En Por si las voces vuelven, publicado por Planeta y todo un éxito de ventas, Ángel Martín, el mítico humorista que creo que muchos conocimos a raíz de Sé lo que hicisteis (tengo que reconocer que por aquella época yo tendría como 15 años, me encantaba el programa e incluso tenía una foto de Ángel Martín como fondo de pantalla de mi teléfono) cuenta una experiencia que seguro que la gran mayoría de sus seguidores, por no decir todos, desconocía: su internamiento en la locura. Porque Ángel Martín estuvo loco y no lo sabía. Y aquí lo cuenta todo: desde cómo empezaron esos pensamientos, su evolución, cómo gente de su entorno empezó a avisarle de lo que ellos veían y creían (y él no) que le estaba pasando, cómo llegó el día en que acabó yendo al hospital, cómo tuvieron que hacer que se quedara allí, cómo acabó atado a una cama y sedado, cómo fue todo a partir de ese momento.
Hablaba de lo importante que es contar la cosas (nunca he entendido la gente que de repente se cierra, se calla, no te dice lo que debería y quieren decirte... pero con este libro ahora lo entiendo todo un poco más), y también hay que remarcar el papel de la gente de tu entorno. Habla Ángel Martín en el libro de que hay que apartarse de esas personas que minimizan tus problemas, que creen que aquello que sientes, que piensas, que tienes dentro son tonterías tuyas, que no te ayudan y sobre todo que piensan que tú (y mucho menos ellas) no necesitas ayuda. Porque una cosa que queda bastante clara leyendo este Por si las voces vuelven es que todos la necesitamos, que nunca tenemos que tener miedo de pedirla, que siempre habrá alguien cerca que nos eche una mano. Lo importante es tener claro quién y no dejarlo ir. Y digo todo esto mientras de fondo suena ¿Nos ponemos con esto? de Viva Suecia. Quizá sea por eso...
Aquí nos encontramos a alguien que cree que cada cosa que ve es una señal, que un simple ruido, si es agudo o grave, le puede hacer decidirse por una u otra cosa, que cree poder hablar con sus perros, que está convencido de que el mundo es una nave que nos está llevando a otro lugar y que la gente que lo habita, incluso nosotros mismos, somos solo herramientas para ese viaje. Esto es un extremo, quizá ayudado por la experiencia con las drogas, que también cuenta. Pero hay otros niveles, y seguro que muchos de nosotros (de ahí algunos guiños que nos manda Ángel Martín en el libro) nos sentimos interpelados con alguno. Contaré una experiencia personal: no hace mucho conocí a alguien que tenía la manía de pellizcarse constantemente las cutículas, cosa que yo no había visto nunca. Le pregunté por ello y parecía ser algo normal. Y eso quedó ahí. Pero hace unos días, leyendo tranquilamente una novela (qué importantes los libros, como pasa con este, para dar respuesta a nuestras preguntas), me encontré casualmente que la protagonista hacía lo mismo, y allí la narradora contaba un poco el porqué y hablaba del fondo de este «trastorno por excoriación» (así parece que se llama) y fue entonces cuando quizá entendí un poco las posibles causas por las que aquella persona hacía algo a primera vista tan simple pero en realidad tan profundo. La de cosas que no sabemos de cualquiera que podamos tener delante. Y fue ahí que reflexioné, como con otras muchas, sobre las cosas que hacemos pensándolas normales, inocuas, salubres, cuando en realidad no lo son. O sí, porque qué es lo adecuado, qué es lo normal. Y ese es otro valor de este libro: hacerte despertar, cuestionarte, replantearte muchas cosas, aunque a veces sea duro. Y aunque haya mucho humor, que lo hay.
En definitiva, Por si las voces vuelven es un recorrido muy enriquecedor por el periodo de vida de alguien a quien hemos conocido mucho desde fuera pero nunca desde dentro. Es la demostración de que nunca sabemos por qué proceso interno está pasando la persona que tenemos delante. Es la experiencia personal de alguien que ha vivido mucho dentro de sí mismo, hasta niveles extremos, y que ha podido salir de ahí para contárnoslo. Lo dicho, qué importante es contar las cosas, y qué bien que Ángel Martín haya podido hacerlo. Ojalá más gente lo hiciera.
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