El autor es médico especialista en cardiología, pero siempre ha estado muy interesado por la literatura y la historia. No será difícil imaginárselo en los tiempos muertos de sus guardias, leyendo libros de historia o escribiendo esas historias que a él mismo se le ocurren. En el pasado certamen de novela histórica de Úbeda coincidimos y pudimos compartir charlas muy interesantes con él, tanto en el plano literario como en el personal. Este joven autor tiene un gran futuro por delante. Lean la entrevista y podrán darse cuenta de lo mucho que tiene que contar Álvaro Lozano en un futuro más próximo que lejano. La historia de la emperatriz bizantina más destacada, Teodora, parece haber eclipsado a las demás: ¿cómo reparó en Irene de Atenas, prácticamente desconocida? Me crucé con ella por casualidad mientras leía sobre esa época especialmente convulsa del Imperio romano de Oriente. Su historia, aunque lo que sabemos de ella es relativamente poco, es increíble, desde su origen humilde a sus años en el poder y, por supuesto, la relación con su hijo y ese final tan cruel. Ya en su momento me pareció un personaje excelente para una novela, pero hasta que no tomé la decisión de escribir en serio, no volví realmente sobre ella. ¿Qué le atrajo especialmente de ella – mujer y extranjera – para dedicarle su primera novela, en vez de ir a lo seguro o más fácil como muchos autores, que se decantan por temas hispanos? Cuando comencé a escribir, desconocía por completo que los temas bizantinos tienen mala fama editorial en España, en el sentido de que no interesan demasiado al público. Ese desconocimiento fue lo que hizo que me inclinara por escribir sobre ese periodo, porque eso lo tuve claro desde el principio: quería escribir una novela sobre Bizancio, y rápidamente Irene me pareció la elección más obvia, en parte por su historia, pero también porque era un tema poco o nada tratado hasta entonces. Al final siempre se habla de lo mismo en lo que se refiere a Bizancio: Justiniano y Teodora, Alejo Comneno, la Cuarta Cruzada y la caída de la ciudad a manos de los turcos en 1453. Quería hacer algo distinto, y para eso Irene me pareció perfecta. Su novela trata temas como el fanatismo y la intolerancia que mata por un mero matiz de credo: ¿es un tema que ha conservado o recuperado actualidad hoy día? Creo que es un tema que nunca ha dejado de ser actual. Los fanatismos se disfrazan con ideologías políticas, dogmas religiosos o delirantes teorías raciales, pero al final consisten siempre en lo mismo: la necesidad de identificar al otro como diferente, como el enemigo, culparlo de todos los males y, en la medida de lo posible, acabar con él. Me temo que mientras exista la humanidad, el fanatismo y la intolerancia seguirán existiendo, aunque vaya mutando en su forma de manifestarse. ¿Qué lecciones se pueden extraer de las luchas intestinas y religiosas bizantinas? Si seguimos la historia bizantina, nos queda claro que la división vuelve a los estados más débiles y los coloca al borde del precipicio. Y esa es una lección que todavía no hemos aprendido. “Irene de Atenas” es una novela 100% descriptiva, unas memorias centradas en la narración y la reflexión, pero sin ningún renglón de diálogo. ¿Por qué? ¿Fue una decisión consciente? Fue una decisión consciente que tomé por convicción y, por qué no decirlo, por comodidad. Cuando leo novela histótica, los diálogos suelen ser, en mi opinión, el punto más débil, porque si ya es difícil recrear una época, me parece un ejercicio difilísimo reconstruir la forma de hablar de la gente que vivió en ese tiempo. Es una trampa perfecta para caer en el presentismo del que tanto se habla. Se podría decir lo mismo con respecto a lo que un personaje piensa o siente, pero lo veo de un modo diferente en tanto que los pensamientos y los sentimientos son algo más nebulosos, más difusos, y eso te permite una mayor libertad. Concretarlos en palabras me resulta en cierto modo traicionero, un truco. Pero no solo me ocurre con la novela histórica. Y eso me lleva a la segunda parte: no me resulta cómodo escribir diálogos porque tengo un cierto pudor a la hora de colocar unas palabras que probablemente no dijeron, o no dirían, esos personajes y creo que se puede hacer, porque de hecho se hace, muy buena literatura prescindiendo de los diálogos. Esto es una opinión y una cuestión de gustos, pero me atrevería a decir que los encuentro muchas veces aburridos y superficiales, y creo que los personajes hablan mejor cuando lo hacen de otra manera diferente a la dialogada. A menos que seas un gran escritor de diálogos, que hay pocos, y yo reconozco que no lo soy. ¿Cómo y por qué se adentró en la era bizantina, una de las más complejas y difíciles de transmitir a un lector moderno? De eso tengo que echarle la culpa a mi afición por las causas perdidas. Siempre he sido un gran amante de la Historia, y mi curiosidad me ha llevado a interesarme por periodos o lugares de los que apenas te cuentan nada. Además, hay una pregunta recurrente que todos nos hemos planteado en algún momento: ¿qué habría pasado si no hubiera caído el Imperio Romano en el 476? Pues un buen día descubres que no tienes que imaginártelo, porque sobrevivió casi mil años más, y ahí está con toda su historia fascinante, sin que reparemos en ella.
"Lo más difícil fue meterse en la piel de una mujer y, sobre todo, de una madre. El tema de la maternidad me queda muy lejano"¿Cuál fue el principal desafío a la hora de escribir esta novela? Lo más difícil fue meterse en la piel de una mujer y, sobre todo, de una madre. El tema de la maternidad me queda muy lejano, y en todo lo referente a la relación de Irene con su hijo tuve que hacer un esfuerzo tremendo para entenderla. Y debo decir que, al menos en parte, creo que lo he conseguido, porque cuando he comentado la novela con algunas personas que la habían leído, hay una clara diferencia entre hombres y mujeres con respecto a lo que opinan de Irene: los hombres suelen verla como una loca, una arribista inteligente pero cruel, mientras que las mujeres empatizan mucho más con ella, la entienden mejor, hasta se sienten identificadas en algunos aspectos, y eso me hace pensar que he tenido éxito a la hora de recrear ese aspecto que a priori me parecía más complicado. En “Irene de Atenas” hay momentos determinantes en la vida de la emperatriz (algunas de amor, otras de venganza muy violenta), y pasas por todas ellas de puntillas, sin entrar en detalles ni en el impacto físico o emocional en Irene: ¿por concisión, porque para ti las escenas de sexo o de violencia no tienen ninguna importancia, por pudor frente a los lectores? Por coherencia con las historia y con el propio personaje. En la novela hay momentos desagradables, como el episodio de la mano del general, o el propio final de Constantino, pero si hay otros que han sido obviados, es porque no eran necesarios para la historia. Recordemos que es Irene quien la relata en primera persona a un monje, que luego será santo nada menos, y lo lógico es pesar que pasará por alto o ocultará algunas cosas. Sucede lo mismo con el tema del sexo, y de hecho se dice explícitamente en un momento dado: no le va a contar sus episodios sexuales a un hombre de Dios. Además, uno de los rasgos de Irene, que podemos ver en varios momentos de la novela, es su aversión por el contacto humano. Puede que el sexo sea un buen reclamo para un libro, pero, tal y como se plantea la historia y el personaje, no tenía cabida en esta novela. “Irene de Atenas” es autoconclusiva, pero varios de sus personajes darían para una saga: ¿habrá continuación, o novelas derivadas de esta? No directamente, pero tengo un par de ideas para novelas ambientadas en Bizancio que espero llevar a cabo en algún momento. Lo que ocurre es que estructuralmente son más complejas y creo que antes tengo que curtirme más como escritor para poder convertir estas ideas en las novelas que me gustaría presentar algún día a los lectores. Las emperatrices bizantinas son terreno casi desconocido en la literatura española, pero este año hay al menos otras dos novelas sobre ese tema: ¿a qué cree que se debe ese interés repentino? Honestamente, creo que ha sido una casualidad, aunque ojalá me equivoque y estemos viendo el comienzo de un interés del público por Bizancio. ¿Cuáles han sido sus referentes literarios para escribir novela histórica? (Autores u obras españolas o extranjeras que hayan influido en usted.) No sorprenderé a nadie si digo que el principal referente de esta novela es Memorias de Adriano, en especial en el modo en que está contada la historia. Es evidente que la voz de Adriano no es la de Irene, nunca podría serlo y, además, estaría loco si tratara de emular a Yourcenar, pero sí que comparte el mismo punto de partida y la perspectiva desde la que el personaje narra su vida. ¿Qué fue lo primero que le interesó: el personaje de Irene (que domina toda la novela), la época, el lugar, o la trama llena de intrigas religiosas y políticas? Primero fue la época y el lugar. Llevo años un poco obsesionado con el Imperio romano de Oriente. Luego vino la necesidad de escribir sobre él, y por último Irene. ¿Cómo se documentó para escribirla, en los escenarios mismos de la novela? Estuve hace años en Constantinopla, porque aunque ahora se llame Estabul, era a buscar Constantinopla adonde yo iba. No es mucho lo que queda, por desgracia, (aquí podríamos volver a hablar del fanatismo cuando pensamos en la reconversión de Santa Sofía o San Salvador en Chora en mezquitas, cuando llevaban décadas siendo museos desprovistos de toda connotación religiosa, o litúrgica si se quiere), pero esos recuerdos me han acompañado en la escritura de la novela. Por supuesto, además de ensayo, he leído a los autores del periodo, en especial al propio Teófanes, que con su forma esquemática de relatar los acontecimientos de su época me ha servido como hilo conductor, o más bien como anclaje sobre el que ido construyendo a Irene. ¿Qué proyecto literario ha emprendido después de publicar “Irene de Atenas”? Ahora estoy escribiendo otra novela histórica que transcurre en el siglo XIV, que es un siglo muy interesante en el que ocurren muchas cosas, no solo la Peste Negra o el inicio de la Guerra de los Cien años; es un siglo de transición, y eso me interesa especialmente. Y hasta ahí puedo contar.
¿Qué opina del panorama de la novela histórica en España hoy día; qué le parece destacable, y qué es lo que le parece que quizá sobre? Aquí tengo que empezar diciendo que no soy un gran lector de novela histórica. Lo he sido, y sigo leyendo, pero aunque he escrito una, no es el género predominante en mis lecturas, así que no sé si estoy en la mejor situación para poder responder a esa pregunta. Se escriben novelas históricas muy buenas en nuestro país, pero la impresión que tengo es que hay cosas que se están haciendo en el extranjero (pienso en O´Farrell y su maravilloso Hamnet o en Vuillard) , cosas que además no me avergüenza decir que he descubierto hace realtivamente poco, que son interesantísimas y que no han penetrado tanto en nuestro país, que parece un poco más encorsetado en un prototipo de novela más convencional. Echo en falta más audacia a la hora de contar la Historia, y tal vez en los temas, aunque en ese sentido sí creo que los autores españoles están explorando nuevos territorios, como la estupenda Resurrecta de Vic Echegoyen. En cuanto a lo que sobra, y esto es una opinión personalísima, a veces me da la sensación de que hay un exceso de detalles y de páginas. Todos tenemos la tentación, cuando estamos escribiendo, de hacer una exhibición de cada una de las cosas que hemos aprendido durante el proceso de documentación, y eso, a veces, puede lastrar una novela. Y esto enlaza directamente con el tema de las páginas. Es algo que me han preguntado mucho en las diferentes presentaciones y entrevistas que he hecho desde que se publicó Irene de Atenas: ¿por qué has escrito una novela histórica tan corta? A mí no me parece corta, ni larga, ni creo que sea una virtud en sí misma que una novela histórica sea voluminosa. Cada historia necesita su espacio para ser contada, pero muchas veces tengo la impresión de que hay una tendencia a aumentar la extensión de este tipo de obras. Basta pensar, por ejemplo, en Salammbô, que depende de la edición que uno tenga, pero no sobrepasa con notas y todo, las trescientas o cuatrocientas páginas, y es una novela histórica que en principio tiene una estrucuta convencional, pero es completísima, llena de detalles, con una recreación extraordinaria de la época, y no necesita más páginas. A lo mejor es que yo creo en exceso en la virtud de la concreción. En cualquier caso, insisto en que no soy precisamente el lector más ávido de novela histórica del mundo y que por tanto es posible que tan solo esté describiendo el tipo de novela histórica que a mí me gustaría leer en España. El pasado otoño participó en el Certamen de Novela Histórica de Úbeda. ¿Qué cosas fueron la que le atrajeron más? Cuando fui al certamen, Irene de Atenas apenas llevaba tres semanas en las librerías. Para mí fue una experiencia increíble. Yo vengo de un mundo, el de la Medicina, que no tiene nada que ver con la literatura ni con la historia, y la verdad es que cuando llegué tenía un poco el dichoso síndrome del impostor. Pero no me duró mucho. Puede conocer a otros compañeros escritores, a periodistas y lectores apasionados, y aprendí mucho de todo lo que experimenté allí, no solo de las presentaciones, que también, sino de las conversaciones, los consejos y las experiencias de cada uno de ellos. Casi le estoy más agradecido a la organización por haberme dado la oportunidad de conocer a toda esa gente que por el mero hecho de haber podido presentar la novela allí. ¿Volverá a repetir la experiencia? Si me vuelven a invitar, desde luego que iría encantado. Y para eso, no hay mejor forma que acudir con una nueva novela bajo el brazo, así que ahora toca seguir escribiendo. Puedes comprar el libro en:
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