Los estudios literarios son una fuente privilegiada de información respecto del discurso y su comprensión, máxime cuando el responsable de tales estudios no solo ejerce de lector univoco y atento, sino que, desde sí, elabora sus propias sugerencias de lectura. Y este es el afortunado caso del libro que nos ocupa, no en vano Valery ha sido un eximio representante de la interpretación del discurso literario, ya fuere por la inteligencia penetrante en lo narrado, como por su propia condición de autor: un sugeridor-observador exquisito (A este respecto recuerdo la frase que se atribuye como observador: “Hay fachadas que sonríen, otras que lloran, otras de estirpe más bien taciturna…) El libro se ocupa sobre todo de escritores no solo coetáneos suyos, sino también franceses (en varias ocasiones cuando se trata del enigmático Mallarmé), pero también de Goethe, Adonis o al belga Verhaeren. Proust, por sí mismo, es discurso literario en sí, por lo que lo dejamos en compañía del lector, sin alusiones aquí, para su disfrute. O bien, si acaso, para que no parezca desaire, leer de él (en Valery): “Proust no ha captado la ‘vida’ por la acción misma; ha llegado a ella, la ha imitado de alguna suerte, mediante la superabundancia de las conexiones que la menor de las imágenes encontraba tan fácilmente en la propia sustancia del autor” Sea. Y concluye: “Daba raíces infinitas a todos los gérmenes de análisis que las circunstancias de su vida habían inseminado en su existencia”. Sea de nuevo. Podría decirse que el discurso de Valery, siempre tan cuidado y alusivo de un modo seriamente crítico (crítica como conocimiento, como voluntad de descubrir y exponer) y a la vez afectivo. Su figura ha gozado con razón, y goza aún, de un predicamento próximo a lo doctoral por su belleza de lenguaje y por una cierta solemnidad que otorga distinción a cuanto expone. Son expresivos, por ejemplo, algunos pasajes en su ‘Recuerdo de J.K. Huysmans’ donde dice: “Le veo con tanta claridad que podría modelar su cráneo, enorme y esférico, cubierto de un pelo hirsuto, casi al rape, y plateado (...) Me parece estar oyéndole: ¡Vaya una estupidez!... Liaba con sus manos delicadas, casi femeninas, unos cigarrillos que aspiraba intensamente haciéndolos arder vivamente (…) Brillaban en él los reflejos de una erudición consagrada a lo extraño. Reunía todas las supersticiones combinadas de los escritores de su época y de su grupo, las de los funcionarios de la administración, las de los pequeños burgueses y las muy atrevidas, medio heréticas, medio enloquecidas de los devotos. Se burlaba de ellas y las adoptaba”. Dirá el lector, acaso, que tal descripción no tiene mucho de teoría literaria, no obstante a mí me recuerda que el verdadero escritor, aunque exhiba un halo exterior más o menos llamativo, está (el secreto de su decir y pensar está) en lo inmediato como vinculo, en lo aparentemente anecdótico pero que ayuda a ordenar su percepción de las cosas y de los otros… El autor es literatura en la manera no tanto en lo que cuenta sino en lo que piensa, y ese germen de literatura radica muchas veces en la cocina del autor: en sus manías, en su mirar y juzgar distintos, en su extraña melancolía de ser y a la vez la carencia de ser de otra forma… Valery, como poeta, se aproxima con frecuencia a los poetas por razón de afinidad estética, y así, cuando habla de Mallarmé nos transmite la ‘enseñanza’ poética que él percibe: “se dedicó a los epítetos, a los contrastes de detalle, a los efectos fácilmente separables” así como a un modelo original de individualidad. “Sin duda alguna, Mallarmé intenta conservar tales bellezas de la materia literaria, sin dejar, por ello, de alzar su arte hacia la construcción. Cuanto más progresa en sus reflexiones, más se acusan, en todo lo que produce, la presencia y el delicado designio del pensamiento abstracto” Semeja como un decir alusivo y descriptivo a la vez, donde acaso no esté la figura física del aludido, pero sí su interior creativo, distinguido. Y siempre bajo el marchamo de su delicada prosa limpia y clara. De Adonis le escuchamos decir, cuando alude a ‘un poema de seiscientos versos’ (la poesía del libanés, en tantas ocasiones, es prolongada y fecunda como un río): “Un encadenamiento de gracia tan prolongado; el vencimiento de tantas dificultades; tantas complacencias captadas para la continuidad de una trama inviolable, en la que se yuxtaponen, se encajan, son forzadas a fundirse, para dar finalmente la ilusión de un tapiz visto y variado” Aquí el uso del punto y coma parece solicitar del lector un reparar más reflexivo y pausado en la poesía del poeta árabe, tan íntimo y a la vez lleno, necesitado de paisajes. Un libro, en fin, éste, que nos anuda al gusto de la lectura, que favorece tanto nuestro sentido de la estética como nuestra propia libertad individual si bien, en su caso, dotada de esa rara valentía lectora: “Por lo que a mí respecta, debo confesar que si un libro no me ofrece alguna resistencia prácticamente no me entero de nada” Toda una labor interesada. Puedes comprar el libro en:
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