¿Un llamado para el enfermo? No, un llamado para el hombre, siempre necesitado del bien de la comunicación. Un reclamo permanente de nuestra racionalidad nos enseña que “en todas las estaciones, todos los días y a todas horas nos encontramos con circunstancias en las que debemos dar una respuesta a algo, a una palabra o a una sonrisa, a una expectativa o a una mirada, a un deseo, a una esperanza (…) y aún a sabiendas de que no hay conciencia sin sufrimiento; pero cuando somos conscientes estamos mejor dispuestos para responder a la demanda de palabras que dan sentido y aportan curación porque salen del alma”.
El autor, en un momento dado, acude a la ayuda de Schopenhauer, maestro del rigor, del valor del sacrificio como comprensión, quien considera también el pasado como un aspecto de la sabiduría de la vida`’. Es él, así, quien se expresa del siguiente modo: “Tal es la cartilla que la experiencia le lee a cada sujeto. La experiencia se puede concebir asimismo como un texto cuyos comentarios son la reflexión y los conocimientos” Entiéndase, un remedo de aquel ‘conócete a ti mismo’ que nos legaron los maestros griegos como enseñanza, y, hasta ahora, todas sus invitaciones a pensar han sido provechosas; de ello deriva lo que pomposamente entendemos todavía como los fundamentos de la cultura occidental.
Hagamos, con todo, un tributo de reconocimiento acerca del provecho por lo aprendido, y ahora en palabras de nuestro autor: “Lo expresable y lo inexpresable, lo visible y lo invisible se entrelazan en la vida; por eso importa mucho salir en su busca, siguiendo la frágil huella de las razones del corazón, sin dejarse llevar únicamente por los conocimientos racionales, que no bastan (volvemos a Leopardi y a Rilke) para captar las imágenes evanescentes y secretas que surgen continuamente de la interioridad y que son la fuente última de la sabiduría”.
Consciencia, pensamiento, afecto: eso es.
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