Las tierras de las Españas, y sus reinos conformadores: de León, de Portugal, de Aragón, de Navarra, de Granada y de Castilla; comulgan mal con la tolerancia. Se cualifica de debilidad y de débiles a todos aquellos que aceptan las opiniones disimiles, aunque no las compartan; esto es considerado como una importante flaqueza. El pasado más importante de las Españas se circunscribe, para un medievalista como es un servidor, a la Época Medieval, momento histórico que se define como lo eximio y conspicuo del fenómeno de la “tolerancia” en materia de doctrina religiosa. Aunque el hecho está suavizado y magnificado, en la dirección de un paraíso de felicidad inexistente. Ya que es absurdo y anacrónico utilizar términos de criterios modernos para referirse a la problemática del Medioevo. “Si utilizamos una definición restringida de tolerancia, las cosas son indudablemente así. Pero tampoco podemos perder de vista que se trata de una palabra con una pluralidad de significados. En nuestra época, posee una connotación positiva como sinónimo de respeto hacia las ideas ajenas. Pero cualquier reflexión histórica nos mostrará que el significado de este significante ha evolucionado con el tiempo. Antiguamente, ser tolerante equivalía a permitir lo que no se podía evitar”. El territorio hispano del Medioevo, donde habitaban los andalusíes, musulmanes como mayoría y mozárabes como minoría oprimida, se llamaba Al-Ándalus, y se ha falsamente y míticamente cualificado como de un paraíso de tolerancia cultural y, sobre todo, religiosa. Se le ha considerado como el hecho o momento histórico paradigmático de la tolerancia. Lo curioso y aberrante del error histórico inconmensurable, es que la cuestión es ad contrarium; y que además se agrava cuando se indica que frente a la tolerancia mahometana se produjo una terrible política represiva, en la Granada nazarí, tras la conquista de los Reyes Isabel I de León y de Castilla y Fernando V de León y de Castilla, II de Aragón y I de Navarra, los Reyes Católicos. El éxito de esta visión de tolerancia convivencial tiene en un flojísimo y dogmático historiador español, Américo Castro, a su eximio valedor. Con anterioridad, esta absurda idea ya fue cogida, como casi siempre que se trate de denigrar a la Historia de las Españas, con fervor, por el historiador francés, sobrino de Voltaire, Jean-Pierre Claris de Florian, esto en 1791. En el siglo XIX Reinhart Dozy destacaba que los mozárabes convivían en perfecta armonía con los sarracenos. Como había que globalizar la cuestión islamofílica, asimismo los hebreos estaban en su edad dorada en Al-Ándalus bajo la héjira ismaelita o agarena. Este hecho, producido por la obra de A. Castro en 1948, España en su Historia, conllevó una agria polémica, que casi llega a las manos, con otro historiador pro-cristiano, y plenamente integrado en el dogmatismo del otro lado, es decir Claudio Sánchez-Albornoz. Para el primero: cristianos, judíos y musulmanes eran el crisol de razas del devenir del ser español en el futuro. Su análisis va dando bandazos, ya que lo que pretende es tener la certidumbre de donde se encuentran los males inherentes a la España en la que él vive, y que estima que: “La Inquisición, a su juicio, sería un producto de la obsesión por la limpieza de sangre procedente del ‘elemento judío’”. La absurda izquierda hispana defiende, de forma desvariada, a los mahometanos andalusíes como la esencia casi total de la bondad del buen hacer; la homónima y cursi derecha realiza una apología bondadosa del cristianismo medieval. “De ahí que la idealización de la España musulmana corra pareja a las corrientes progresistas desde la eclosión del liberalismo hispano y conociera un especial auge a partir de la transición democrática. Tomemos, por ejemplo, la obra de María Rosa Menocal. Para esta profesora de la Universidad de Yale, la España del Medievo sería un espacio utópico hecho realidad”. Contra los planteamientos islamofílicos, se han alzado voces, estimo que muy documentadas, como la del profesor Serafín Fanjul, que manifiesta diversos datos incontrovertibles sobre el comportamiento de los agarenos con los arabizados mozárabes. Joseph Pérez indica, con gran inteligencia y ecuanimidad, que el hecho de considerar a las Españas medievales como un dechado de perfección y muy separado del feudalismo europeo, no es más que un mito; aunque el feudalismo en las Españas (España y Portugal) fue casi nulo. Alejandro García Sanjuán, crítico de la idealizada y paradisiaca convivencia, indica paladinamente que las fronteras medievales no eran barreras permanentes e infranqueables. Siendo paradigmas de todo ello el gran Reino de León o Regnum Imperium Legionensis, y el no menos importante Califato Omeya de Córdoba. “Los cristianos y los judíos siempre fueron ciudadanos de segunda, como lo eran en todas partes aquellos que no compartían la religión oficial, pero existieron momentos de mayor permisividad y otros en que se aplicó el rigor”. La llegada de los fanáticos almorávides y, sobre todo, de los almohades conllevó una gran represión; estos últimos fueron los culpables de que se tuviera que exiliar el filósofo hebreo cordobés Maimónides. Su vida estuvo marcada por las consecuencias del fanatismo mahometano patognomónico y característico del Islam. Siempre el tañido de una campana eclesial cristiana, representó un aldabonazo que semeja un insulto para los agarenos. En suma, recomiendo vivamente este libro, que deja la cuestión de la tolerancia en su lugar correcto en la Historia de las Españas. ¡Magnífico! “Pars melior humani generis, totius orbi flos”. Participan en el libro los autores: Rosa Mª Alabrús Iglesias; Joaquím Albareda; James S. Amelang; Ángela Atienza López; José Luis Betrán Moya; Gonzalo Capellán de Miguel; Gregorio Colás Latorre; Trevor J. Dadson; Miquel Escudero; Roberto Fernández; Mzanuel José de Lara Ródenas; Mª Victoria López-Cordón Cortezo; Francisco Martínez Hoyos; Antonio Moliner Prada; Manuel Peña Díaz; Manuel Suárez Cortina; Esther M. Villegas de la Torre. Puedes comprar el libro en:
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