su familia, y esa fue una de mis fuentes. La historia arranca con el primo Heniek como narrador en primera persona, a partir de la primera muerte. Después, los protagonistas no vuelven a encontrarse hasta después transcurridos 50 años. ¿Se convirtió él en un héroe desde ese momento? Heniek fue muy importante para mí, porque corroboró la versión dada por mi padre de lo que había sucedido en la alambrada del gueto aquel día. Fue un héroe ya que consiguió sobrevivir a la guerra, mientras que el noventa por ciento de los judíos polacos no lo lograron. Heniek nunca escapó: sobrevivió en el gueto y, después, en un campo de trabajo. ¿El don de su padre para los idiomas, su cabello rubio y sus ojos azules fueron decisivos para sobrevivir en el entorno sumamente hostil que lo rodeaba? Fueron importantísimos. No lo he investigado, de modo que no puedo fundamentarlo con datos, pero muchos supervivientes me han contado que si uno era judío, pero no tenía aspecto de judío, tenía más probabilidades de sobrevivir, y si además tenía facilidad para los idiomas aumentaban sus probabilidades de sobrevivir. Para católicos y judíos, era fácil coexistir cuando vivían juntos en un lugar. ¿Qué recuerdo tiene su padre acerca de su infancia en el gueto? Él no pasó mucho tiempo en el gueto antes de poder irse, pero dijo que todo aquello que llegó a ver le reveló que la vida dentro del gueto iba a convertirse en un verdadero infierno. ¿Cómo era la vida cotidiana en un día cualquiera dentro del gueto? Lo que mantenía a todos en vilo era conseguir alimentos y, en invierno, obtener combustible para poder calentar las casas también era esencial. “Los nazis establecieron el gueto en la mayor área de la ciudad donde vivían los judíos pobres”¿La violencia en el gueto empezó incluso antes de que ocurriera la invasión? Antes de la invasion no existía el gueto. Los nazis lo establecieron en lo que había sido el mayor área de la ciudad donde vivían los judíos pobres. En su novela, el miedo, el odio, las distinciones por motivos de raza, etc. son omnipresentes. ¿Eran los guetos, en cierto modo, una encrucijada condensada de todas las pasiones humanas posibles? Casi el cien por cien de los habitantes del gueto eran judíos. Primero todos ellos provenían de la zona de Lodz y, más tarde, de otras zonas de Polonia; por último, de toda Europa. Entre casi todos los judíos europeos el yidish era la lengua franca, así que, aunque por supuesto hubiera diferencias culturales por el país de origen, básicamente todos compartían el mismo destino peligroso. ¿La incertidumbre era tal vez la mayor espada de Damocles con la que tenían que convivir en el gueto? Le doy la razón al cien por cien. Usted, o cualquiera de sus seres queridos, estaban allí un día, pero mañana podían desaparecer: podían enviarlos a un campo de exterminio, o a un campo de trabajo, y nunca más se sabría nada de usted, o bien podían contraer una enfermedad mortal en el gueto, o enfermar y morir de desnutrición.
¿Cree que la esperanza en un mundo mejor, y en una patria, han sido claves para la supervivencia del pueblo judío? Incluso antes de la Guerra, el sueño de una patria judía, o sea, el sionismo, era muy popular entre los judíos de Europa. Como consecuencia de lo que sucedió después de la guerra, ese sueño cobró aún más fuerza. ¿Existía suficiente espacio para el amor en el gueto, y en el momento de huir de él? Hubo muchas bodas y amoríos en el gueto, y nacieron muchos bebés allí, pero mi padre solo tenía 13 años cuando se marchó, así que, en realidad, no estaba familiarizado directamente con esas cosas. ¿Cuál fue la parte más dolorosa para usted al escribir la historia de su propio padre? Hubo muchos momentos así, pero el que más me afectó fue uno que también hizo sufrir a mi padre. Era un hombre muy inteligente y tenía una memoria fantástica. Sin embargo, su educación se interrumpió cuando tenía 13 años, y desde ese momento, durante el resto de sus días, nunca tuvo la oportunidad de volver a cursar estudios para aprender un oficio profesional. Tuvo que ganarse la vida a base de ingenio. Así que el sufrimiento que vivió fue más bien por haber perdido la oportunidad de tener una vida distinta. Además, siempre pensó que quizá, si se hubiera quedado en el gueto, a lo mejor habría conseguido mantener en vida a sus padres, a su hermano y a sus hermanas. Eso forma parte del sentimiento de culpa que sintió por haber sobrevivido cuando todos ellos murieron. No se trata de algo racional, pero ¿cómo cabe esperar que lo sea? ¿Cómo logró su padre soportar esos recuerdos que había suprimido durante tanto tiempo? Hablar con él y leer lo que yo escribí fue un remedio eficaz. Lo ayudó a recuperar su identidad judía y a aceptarse a sí mismo. ¿Cuál es la lección principal que desearía que los lectores aprendieran de la historia de su padre? Ahora se oyen afirmaciones cretinas de que “los polacos eran todos antisemitas”, pero no lo eran. O bien que “todos los alemanes de la época eran nazis y odiaban a los judíos”, pero ni lo eran ni los odiaban. Igual que hoy no todos los rusos apoyan a Putin ni están de acuerdo con la invasión de Ucrania. Así que una de las mejores lecciones que espero que extraigan los lectores de este libro es que, tal como dijo Martin Luther King, “Hay que juzgar a las personas por la esencia de su carácter”. Hay gente buena y gente malvada en todas las áreas de la vida y en todos los países del mundo. Ninguna persona y ningún país, cultura, raza o religión tiene el monopolio de la virtud o de la maldad. Ahora mismo, Ucrania es pasto de la guerra. ¿Cree que todavía no hemos aprendido lo bastante de nuestros errores del pasado? Lo que sí parece es que el señor Putin cree que la guerra puede solucionar un problema. Pero descubrirá que no es así. Hay algunos paralelismos con 1939, pero también hay enormes diferencias. Si su padre hubiera podido llegar a leer su propia historia tal y como usted la ha plasmado en su novela, ¿cómo cree que habría reaccionado? Quiero creer que reconocería cuánto afecto y cuidado he dedicado a escribir el libro. Quiero creer que se reconocería tal como es, con sus virtudes y defectos, pero también que valoraría la admiración que siento por los recursos que supo desplegar, su ingenio y su tenacidad. Por último, pero igualmente importante, que le serviría como recordatorio del amor que le profesábamos todos mis hermanos y yo, y que nos ha sorprendido que se convirtiera en una persona tan cabal. Confío en que ningún chaval de trece años tenga que volver a matar a ningún hombre para salvarse a sí mismo o a un miembro de su familia. Puede comprar el libro en:
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