En los dos últimos años, José Zoilo ha conseguido hacerse con el favor de críticos y lectores, haciéndose con los premios de Novela Histórica de Pozuelo de Alarcón y “Los cerros de Úbeda” a la mejor novela histórica publicada en 2020 con “El nombre de Dios”. En la pasada edición del certamen ubetense pudimos charlar con el autor canario largo y tendido, allí nos contó las aventuras de los vikingos en nuestra tierra que ha querido reflejar en su nueva novela. En “Lordemano”, los seres mitológicos, el más allá, la inmortalidad del guerrero, el destino, la voluntad divina y las criaturas semidivinas pueblan los pensamientos y la vida cotidiana de los vikingos y son tan importantes, reales y cercanos como los propios parientes o enemigos: ¿cómo explicaría esa faceta tan espiritual en un pueblo tan rudo, violento e implacable como el vikingo? Esa era, justamente, una de las ideas a plasmar en la novela: la de un pueblo muy diferente a cualquier otro existente en el ámbito mediterráneo en el lejano siglo IX; quizás no tanto en lo físico, que también, sino sobre todo en lo espiritual. Para quienes habitaban en la península escandinava y Dinamarca en esos días, el pabellón celestial era algo que estaba muy presente en todas las representaciones de su existencia: no se trataba de seres a los que adorar y recordar en el interior de un recinto determinado, pues apenas se tiene conocimiento de templos en época vikinga en Escandinavia (más allá del de Upsala, en la actual Suecia). Todo lo contrario: estaban presentes en cualquier escena del día a día, explicando cada momento. Y lo mismo ocurría en la batalla, donde quienes se distinguían lo hacían para llamar la atención del mismísimo Odín. Un panteón en el que existían dioses de distintas familias, pero también otros seres, como gigantes, espíritus, elfos, enanos, etc., que lejos de representar identidades inmutables y alejadas de quienes los adoraban, podían caminar entre ellos, para regocijo o para desgracia de estos. Porque los dioses nórdicos podían ser viscerales, temibles, veleidosos, egoístas, celosos, crueles y terribles; o, en ocasiones, también, generosos y enamoradizos, pero nunca ajenos a los simples mortales, sujetos a sus designios. En general, las novelas sobre vikingos en España se ambientan en nuestro país y, a veces, en parte, en los países escandinavos de los que procedían. ¿Por qué eligió Erin/Irlanda para casi un tercio de la novela; tiene una afinidad especial o vivencias personales en Irlanda? La inspiración para escribir esta novela me llegó en la Bretaña francesa, donde se reunió, y desde donde partió, la primera flota vikinga que tuvo las costas de la península ibérica entre sus objetivos. Me encanta esa región francesa, y hubiera deseado situar el poblado de Hrolf Ragnallson en sus costas agrestes, de ensueño al menos para mí; pero lo cierto es que en ese siglo IX no existían asentamientos nórdicos de interés en la región, más allá de algunas bases de paso entre las habituales correrías vikingas en tierras francas. Bretaña, pero también otras regiones y países celtas como Irlanda, poseen para mí un magnetismo difícil de igualar. Ignoro si es por el verdor de sus campos, por sus acantilados o por el misticismo que se respira a cada paso, todo tan diferente de mi propia tierra. Por fortuna, en cuanto comencé a investigar sobre la procedencia de estos primeros nórdicos que decidieron llevar a sus barcos dragón hasta el sur, descubrí que buena parte de ellos procedían de la costa este de Irlanda, donde varias expediciones habían fundado enclaves como Wexford, o la misma Dublín, pocos años antes. De esa manera conseguí uno de mis objetivos iniciales, que era situar parte de la trama de la novela en tierras celtas. Tras cuatro novelas "hispanas", se zambulle en una etnia, una cultura y un universo diametralmente opuestos, con el mundo vikingo: ¿qué es lo que te resultó más fácil asimilar y describir de ese mundo, y cuál fue el reto más difícil, sobre todo para transmitírselo con verosimilitud a un lector español que apenas lo conocía antes? Fue un reto desde el principio, desde luego, y para afrontarlo tuve que prepararme a conciencia. Tratar de reflejar la mentalidad y forma de vida de estos nórdicos del siglo IX resulta de por sí bastante complicado, porque las fuentes primarias propias son inexistentes, y los registros que nos han llegado pertenecen en su gran mayoría a sus enemigos: aquellos mismos pueblos contra los que dirigían sus naves dispuestos a repartir muerte y aflicción. Para contrarrestar esta aparente “ceguera” en las fuentes, en los últimos años han aparecido cada vez más publicaciones que no solo se encargan de poner énfasis en las conquistas, descubrimientos o acciones guerreras de los vikingos, sino que también profundizan en su modo de vida en aquellos días, lo que al final es básico para poder ambientar muchas escenas con el rigor necesario. Todo este conocimiento se puede aprender de una forma u otra, pues se trata básicamente de investigar y leer mucho; pero para mí había algo más difícil aun, que era poder transmitir la forma de pensar, y de actuar, de un nórdico en una tierra desconocida y hostil para él. Mi meta era poder reflejar de forma creíble ese sentimiento de abandono, de vulnerabilidad, de rabia; pero a la vez de entereza, de determinación. Esa voluntad inquebrantable de superar cualquier prueba que el destino –un concepto con un trasfondo genuinamente nórdico–, se atreviera a ponerle por delante. ¿Por qué centró en el mundo vikingo como antagonista; por el enorme contraste, por el elemento exótico, por pura fascinación por los "hombres del norte", o por otros motivos? Quería reflejar de un modo diferente lo que ocurría en la península ibérica en un período que me apasiona: los inicios del reino de Asturias. Quería incidir en describir la situación de un territorio convulso, tanto al norte como al sur, con sus constantes revueltas: un territorio en el que las guerras y las aceifas marcaban el tiempo del mismo modo en que lo haría el paso de las estaciones. Y me pareció que la mejor opción para trasladar todo esto al lector era hacerlo desde la mirada de alguien completamente ajeno al territorio y a la cultura imperantes. Quería enriquecer el relato alejándome del sesgo de cristianos y musulmanes, de asturianos y andalusíes; quería, precisamente, mostrar lo que ocurría a través de los ojos de un perfecto extraño, de un personaje lo más imparcial posible. Alguien que, como tú bien dices, no solo ahora, sino también entonces, despertaba una fascinación morbosa tanto en unos como en otros, pero también una honda repulsión. Un demonio, como lo llamaban los musulmanes; o un pagano, como lo denominaban los cristianos. Si José Zoilo pudiera reencarnarse en uno de los personajes de "Lordemano", ¿quién escogería, y por qué? y ¿cuál sería su razón de ser? Difícil pregunta… Si tuviera que elegir, me encantaría ser Einar, el escaldo. Ser testigo de grandes aventuras, para luego componer con maestría portentosas historias con las que alegrar las largas noches de invierno a jóvenes y mayores, a nobles y a plebeyos por igual. “Lordemano” ahonda en toda la gama de motivaciones universales del ser humano: amor, disciplina, familia, lealtad, camaradería, pero también celos, traición, rivalidad y la pura lucha por la supervivencia: ¿cuál es, para usted, la principal lección que un vikingo podría darle a un español de hoy en día? Te diría que la capacidad de explorar, de vivir sin miedo, de no poner reparos a sentir, y tampoco a perder; ser capaz de entender que la vida se compone de victorias, pero también de derrotas, y que lo importante es sobreponerse a estas últimas y no solo tratar de evitarlas. “En la historia no ha habido pueblos “buenos” ni “malos”, sino que han sido determinados hombres de dichos pueblos los que lo han sido”Al principio de “Lordemano” muestra a un poblado de vikingos en su vida cotidiana, familiar y lúdica, donde la guerra y la lucha son sueños y aspiraciones lejanos, y algo más adelante, lo primero que muestras al lector del mundo cristiano es violencia y crueldad gratuita tan crudos como los que se les achacaba a los vikingos. ¿Ha querido reivindicar a los vikingos como un pueblo capaz de convivir de manera "civilizada" y pacífica, rompiendo con la leyenda de los monstruos desalmados y saqueadores del norte? Sí, claro; siempre digo que en la historia no ha habido pueblos “buenos” ni “malos”, sino que han sido determinados hombres de dichos pueblos los que lo han sido, arrastrando a otros; y los nórdicos no son una excepción. Al igual que ocurría en la península ibérica en ese entonces, quienes habitaban en Noruega, Dinamarca y Suecia tenían su propia forma de vida, no tan distinta de quienes luego sufrieron la aparición de sus barcos dragón. Había agricultores, ganaderos, comerciantes, algunos nobles también; y en aquellos poblados, lejos de las grandes ciudades del sur, como las andalusíes, la vida prosperaba al ritmo que permitían las estaciones. La vida en el frío norte, al igual que las motivaciones, podían no ser tan diferentes a las que tenían quienes vivían en la península ibérica, en tierras más fértiles y cálidas. La sociedad nórdica no tenía por qué ser necesariamente más violenta que la asturiana, por ejemplo; de hecho, los dos primeros intentos de incursión en la península terminaron en derrota para ellos. Sin embargo, cuando estos hombres (y algunas mujeres) del norte decidían embarcarse con el único objetivo de saquear y llevar riquezas a su hogar, se convertían en auténticos piratas: es lo que conocemos como vikingos. Y esta faceta es la que conocieron los asturianos y andalusíes, al igual que los celtas de Irlanda, los anglos y sajones de Inglaterra, los francos, y otros tantos. Se enfrentaron, por tanto, a guerreros temibles que no tenían otro objetivo que el pillaje, la muerte y la destrucción. Sin embargo, los vikingos no eran los únicos que llevaban a cabo expediciones de saqueo en tierras peninsulares. También los pueblos que habitaban en ellas llevaban generaciones castigando las tierras de sus enemigos, aunque no necesitaran barcos para hacerlo. Las tropas del emirato organizaban las temibles aceifas casi cada año, con la única misión de destruir cuanto encontraban a su paso en el norte; no se preocupaban por ocupar el territorio, sino que se centraban tan solo en hacer todo el daño posible. Y, aunque en menor medida, porque la capacidad demográfica y militar era mucho menor, también en Asturias se organizaban algunas expediciones de castigo que sembraban de muerte y destrucción las tierras andalusíes. Quizá, por ello, fue en la península ibérica donde la incursión de los temibles vikingos, que asolaron los reinos sajones de Gran Bretaña y los reinos francos, resultó un fracaso, al menos en las dos primeras intentonas. Asturianos y andalusíes vivían en un permanente estado de alarma militar, y fueron capaces de hacer frente a estos nuevos intrusos que habían sembrado el pánico en otras regiones europeas. En “Lordemano”, desde muy pequeños los protagonistas se someten a un adiestramiento militar brutal y a considerar deseable matar, quemar, robar y violar sin compasión: pero, al mismo tiempo, aprenden la importancia de la ternura, los juegos, el amor, la protección de su familia y la expresión de sus sentimientos: ¿qué hacía posible que los vikingos vivieran con dos temperamentos opuestos dentro de sí mismos? Los pueblos nórdicos conformaban una sociedad dura, como la misma tierra en la que vivían. Se enfrentaban a un clima hostil en una tierra hostil, como hostiles eran también en muchas ocasiones sus vecinos, e incluso la naturaleza. Prácticamente, eran los lazos de sangre lo único cierto a lo que podían recurrir para sentirse seguros, comprendidos y en paz. En ese entonces ni siquiera existían en los territorios escandinavos grandes reyes que fueran capaces de mantener la paz en el territorio, sino que proliferaban los pequeños señores que, en ocasiones, se hacían llamar reyes, aunque gobernaran sobre unos pocos centenares de súbditos. De esta manera, no se podía esperar la protección de un estado fuerte y centralizado, por lo que quienes vivían en los fiordos, donde el clima les otorgaba un ligero respiro, únicamente podían recurrir para sobrevivir al duro invierno, a una mala cosecha, o a un ataque, a quienes tenían a su lado, principalmente parientes, pero también amigos, por lo que el sentimiento de pertenencia al grupo era enorme. Las mujeres de "Lordemano" tienen un papel quizá menor, pero influyente, y en el mundo vikingo, sus maridos e hijos las escuchan. No son solo cocineras o el descanso del guerrero, sino personalidades fuertes e interesantes: ¿cómo se documentó sobre ese aspecto, que es casi desconocido, pero aporta una faceta muy positiva a la novela? Disfruté muchísimo trabajando con los personajes femeninos que pueblan las páginas de las aventuras de Hrolf. Personajes duros, de su tiempo; pues de eso se trataba, de alejar en la medida de lo posible cualquier presentismo de lo que podían sentir esas mujeres para hacerlas creíbles, pero conseguir a la vez que el lector fuera capaz de empatizar con ellas. Ya hemos dicho que todo lo que los cronistas reflejaron en aquella época sobre los vikingos se lo debemos a quienes fueron sus enemigos, principalmente sajones, francos, asturianos y andalusíes, y, por tanto, el papel de la mujer nórdica no quedó reflejado en ninguno de ellos, ya que apenas llegaron a sus costas. Sin embargo, por fortuna, tenemos estudios modernos muy interesante al respecto, como los de un arqueólogo inglés, Neil Price, que pasa por ser uno de los investigadores sobre el mundo nórdico más reputado de la actualidad. Su obra, Vikingos, publicada en español por Ático de los Libros es, probablemente, una de las mejores que puedan consultarse a día de hoy, y en ella no solo se refleja muy bien la sociedad nórdica de la era vikinga, sino también el papel de la mujer en la misma.
"Lordemano" lo tiene todo: batallas, escenas de amor, momentos humorísticos e íntimos, dilemas interiores extremos, y una exaltación radical en la lucha y en su fe (cristiana o pagana): en esta novela, ¿qué escenas le resultaban más fáciles o naturales para describirlas: las más íntimas y delicadas, o las más grandiosas y excesivas, y por qué? Hasta que escribí esta novela, puedo decir que mis favoritas eran las escenas bélicas; me encanta narrar las grandes batallas cargadas de épica, así como la antesala de estas, en las que los personajes se enfrentan muchas veces a momentos de duda y tensión antes de hacerlo a un destino que les puede resultar fatal. En Lordemano, en cambio, además de con estas he disfrutado muchísimo en la creación de las escenas más íntimas. No solo de amor, que también las hay, sino también otras cargadas de emotividad, de sentimientos, de dudas y de anhelos. Creo que, en parte, Lordemano me ha permitido equilibrar mi forma de escribir. "Lordemano" encierra muchas moralejas: el amor eterno es el más frágil, ningún botín compensa la pérdida de la familia, la sangre del enemigo no puede reparar el daño causado por una traición, ni lavar la honra de nadie, existen enemigos a muerte que pueden llegar a ser más compasivos que tu propio hermano... pero ¿qué es lo que usted ha aprendido al escribir esta novela? Toda la novela ha sido un aprendizaje para mí, desde lo evidente en el estudio de la sociedad nórdica que refleja, hasta el trabajo más fino con los personajes femeninos y la construcción emocional del propio Hrolf. Recientemente ganó el premio “Los Cerros de Úbeda” con su anterior novela “El nombre de Dios”. ¿Qué le supone que le reconozcan su labor como novelista? Siempre es una alegría: una enorme alegría, y una motivación extra para continuar haciendo lo que tanto me gusta. Además, que haya recaído en El nombre de Dios me ha hecho una especial ilusión, pues este reconocimiento sirve para equipararla, en mi fuero interno, a lo obtenido por mi querido Attax y su aventura en Las Cenizas de Hispania, que tantísimas alegrías me ha dado. ¿Cómo se siente cuando visita Úbeda y su certamen de novela histórica? Visitar Úbeda siempre es muy especial para mí. Desde que comenzó el certamen, cuando era un ávido lector de novela histórica pero todavía no había comenzado mi aventura como escritor, ya me parecía un evento fantástico, indispensable para quienes amamos este género. Pero es que además Úbeda es para mí una suerte de hogar, mi casa literaria. Fueron los primeros en darme la oportunidad de asistir a un evento literario, cuando en el año 2019 se publicaron mis primeras novelas, y la experiencia superó todas mis expectativas, pese a que ya eran elevadas de por sí. Me gusta señalar que además del certamen en sí, que siempre presenta un programa espectacular, con actividades de recreación y fantásticas presentaciones, hay algo quizá menos evidente pero igualmente positivo, que es el ambiente inigualable que se respira durante los días que dura el evento. La complicidad que se crea entre compañeros de letras (algunos a los que nunca has visto hasta ese momento), periodistas, blogueros, organizadores y público en general es, simplemente, mágica. ¿Por dónde nos llevará con su nueva novela? ¿Seguirá por Hispania o continuará con los vikingos? De momento voy a continuar con la España altomedieval; hay tantísimos temas que me apasionan de ella, que una nueva novela de vikingos tendrá que esperar. Puedes comprar el libro en:
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