Las tierras de las Américas se poblaron de seres humanos hace unos 130.000 años a. C. “El autor revela que, desde el valle del Misisipi hasta la selva amazónica, las culturas antiguas del ‘Nuevo Mundo’ comparten un legado de conocimiento científico avanzado y creencias espirituales sofisticadas con culturas supuestamente desconectadas del ‘Viejo Mundo’”. La civilización nace, obviamente, entre los ríos Tigris y Éufrates, la Mesopotamia de hace unos seis mil años. Fueron diversas ciudades-estado, y el global de aquel conglomerado urbano fueron los sumerios; a continuación llegarían los acadios, babilonios, asirios, elamitas, egipcios, hititas, persas, griegos y romanos, etc. Siempre se manifestó que los humanos del Nuevo Mundo serían cazadores-recolectores-nómadas. “Esta hipótesis es totalmente errónea y, a finales de la segunda década del siglo XXI, los académicos están de acuerdo no solo en que se tiene que desechar, sino que es precisa una nueva explicación totalmente distinta de la prehistoria en el continente americano. Estos cambios en el ámbito científico no suelen ocurrir sin buenos motivos y, en este caso, la razón es muy simple, y es que hay muchas pruebas que han salido a la luz y que contradicen completamente el paradigma previo”. La arqueología ha indicado, de forma rigurosamente ortodoxa, que América fue la última tierra habitada. Aunque las nuevas tecnologías han indicado nuevas pruebas relativas a secuencias de ADN antiguo. Se empieza a colegir que los humanos pudieron estar en el continente americano, hacia unos cien mil años antes de lo que se creía hasta ahora. Las Américas estaban separadas del continente europeo de forma física, genética y culturalmente, en un espacio de tiempo de alrededor de doce mil años. En un momento prehistórico determinado el nivel del mar se elevó, y entonces las heladas tierras de Siberia se separaron de las de Alaska. Cuando se inicia el período denominado como Dryas Reciente se produjeron sucesos muy perturbadores, horribles y confusos, y la mejor explicación se refiere a que el planeta Tierra sufrió varias interacciones con los restos de un cometa gigante, que se estaba desintegrando de las Táurides. Se ha fijado, inclusive, cuando se alcanzó el punto álgido o culminante, que fue alrededor de hace unos doce mil ochocientos veintidós años, y finalizado hacia doce mil ochocientos quince años. La devastación duró unos veintiún años. “Los indicios arqueológicos de esta época son escasos en América del Norte, pero los hay que sugieren que las poblaciones extensamente esparcidas de nativos americanos cazadores recolectores fueron tratados con dureza por el inicio del Dryas Reciente. Ante los indicios de un colapso repentino de la población, muchas áreas previamente habitadas fueron abandonadas por completo, durante cientos de años. Los clovis dejaron de existir, toda una cultura ampliamente extendida fue arrasada, pero otros seres humanos sobrevivieron y se recuperaron, algo para lo que nuestra especie tiene talento”. Aunque Al Goodyear y Topper confirmaron la existencia de un ‘posible crisis demográfica’, pero no ‘una exterminación posclovis’; ya que para ellos: ‘¡los cazadores recolectores son difíciles de exterminar!’. Se colige, claramente, que si pensamos en una hipótesis sobre la producción de un cataclismo similar al que conllevó el realizado por los impactos del Drias Reciente; serían los cazadores-recolectores del desierto del Kalahari o los homónimos de la selva del río Amazonas, los que tendrían muchas más posibilidades de sobrevivir, y sus descendientes seguirían construyendo la historia de la humanidad. El autor realiza una introspección muy elaborada y culta, indicando que hace 12.800 años los humanos cazadores-recolectores serían mayoría representativa, mientras una minoría no representativa de los humanos globales habrían escogido un camino socialmente más complicado. “Los cazadores recolectores forman poblaciones que los arqueólogos pueden reconocer, y sus herramientas de piedra, armas y ornamentos indican una tecnología efectiva, pero bastante rudimentaria. La minoría que habría tomado un camino distinto no se reconoce y pienso que esto es, principalmente, porque la destrucción de su civilización fue prácticamente total, y porque las pocas pistas de su tecnología que nos han llegado a través de los tiempos indican un nivel científico que está muy por encima de lo que los académicos consideran que habría sido posible en ese remoto periodo de la prehistoria”. En el año 2010, William Napier realizó un estudio, pormenorizado, en relación con que un cometa, con toda probabilidad, de unos cien kilómetros de diámetro, fue el culpable de todos los cambios analizados. Según indica el profesor Napier, el cometa se introdujo en el Sistema Solar hace entre 30.000 y 20.000 años; la hipótesis conlleva que la intersección produjo una serie de intersecciones que provenían de las Táuridas. “Mi hipótesis es que el golpe que recibió la humanidad en aquel momento borró una civilización notable de la memoria histórica y que hemos estado sumidos en la amnesia desde entonces. Paralelamente, no se está atendiendo, a pesar de las advertencias cada vez más apremiantes de un grupo de astrónomos, al hecho de que ‘muchos de los fragmentos del cometa original siguen en la órbita, en las Táuridas’, con algunos trozos de un tamaño suficiente como para terminar con la civilización de nuevo. La conclusión de Napier es que esta ‘unidad compleja de restos’ representa ‘el mayor peligro de colisión al que se enfrenta la Tierra hoy en día’”. Considero que esta aproximación, a este magnífico libro, puede ser suficiente para indicar lo intenso y riguroso de su escritura. El autor de la obra, Graham Hancock, realiza una llamada de atención, pero en forma interrogativa, a que debemos aceptar que a lo mejor ha llegado la hora de un cambio de comportamiento. Para ello cita un ejemplo paradigmático, y que es relativo a la reunión y manifestación realizada, muy duramente, por los indios lakota o sioux, en julio de 2016, en Oceti Sakowin, en la ribera del río Misuri, para detener la colocación de un oleoducto a ochocientos metros de su reserva de Standing Rock. Recomendación absoluta de este libro estupendo, que debería ser una reflexión definitiva para el comportamiento de los seres humanos con nuestro planeta Tierra. ¡Magnífica obra! «Homo sunt, humani nihil a me alienum puto». Puedes comprar el libro en:
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