Esta década de estrellas fulgurantes producía películas que hacían muchísimo dinero, pero dejaban tras de sí un rastro de “juguetes rotos” a los que al final productores y directores como Tinto Brass o Alberto Lattuada dejaban de dar cuerda, según Jaime Vicente Echagüe: “jugaban con la fantasía de la niña mala, si bien habría que revisar esa idea de superioridad moral del público de entonces sobre productores y directores”, ha añadido.
A propósito del erotismo, otro de los rasgos del cine de la década, Martín Llade ha señalado cómo lo implícito de aquellos años se presta más a la “lectura interpretativa” que lo mostrativo de la pornografía: “lo explícito tiene un recorrido muy corto y en aquellos años era muy corriente recurrir al porno blando y en el cine español al destape”, ha recordado el presentador de RNE, para el que esos directores llegaron a reinventar el género hacia otros subgéneros, como el erótico-político, tal es el caso del húngaro Miklós Jancsó y la película Vicios privados, públicas virtudes (1976), sobre los últimos días del heredero del trono austrohúngaro Rodolfo de Habsburgo, y que a pesar de ser censurada dos veces concursó en el Festival de Cannes. “Si tengo que pensar en dos escenas de erotismo, me vienen a la memoria escenas de Gilda (1946) o de Retrato de una dama (1996)”, ha recordado Llade para valorar la elegancia de lo insinuado frente a lo demasiado mostrativo.
Ambos escritores también han abordado la cuestión ética con respecto a las edades de aquellos intérpretes y el tono de las tramas, así como la demanda del público de las salas de la época. “El momento en que la Lolita de Kubrick creció, dejó de interesar al público”, ha asegurado Jaime Vicente Echagüe en relación a la actriz Sue Lyon, ya que l final se trata de una cuestión de las leyes de mercado, la oferta y la demanda, “y que determinadas estrellas como puede ser el caso de Leonardo DiCaprio, que fue en sus inicios una estrella infantil, sí puedan convertirse en los actores mejores pagados del mundo, pero son excepciones y se tienen que dar una serie de circunstancias y coincidencias casi cósmicas”, ha remarcado. También ha recordado al sueco Björn Andrésen, el adolescente Tadzio de Muerte en Venecia (1971), de Luchino Visconti, que se co9nvirtió en el gran icono homosexual de la década y que conoció una segunda vida en Japón grabando anuncios para la televisión nipona.
Cintas para el gran público como Novecento (1976), de Bernardo Bertolucci; Más allá del bien y del mal (1977), de Liliana Cavani, o De la vida de las marionetas (1980), de Ingmar Bergman, incluyeron en su metraje escenas de sexo explícito que se integraban como algo normal, ha señalado Martín Llade, una serie de cintas a las que Jaime Vicente Echagüe ha añadido El exorcista (1973), donde incluso hubo censuras en la traducción del guion al llegar a la distribución española, “con escenas impensables que ahora mismo ofenderían a millones de personas”. La manera de afrontar el cine de los actores más jóvenes les creaba inseguridades, como el caso de Teresa Ann Savoy, a la que Martín Llade ha recordado como “una persona insegura y tímida que se enamoró de un fotógrafo jipi que la dejó en la ruina: esta situación la llevó a una anorexia aguda de 1977 a 1980, cuando no se sabía nada de esta enfermedad, que tuvo que ver con la cosificación a la que se vio sometida, ya que llegaba a salir a la calle con sombreros de ala ancha y gafas de sol para no ser reconocida”.
Esta vida corta de las actrices, como Linda Fiorentino, ya en la década de 1990, para Jaime Vicente Echagüe tiene mucho que ver con los arquetipos, si bien estas estrellas han encontrado una segunda vida en la televisión, como es el caso de Nicole Kidman. También el periodista ha traído a colación las nuevas formas de erotismo, como en la escena más erótica de La crónica francesa (2021), de Wes Anderson, con Léa Seydoux, una película que muestra por dónde van los cánones éticos de la nueva moralidad.
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