Esta obra magnífica se refiere a las epístolas, que estos dos enamorados se escribieron. Pedro Abelardo (Le Pallet, 1079-Chalon-sur-Saòne, 21 de abril de 1142), fue un hombre cultural y moralmente excelso, filósofo, teólogo, poeta y monje francés. Siempre fue un defensor de la teoría del conceptualismo. Fue un defensor a ultranza de que la fe religiosa se debería limitar a ‘principios racionales’. Este nivel, tan elevado de inteligencia, conllevaría que muchas de sus afirmaciones teológicas fuesen consideradas heréticas. En el Medioevo fue calificado como demoníaco, y este calificativo siempre lo considero con orgullo; de hecho así firmaba algunas de sus misivas. Su gran amor, Eloísa (c. 1092-1164), fue una intelectual de la literatura francesa medieval, y primera abadesa del Paraclet. Como esposa de Abelardo, ambos tuvieron un hijo al que llamaron Astrolabio. Fueron dos transgresores de las normas de la época. “Ella, la dulce quinceañera que, seducida por su tutor, se deja llevar por los impulsos de la carne. Él, brillante dialéctico con fama ‘in crescendo’ que, cegado por la pasión, no logra vislumbrar las desventuras que deberá atravesar a causa de tamaña osadía. Dos amantes que han conmovido, escandalizado y conquistado a todo aquel que tuvo noticia de ellos”. En la historia literaria de la humanidad han existido un número importante de amantes, desde Orfeo y Eurídice, de la que el gran compositor Christoph Gluck compuso una extraordinaria ópera; Dido y Eneas, también ópera esencial del Orfeo inglés Henry Purcell; Tristan e Isolda encarnados en la compleja ópera de Richard Wagner; Romeo y Julieta que fueron contemplados como un ballet fuera de serie por Serge Prokofieff; a Paolo y Francesca, de la Divina Comedia de Dante Alghieri, el escultor Auguste Rodin se encargó de divinizarlos en piedra; etc. Pero, por el contrario, Pedro Abelardo y Eloísa fueron absolutamente reales. Coexisten con un siglo esplendoroso en Europa, el siglo XII; no se debe olvidar que 1188 es el año de las Cortes del Reino de León, ‘Cuna del Parlamentarismo’ y Patrimonio de la Humanidad para la Unesco (2012), obra del monarca Alfonso IX de León, creador de la Universidad leonesa de Salamanca. Existen historiadores que definen a este siglo como el del Renacimiento del Medioevo. La cultura a lo largo de la época medieval se había encontrado, más o menos, dentro de los claustros y de los escriptorios de los monasterios y de las abadías. Aunque desde el siglo XI el conocimiento intelectual y cultural se ha instalado ya en las propias ciudades; y dentro de ellas no existen mejores lugares que en sus catedrales. En la Francia de Abelardo y Eloísa existieron numerosos centros de estudio, según fueran las preferencias de los estudiantes y sus motivaciones de aprendizaje. En París estaba la facultad de dialéctica y de retórica. Los teólogos iban a educarse en el conocimiento de la ciencia de Dios Todopoderoso a la urbe de Laon. Los poetas se dirigían, sensu stricto, hasta la Orleans, que en el futuro alumbraría a Santa Juana de Arco. La gran ciudad de Chartres, donde en el futuro existiría su gran catedral de gótico flamígero, era el lugar adecuado para estudiar las disciplinas de las artes del trívium (gramática, dialéctica y retórica) y del quadrivium (aritmética, geometría, astronomía y música). No obstante, en las diferentes escuelas monacales se seguirían estudiando, descifrando, y analizando las Sagradas Escrituras, lo que era muy necesario para poder combatir las teorías heréticas extramuros claustrales. Detrás de todo ello está el gran poder del Sumo Pontífice de Roma y de su curia cardenalicia. El trabajo de los estudiosos medievales ya era muy valorado por el mundo en que se movían. En las ciudades, que crecen y se revalorizan, comienzan a aparecer los gremios de artesanos, carpinteros, herreros y maestros. “El conocimiento, aunque no deja de ser un don divino, pasa a ser, además, una posesión a cuyo usufructo se tiene derecho. Desde esta nueva óptica, se produce una paulatina desacralización del conocimiento, aunque no deja de ser un don divino, pasa a ser, además, una posesión a cuyo usufructo se tiene derecho. Desde esta nueva óptica, se produce una paulatina desacralización del conocimiento y, así como el artesano le transfiere su destreza al aprendiz cobrando por ello, el maestro se la transmitirá a su alumno con los mismos fines”. En todas estas cartas se contienen los primeros pasos de lo que luego será considerado o calificado como el ‘Humanismo’, que llevará el apellido de ‘cristiano’. Un número muy importante de conspicuos y paradigmáticos intelectuales y pensadores dirigieron su mirada, para tratar de conseguir un plus de calidad, hacia escritores y pensadores de la Edad Antigua, tales como Lucio Anneo Séneca, Marco Tulio Cicerón y Publio Virgilio Marón. Uno de los continuadores de Pedro Abelardo será el historiador, discípulo y cronista de Santo Thomas Becket o de Canterbury, también alumno del objeto de nuestro estudio, llamado John de Salisbury. Pedro Abelardo es un hombre con una importante carga de soberbia, conocedor de su propia valía, y del mundo en el que se mueve. No obstante en su Historia calamitatum, una suerte de autobiografía, suele ser bastante autocrítico, aunque es una misiva de consuelo para un amigo; pero no cita para nada a su amigo y a las angustias que está padeciendo. El progenitor de Abelardo, llamado Berengario, se sintió entristecido cuando su primogénito antes de vislumbrar el seguir la carrera de las armas, decidió, motu proprio, dejarles esa responsabilidad militar a sus hermanos menores y echarse ‘en los brazos de Minerva’, que era la diosa de la sabiduría en Roma, como Palas Atenea para los griegos. En el concilio de Sens, por acción de San Bernardo de Clairvaux, sus libros son quemados y él excomulgado. Eloísa es el amor del filósofo. Según Georges Duby, el gran medievalista francés, existen dos Eloísas, al ser una mujer de enorme clarividencia y personalidad: “Quejumbrosa, rebelde y hasta blasfema mujer que mantiene correspondencia con Pedro Abelardo; y la virtuosa y devota abadesa del Paráclito a quien escribe Pedro el Venerable”. Estimo suficiente acercamiento a esta obra magistral, que recomiendo vivamente y sin ambages. ¡Sobresaliente! “Populi romani est propria libertas”. Puedes comprar el libro en:
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