A palos de ciego, entonces, mientras la Derecha se clona en nuevas opciones, la Izquierda vira al populismo y el Centro se subsume en una retórica republicana carente de contenido real, asistimos a la pugna final entre dos partidos decididamente cesaristas, el de Emmanuel Macron y el de Marine Le Pen. El primero, lastrado por el desencanto de un presidente que se pretendía tan “macro” como su nombre, hoy “micronizado” por la notable desafección hacia sus políticas. El segundo burdamente dulcificado sin conseguir conciliar sus muchas contradicciones. Loba con piel de cordero, o de conejo -de Le Pen a “lapin” -, y cordero asilvestrado en lobo mesianico -Emmanuel, lo que se traduce en “Dios con nosotros”-, más que entre dos opciones de futuro, el próximo domingo Francia elige entre dos temores. El de un quinquenio explosivo en términos de gobernanza, y el de la fractura social vinculada tanto a la cuestión identitaria como la recesión económica.
Cuesta creerlo en un país cuya tasa de paro y cuyo índice de inflación quedan a la mitad de los nuestros. ¿En qué se fundamenta la “situación pre-insurreccional” consensuada por sus medios más influyentes? Responde un filósofo, Michel Onfray, señalando precisamente a esos medios como cómplices de una dinámica perversa asociada al poder.
Habla de una sociedad desgarrada y desoída en la que crece, junto con la desigualdad, un sentimiento de frustración y de impotencia. El encarecimiento de la vida, el deterioro de los servicios públicos, la retracción de las pensiones. Todo eso es lo que hay detrás de las protestas sin que al Gobierno se le ocurra otra respuesta que condenar la violencia de la contestación social frente a sus decisiones. Así como a Macron se le imputa un creciente de arrogancia, su inmersión en el solipsismo, su alejamiento de la calle y de los problemas reales de la gente, Onfray le da la vuelta a la palabra para situarnos ante una realidad paralela.
Violencia es también despreciar a las clases medias que no comulgan con el credo de lo políticamente correcto, la ideología woke y sus derivados, y sólo reclaman mantener un mínimo nivel de bienestar. Violencia es juzgar al todo por la parte, y calificar de extremistas a quienes disienten pacíficamente, identificándolos con los radicales de cualquier signo. “¿Acaso no hay también minorías antieuropeístas o xenófobas en La République en Marche? ¿Acaso no las hay igualmente dentro de la Izquierda?”. Se votan las acciones de Gobierno, se votan las decisiones, se votan los programas. Si entran dentro de la Constitución, ¿a qué razón obedece priorizar los juicios de intenciones sobre las decisiones? “Violencia es demonizar al adversario” -concluye Onfray- “sin respetar los millones de votos que le respaldan”.
Los analistas de izquierda nunca entienden por qué crecen las opciones extremas de la derecha. Desde una postura anarquista, Onfray les hace ver lo evidente: no lo entienden porque viven fuera de la realidad. No se preguntan por las causas de esa derechización general, ni asumen sus contradicciones, ni la abdicación de las políticas sociales que está en el origen del desastre.
Carecer de alternativas reales también es una forma de violencia. Malo cuando las banderas de la izquierda pasan a ser patrimonio de la derecha. Peor cuando se vota desde el desencanto, añorando el ayer y maldiciendo el mañana.
Puedes comprar su último libro en: