Conozco a Juan Chaves desde hace al menos tres décadas. Es un reconocido experto en la gestión de crisis sanitarias y en metodologías didácticas innovadoras, tanto en el entrenamiento ante emergencias como en cirugía asistida por robot. Durante varios años coordinó el comité científico del Consejo Español de Resucitación Cardiopulmonar y presidió la Sociedad Española de Simulación Clínica y Seguridad del Paciente.
Durante muchos años, décadas decía, hemos trabajado juntos en la planificación, coordinación, gestión y rehabilitación de situaciones extremas en las que se pone en riesgo la vida de las personas, los bienes y el medio ambiente. Con lo que quiero decir, que, nuestra relación va más allá de las amistades convencionales, porque, si algo me ha enseñado la vida, es que a las personas y sobre todo a los líderes, se conocen cuando han de enfrentar situaciones críticas y/o extremas y no en contextos de normalidad social.
De ahí que este poemario haya suscitado en mi fuero interno tanta admiración por un lado y tanto extrañamiento por otro: “Muchos de los ángeles no saben que lo son / y se mueven erguidos y despreocupados / mostrando sin pudor su belleza extrema. / Tal vez, simplemente, se intuyen eternos / o quizá vivan cada instante confiados, / ignorando la posibilidad del deterioro del tiempo. / Contemplarlos entre la ensordecedora multitud / o en sosegados atardeceres de transparencias garanza / aun conforta al civilizado guerrero / de cotidianos combates extenuado. / En las cálidas aguas de Hakone, / cobijados por cedros y la soledad, / el insoportable sentimiento de impotencia / se deslíe al atisbar el encuentro.”
El metódico, disciplinado y eficiente médico Juan Chaves, experto en emergencias sanitarias y metodologías de la formación, que he tenido a mi lado trabajando codo con codo durante tantos días, tenía en su interior otra observancia que desconocía y que, quizás por pudor, porque así de cálido y de sabio es el autor de este poemario, no expresaba: el ser un amante de las artes plásticas y del verbo encadenado: “Teñido de decepción, ante el agua clara de la pila de piedra, / las arterias colapsadas y el alma isquémica que palidece, / en el pabellón de las abluciones, asiendo el cazo de madera, / derramando agua en los pulpejos y enjuagándose la boca, / para desprenderse de todo lo que dificulta la existencia, / y de este intolerable desengaño y de la corrupta maldad, / para echar de sí lo contaminado y regresar a la naturaleza / pura, armónica y plena, y el agua chorreando, primero por la mano izquierda, seguido de la mano derecha, / con riguroso rito, por esta hiriente anticipación desmentida, / y nuevamente purificando los atónitos dedos implorantes, / para recobrar el riego que notifica y nutre el ánimo, / y no declararse insolvente, y afrontar con entereza el peaje / que reclama la existencia, como si fuese el trayecto postrero.”
“Al encuentro del monte Fuji” nace de un largo viaje que Juan Chaves realiza a Japón, puede que para encontrase con sí y con los demás, a través de la contemplación y el aprendizaje: “Todo lo que sucede acaso suceda necesariamente / y aquí en Usa se edificó este santuario / donde jóvenes samuráis clamaron superar la apatía / o suplicaron entusiasmo y furor heroico / para aceptar la necesidad universal y unidad de todo, / como un solo organismo sujeto a leyes inmutables. / Aquí en Usa Jingu, los brotes tiernos de los helechos / que habían decorado el Año Nuevo / se transfiguran en cálidas tonalidades de otoño / y el estrépito de las catanas de bambú retumbó / como tambores carentes de apego a la propia vida / o ese infinitesimal lapso espaciotemporal del cosmos. / Tal vez conoció la verdadera felicidad aquel guerrero / que supo, como el naturalista, que todo es uno y lo mismo.”
Esta elevación de Juan Chaves a los terrenos de la lírica, al publicar “Al encuentro del monte Fuji”, no supondrá un grano suelto puesto que existen ya cuatro poemarios más que el poeta guarda con celo. Y está claro que han de salir y lo digo con certeza.
Treinta y nueve poemas de catorce versos y dieciséis ilustraciones propias componen este exquisito y profundo y necesario libro de Juan Chaves, que yo de usted no dejaría de leer.
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